Expresos, la película de Jesús Villanueva

A mi juicio la obra tiene buenos momentos. El panel de género fue una buena excusa para trabajar el tema de los derechos dentro de la vida de pareja.

28 DE MAYO DE 2019 · 12:00

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Una escena de Expresos

Después de décadas que no me sentaba en una sala de cine me anime a ver la película Expresos de Jesús Villanueva (*) . Una obra importante, no solo por el tema que trata y la buena aceptación que ha tenido de parte del público, sino también porque marca punto de partida en la producción cinematográfica evangélica. En este sentido, valoro a Expresos como un importante esfuerzo y una buena contribución a la cinematografía evangélica nuestra.

Lo mejor que le pudiera pasar a la cinematografía evangélica, es que en esta incipiente etapa surgiera con ella una crítica orientadora que le sirva de referencia, una crítica que comprenda sus limitaciones y pondere dentro del contexto sus perspectivas. Esto apuntaría al surgimiento de un cine evangélico de impacto que alcance una valoración artística competitiva que le permita establecerse en un plano que esté más allá de una temática con matiz expresamente religioso.

El posible auge de las producciones cinematográficas de factura evangélica deberá ir paralelo con el surgimiento de una crítica bien formada y académica. Una crítica cimentada en una sólida formación teológica y artística que pueda abordar con propiedad y altura el análisis de nuestras producciones cinematográficas.

Porque hay que admitir que el cine es un arte complejo, aglutinador de recursos técnicos, de expresiones diversas, de variadas combinaciones artística en la que convergen el teatro, la música, la literatura, el lenguaje, la fotografía y otros agregados estéticos que lo definen como un gran campo de realización creativa. Por algo se le llama el séptimo arte.

Por tanto, debe surgir una crítica bien formada e informada, pues el abordaje crítico que estoy haciendo de Expresos se trata de un atrevimiento, en vista de que no he leído, por lo menos en los medios cristianos, otras reacciones al respecto.

Aunque en esto de cine estoy en el limbo; sin embargo, tengo dos motivaciones para este abordaje. La primera es que soy evangélico, y como tal, ante todo fenómeno importante que surja en estos linderos, en alguna medida me llama la atención y reacciono. Además, es una obra que busca presentar los principios de la fe a través de un tema de gran actualidad y controversia como es el problema de la violencia de género. Lo segundo es que se trata de arte, y todo arte me genera cierta provocación a lo que tiendo a reaccionar de la manera que sé hacerlo: escribiendo.

Naturalmente, ante el loable esfuerzo de Villanueva de hacer un cine de cierto nivel competitivo en estos escenarios, hay que señalar algunas limitaciones. Hay que considerar que la producción cinematográfica, por lo regular, tiene costos muy elevados. El patrocinio y la inversión en esta área, si existe, es muy limitado. El arte dramático y la actuación tienen poca tradición entre los evangélicos. No tenemos academias.

Proyectos de este tipo no siempre logran madurar su propuesta en el grado deseado. Está presente la urgencia de un pronto retorno de lo invertido. En fin, el inventario de precariedades es extenso, por lo que lograr una realización cinematográfica aceptable en estas condiciones es siempre una osadía que debe celebrarse.

A mi juicio la obra tiene buenos momentos. El panel de género fue una buena excusa, para informar y trabajar el tema de los derechos dentro de la vida de pareja, además la participación del personal actuante me la encontré muy buena. La participación de Johan Paulino y Kelvin Araujo fueron actuaciones de calidad. Felicito de manera especial la actuación de Villanueva y la de Massiel Fermín. También me encontré acertadas las escenas donde los presos recuerdan el pasado que los llevó a la cárcel. Sin embargo, la escena que sirve de telón de fondo en la que aparece una pareja joven conversando, es francamente desafortunada.

Esa escena donde aparecen Anyi Piantini y Christopher Henry quedó, a mi juicio, como un estorbo, parece que están allí de manera forzosa, su participación aporta muy poco, su omisión le hubiera dado mayor dinámica a la obra; incluso, la hubiera hecho más asimilable y ágil. No es que fueron actuaciones por debajo, fue que su rol, su ubicación en el guion de la película fue desacertado.

Hay que señalar que al aspecto narrativo visual le faltó realismo, y no confundamos realismo con sobre actuación, porque cuanto más natural se muestran los acontecimientos, mientras más verosímiles aparecen ante nosotros, más nos impactan. Y hay momentos en que se empuja la actuación escénica como para subrayar la línea temática con un exceso de dramatismo que se hace notable en casi todos los momentos, lo que le resta naturalidad a la obra.

Todo esto es normal, muy especialmente cuando se está incursionando en un arte, uno quisiera decirlo todo sobre el tema abordado, lo quisiera exponer todo de la forma más explícita, esto tiende a llevar a uno a cometer algunas pifias en la composición.

En su libro “Carta a un joven novelista”, Mario Vargas Llosa se refiere a la famosa teoría de Bertolt Brecht sobre la distanciación, que este dramaturgo y escritor quiso aplicar al teatro. Vargas Llosa es de opinión que la intención propagandística e ideológica de Brecht le restaron a su obra, algo muy importante, y era el poder de persuasión, que es el recurso que busca acortar la distancia que separa la ficción de la realidad y, borrando esa frontera, hacer vivir, en este caso al espectador, como si estuviera viendo la más imperecedera verdad, como si estuviera viendo en la película la más consistente y sólida descripción de lo real.

Para Vargas Llosa perdía valor estético lo que hacía Brecht, cuando intencionalmente proponía como su interés principal que los espectadores pudieran asimilar las lecciones de filosofía política que pretendía impartirles con sus obras de teatro.

Si para un escritor de novelas mantener el poder de persuasión es de suma importancia, lo es también para el director de una película, pues se trata de seducirnos, de convencernos de su verdad y hacernos vivir lo que se nos cuenta como si lo experimentamos en carne propia.

En buen arte el excesivo interés por lo explícito y pedagógico no debe sacrificar lo sugerente y estéticamente bien concebido; además, el asunto del abuso intrafamiliar, sus consecuencias, traumas y perjuicios están explícita y palmariamente enfatizados a todo lo largo de la película, de manera que una escena superpuesta y artificiosa, lejos de ayudar al desenvolvimiento de la trama, sin dudas, que lo que logra, a fin de cuentas, es obstruir la fluidez de la narrativa visual malogrando el discurrir natural sobre la que debe avanzar la obra.

Esa es mi observación, y felicito a Jesús Villanueva porque le está dando apertura a un espacio y a una alternativa misionera cultural que creo es muy auspiciosa. Ojalá que quienes sigan los pasos de este pionero, se preparen mejor, aprovechen el terreno que él está recorriendo, y no caigan en la tentación de abrirse paso en este complejo y exigente mundo de la cinematografía simplemente atraído por la fama y por el dinero, sino que se preparen técnicamente, que se preparen bíblica y teológicamente para hacer propuestas a través de la pantalla grande que, sin menoscabo de la estética, tengan impacto para gloria de Dios y promoción de su Reino.

 

(*) Expresos centraliza su trama en los hechos de Omar, un sociólogo cristiano y profesor universitario de clase alta, que después de superar una cruel y hostil  personalidad, producto de un matrimonio de mentiras y opresiones, se propone desactivar un plan de venganza de tres ex-presidiarios, quienes al salir de la cárcel, se aprestan a vengarse de sus ex-esposas.

Esta película promete combatir la ideología de género, y promover la unidad familiar, con una perspectiva desde la fe cristiana, con la salvedad que el ser humano sin Dios, es pecador, violento y agresivo, pero si es dirigido por Dios, las cosas son distintas.

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