La soledad y las soledades

Nuestro Maestro vivió breves, pero agonizantes, momentos de soledad por causa nuestra, por amor a la humanidad perdida.

05 DE MARZO DE 2023 · 08:00

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Jordan Steranka. Unsplash

Entra en escena la mayor parte de las veces cuando menos lo esperamos. Pero cuando se sabe de su llegada la agonía aumenta, la ansiedad comienza a jugarnos una mala pasada. A pesar de que es impersonal, está allí, justo a nuestro lado, recordándonos que ella existe y que su estadía dependerá de nuestra circunstancia. Es inofensiva, pero hace daño. No se mete en nuestras vidas, pero cuando llega no nos abandona.

A veces necesitamos que nos acompañe por un poco de tiempo, es necesario, porque su compañía nos hace valorar a quienes nos aman, aquellos que están a nuestro lado; cuando es corta su visita es bienvenida.

Pero cuando llega después de años de vida familiar, luego de un largo matrimonio, después de una relación fructífera, nunca es bienvenida. Cuando perdemos a un ser querido y no hay más nadie que esté a nuestro lado, ella irrumpe devastando todo a su alrededor.

Se exhibe cual señora de alta sociedad, una señora implacable; su prepotencia es tal que toma atribuciones que no le corresponden, viene a trastocar nuestra existencia. No suele ser fácil quitársela de encima, a veces lleva años. Muchos resignadamente terminan compartiendo la vida con ella.

¿Usted sabe a quién me refiero, verdad? ¡Acertó! Es la soledad.

Cuando Dios dijo hagamos a la mujer, fue para evitarle al hombre el tormento de vivir con la soledad. La hizo compañera del varón y su ayuda porque iba a estar a su lado siempre, ya no serían más dos, sino que una vez unidos serían uno solo ante Él.

Cuando los hombres se multiplicaron sobre la tierra, entraron en escena los tíos, primos, abuelos y aquellos un poco más lejanos, pero cercanos, llamados amigos. ¿Cuál fue la intención de Dios? Acabar con la soledad. No permitirle que tome control de nuestra vida ni que la afecte.

La soledad en la vejez suele ser un estigma que lleva el hombre hasta la misma tumba. Si no hay familiares que se encarguen de los ancianos, lo adecuado es un geriátrico, que mitigue los embates de esta señora implacable.

Pero qué pasa cuando el desprecio, desamor, infidelidad, odio, rencor, abandono y castigo son quienes le abren la puerta a la soledad a nuestra vida. Cuando esta llega en tales circunstancias su acción puede ser devastadora.

Ella se encargará de torturar la mente, de inofensiva pasará a ser verduga, de silenciosa pasará a ser la voz del mismo diablo. La soledad tiene la capacidad de tomar tus recuerdos y usarlos contra ti, aunque ellos sean hermosos los convertirá en infelices.

Nuestro Maestro vivió breves, pero agonizantes momentos de soledad por causa nuestra, por amor a la humanidad perdida. Desde su arresto en Getsemaní hasta los agónicos y dolorosos momentos en la cruz, Jesucristo vivió una amarga soledad.

De pronto se encontró con una multitud delante, pero que no le venían a escuchar y ver hacer sus habituales milagros, sino a arrestarlo. Fue llevado solo ante el sanedrín, ante Herodes y Pilato. La multitud le injuriaba, los soldados le humillaban, los más avezados pedían su crucifixión. ¿Y quién estaba con Él? A su lado estaba la soledad vestida de diablo.

¿Dónde estaban los ángeles?, ¿dónde las huestes celestiales?, ¿dónde el arcángel Miguel con sus ejércitos? Jesús mismo le dijo a Pedro al momento de su captura: «¿Acaso piensas que no puedo ahora orar a mi Padre, y que él no me daría más de doce legiones de ángeles?» (Mateo 26:53).

Aunque Jesús estaba rodeado de multitudes, estaba solo en su misión redentora. Estuvo solo, enfrentó todo solo. El Pastor fue herido y sus ovejas dispersadas. Él lo sabía, siempre lo supo, pero lo aceptó por amor.

Pero la soledad del Maestro tomó amargos ribetes cuando estando clavado en el madero el Padre se separó de Él, en esos momentos de densas tinieblas Jesús fue dejado solo por causa de nuestros pecados.

El Dios justo no podía comulgar con nuestros pecados. Cuando Su Hijo amado tomó el lugar de Cordero inmolado, el Padre cargó en Él todo el pecado del mundo. Todo tu pecado y el mío. Sus heridas dejaron salir sangre santa que fluye para perdón y comunión con Dios.

Su soledad temporal acabaría con nuestra soledad eterna. Su falta de comunión momentánea acabó con nuestra enemistad y falta de comunión con Dios.

«...Jesús clamó a gran voz, diciendo: ‘Elí, Elí, ¿lama sabactani?’ Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?» (Mateo 27:46). Aquel grito de soledad conmocionó los cielos. Rasgó el velo del templo. Volvió trizas el pecado. Únicamente Jesucristo podía subir y soportar esta soledad mortal. Allí rodeado de los súbditos malévolos de la soledad estaba pendiendo de un madero el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Uno solo contra millones. Uno solo en favor de millones, sin la comunión del Padre.

Nuestra soledad también es temporal y terrenal.

¿Te sientes solo en tu andar en pos del Maestro? No tienes por qué. Su soledad aquella tarde en la cruz del Calvario nos otorgó no solo la entrada directa ante el trono de la gracia, sino que Él vino a morar en nosotros, nos hizo su habitación; el gran y eterno Dios a quien ni los cielos pueden contener, vino en la persona del Espíritu Santo a hacer morada en nosotros.

Si te quedaste huérfano, Él te ha recogido como hijo. Si una separación ha tocado tu puerta, Él está a tu lado y te abraza. Si un ser querido partió, Él vino a quedarse contigo. Si una amistad se acabó, Él es tu amigo más fiel.

Andando en pos del Maestro la soledad tiene un solo propósito, el de hacerte reflexionar y tener mayor comunión con el Señor. Así como su soledad en los últimos y más importantes momentos de su vida sirvió para perdonarnos, salvarnos y restablecer nuestra amistad con Dios; tu soledad es permitida por el Padre para hacerte un mejor hijo.

Él permite que tu compañía con la soledad actúe en tu favor.

Cuando la soledad viene a nosotros, Él está con nosotros. Podemos sentirle amándonos, arrullándonos, tomándonos de la mano y recordándonos que «yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo» (Mateo 28:20).

La soledad para nosotros es un proceso de transición de una etapa dura y difícil a la mismísima gloria de Dios. En esas condiciones: ¡Bienvenida sea la soledad!

Ya la señora soledad, así como el pecado, no se enseñoreará más de nosotros, porque el Maestro con su soledad nos dio la compañía de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo...

Por cierto, nos dio también una gran familia, la familia de Dios, la Iglesia eterna para que la comunión de unos con otros nos ayude a vencer la soledad.

Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Clarinada venezolana - La soledad y las soledades