2021: seis verdades esenciales para el nuevo mundo pospandémico
“El mayor peligro del siglo XXI será una religión sin el Espíritu Santo, un cristianismo sin Cristo, perdón sin arrepentimiento y salvación sin regeneración”
03 DE DICIEMBRE DE 2020 · 08:00
Todos y cada uno de nosotros hemos experimentado un año realmente particular, distinto, un año que quedará signado en cada una de nuestras memorias como el año de la pandemia, el año del Covid-19.
Un año en el que de manera vertiginosa y exponencial nos dimos cuenta de nuestras limitaciones, de nuestra fragilidad, de nuestra temporalidad y en gran medida hemos asumido que en día a día estábamos abocados a cosas banales y sin importancia, hora valoramos el aire que respiramos.
Durante el 2020 tuvimos que darnos cuenta de que el tiempo no es dinero sino vida y fundamentalmente hemos sido testigos de la grandeza de Dios y su infinita fidelidad sobre su iglesia, sobre cada uno de nosotros.
- Recordemos brevemente que a lo largo de este año hemos escrito acerca de la realidad del mensaje que Dios le dio en primer lugar a la iglesia y luego al mundo en su conjunto.
- Establecimos que Dios seguirá siendo el mismo, pero sin duda el mundo y la iglesia se enfrentan a cambios drásticos y una realidad absolutamente diferente respecto de los años anteriores.
- Por otra parte, en el contexto señalado es menester redescubrir una nueva pastoral con un concepto refrescante de lo que significa la cercanía, misericordia y el servicio a fin de poder ser pertinentes en el nuevo mundo a restaurar.
- Dijimos finalmente que Dios no llamó a los políticos para transformar al mundo sino a su iglesia.
Y, para cumplir dicha tarea es vital recuperar algunas verdades esenciales y que podamos ponerlas en práctica de manera efectiva, cotidiana de cara a los tiempos por venir.
1.- En primer lugar, debemos recuperar el hecho esencial de que la iglesia fue establecida por Dios para anunciar la verdad y defenderla. Vivimos en un mundo en el cual las grandes verdades tienden a desvanecerse por la fluidez del contexto y las características propias del mundo hipermoderno.
Un mundo en el que lo líquido de la comunicación se acentúa en desmedro de los ritos que se perciben como una obsolescencia molesta que se busca eliminar a fin de que el hombre consumista sea el único que pueda pararse en el centro de la escena[1]. Un mundo de consumo tan vertiginoso que no desea perder tiempo en los rituales sociales por mínimos que sean, pero cuando todo es relativo, se vuelve innecesario y se cuestiona, cada uno de nosotros debe redescubrir que fue llamado por Dios a levantar y defender la verdad del Evangelio.
2.- Ahora bien, defender la verdad no significa un mero reduccionismo consistente en la verbalización discursiva del mensaje, sino que la misma debe constituirse en el último eslabón de la cadena testimonial.
En efecto, primero la verdad debe defenderse y sustentarse a partir de una notoria encarnación y manifestación del amor incondicional por las personas. En segundo lugar, por una acción concreta que les ayude a vislumbrar el poder de Dios en cada una de sus vidas, interviniendo en sus situaciones y contextos cotidianos y sí, finalmente, anunciando que Jesús es el único Camino, la Verdad y la Vida. Pretender invertir los pasos siempre ha sido negativo para la iglesia (Lucas 9 y 10).
3- Por otra parte, puertas adentro, defender la verdad es no sobrevalorar la cultura del evento y la plataforma por encima de lo esencial que es predicar “a Cristo y a este crucificado”.
Cuando las restricciones por efecto de la pandemia acuciaban y las restricciones a la circulación y las aglomeraciones se tornaron en el único medio sanitario conocido contra el Covid-19 vi a muchos pastores con “síndrome de abstinencia cultica”.
En qué punto dejamos de darnos cuenta de que la iglesia es más que el templo, la adoración más que la plataforma, el servicio más que el activismo y el amor más que las palabras.
Esto en los últimos años ha formado lo que se llaman “adhesiones débiles” de parte de muchos cristianos que tienen vidas ambivalentes, pero no porque ello lo hayan decidido necesariamente así, sino por nuestro error en la trasmisión de un Cristo que solo salva, sana y prospera, pero no se constituye en Señor de cada una de nuestras vidas.
De cara al mundo pospandémico sería un serio problema el “jugar” a ser cristianos, no podemos servir a dos señores o al menos en palabras del apóstol Juan ser “tibios” (Ap. 3:16).
4.- Cabe destacarse que será menester vivenciar la realidad de la encarnación en nuestros contextos cotidianos, sin esto nunca podrán ser transformados.
Tenemos una realidad (al menos al 26 de noviembre del corriente año) de 1.380.000 personas fallecidas por Covid-19 y más de 58.000.000 de contagiados (aunque a la fecha veamos una luz al final del túnel: vacuna), todas ellas personas con nombre y apellido, no solo estadísticas, familias devastadas, mundos personales destruidos con el dolor incluso, en todos los casos, de no haber podido siquiera despedirlos. A la misma deberemos adicionarle lo que será la pospandemia.
Efectos sanitarios, económico-sociales, laborales, educacionales y religiosos significativos. Aumento considerable de la pobreza, del desempleo, de la informalidad laboral, de la anomia que reina en las emergentocracias. Este será el panorama en medio del cual la iglesia (cada uno de nosotros) deberá cumplir su misión. Sencillamente, sin encarnación real, sin empatía, sin amor y compasión será muy difícil que el Espíritu Santo pueda obrar a través nuestro como quisiera. No es menor reconocer que siempre, una y otra vez a lo largo de la historia de la humanidad, el amor es previo al poder, y la cruz anterior a la glorificación, así funciona la paradoja de la vida cristiana, no tenemos vida y vida en abundancia sin haber muerto antes a nosotros mismos.
5.- Todo lo dicho es vano si no somos capaces de recuperar la esencia del servicio. El siervo nunca puede ser mayor que su Señor (Jn 13:16), las marquesinas no pueden ocultar Su nombre y nuestros ministerios ser más grandilocuentes que su compasión.
Tarde o temprano todos moriremos, no importa el motivo, la causa o el momento, Dios ya lo ha definido, lo importante es haber hecho todo lo posible, de la manera correcta, y en el tiempo oportuno como para que al final de los días Él pueda decir de cada uno de nosotros: “Bien hecho buen siervo y fiel” (Mt. 25:23). Ese será nuestro principal punto de mejora, nuestro mayor logro, el poder ser considerado siervos, simplemente siervos, aquellos que tuvieron la grandeza de ser semejantes a Jesús.
Nos hemos concentrado mucho en nuestros méritos, en nuestras habilidades, en lo logrado, lo conseguido, esto no está mal, pero nos saca del foco esencial, no fuimos llamados a mostrarnos a nosotros sino a solamente dejar ver a Jesús a través nuestro.
6.- La iglesia de la pospandemia necesitará vivir en la realidad del poder y la transformación. Las adhesiones débiles sumadas a las pertenencias o adscripciones independientes y las particularidades de la espiritualidad moderna acentuadas por la pandemia son un auténtico desafío para la iglesia de la pospandemia.
La realidad indica que al menos entre el 50% y el 60% de las personas que contestarían una encuesta diciendo que son evangélicos en cada uno de nuestros países, no se congregan en ninguna iglesia, aún desde mucho tiempo atrás al Covid-19. Si a eso le sumamos la virtualización de los bienes espirituales en el ciberespacio, debemos tener presente que a menos que en nuestros espacios de comunión eclesial el poder de Dios se manifieste de manera cierta, presente y real provocando transformación genuina de las personas, será muy difícil que las mismas deseen retomar la rutina litúrgica, al menos tal como estábamos acostumbrados.
A lo largo del tiempo el hombre creado a imagen y semejanza de Dios ha tenido y tendrá hasta el final de los tiempos, cuatro necesidades básicas: la necesidad de ser, la de hacer, la de tener y la de pertenecer. El único que puede saciar dichas necesidades de manera eficaz, incluso en contextos pospadémicos es el Espíritu Santo obrando a través nuestro.
No son nuestras habilidades, herramientas o experiencias (que pueden ayudar), sino una genuina manifestación del poder de Dios lo que las personas necesitan. Sin embargo, esto que suena tan natural para nuestro contexto evangélico, encierra una profundidad que es menester resignificar. Como dijimos, el poder siempre es consecuencia del amor, no al revés y la transformación no es producto del acostumbramiento religioso sino de la plenitud de la obra del Espíritu de Dios en cada uno de nosotros y de las personas. No hay transformación sin auténtica misión, no hay misión sin genuina encarnación y no hay poder sin probado amor.
Esperemos que este año 2020 que estamos despidiendo dentro de unos días, pueda hacernos reflexionar sobre nuestra misión y la tarea que tenemos por delante, pero no lo hagamos de manera ocasional sino confrontándonos delante de Dios con sinceridad, para que su mano pueda seguir tallando en nosotros Su imagen y tengamos en cuenta que nada podremos hacer a menos que estemos dispuestos a anunciar y defender la verdad aún a costa de nuestras propias vidas; sin estar dispuestos a encarnarnos para transformar nuestro contexto y recuperemos la esencia de lo que significa servir, dado que ejemplo tenemos y nos fue mostrado, a Jesús.
Esta será, a mi entender, la única manera de revertir lo que sin quererlo fue la profecía dada por el fundador del Ejército de Salvación, William Booth (1829-1912): “El mayor peligro del siglo XXI será una religión sin el Espíritu Santo, un cristianismo sin Cristo, perdón sin arrepentimiento y salvación sin regeneración”.
[1] Para ampliar ver libro: “La desaparición de los rituales” Byung-Chul Han.
Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Con sentido - 2021: seis verdades esenciales para el nuevo mundo pospandémico