Evangélico no vota a evangélico: 5 razones
¿Por qué la amplia mayoría de los evangélicos no votan candidatos evangélicos?
20 DE JULIO DE 2021 · 09:00
Particularmente durante el año en curso en muchos países de Latinoamérica se han producido procesos electorales (Ecuador, El Salvador, Bolivia, Chile, Perú, México) y otros países los tendrán en los próximos meses (Argentina, Paraguay, Nicaragua, Chile -nuevamente- y Honduras).
Independientemente de las fechas de cada uno de ellos podemos afirmar que es un año electoral y en consecuencia hace tiempo vengo pensando acerca de la pregunta que le da el título al presente artículo. En consecuencia y desde una perspectiva sociológica trataré de brindar algunos pensamientos generales que nos ayuden a reflexionar sobre la interpelación planteada.
Hoy por hoy los evangélicos representan aproximadamente el 20% de la población latinoamericana[1]. Si repasáramos rápido algunos de nuestros países el porcentaje de evangélicos es el siguiente: Argentina (15,3%), Brasil (27%), Bolivia (20%), Costa Rica (25%), El Salvador (28%), Guatemala (41%), Honduras (39%), Nicaragua (32%), México (7,5%), Panamá (24%).
Sin duda ha habido un importante crecimiento de la iglesia evangélica desde el punto de vista cuantitativo y, de peso o relevancia institucional de cara a la sociedad latinoamericana. No obstante, se puede observar que en líneas generales el colectivo evangélico no necesariamente vota de manera aglutinada a los candidatos evangélicos, pretender eso de manera directa es subestimarlos o pretender resolver el problema dándole la espalda al problema mismo.
Quisiera proponerles reflexionar sobre cinco razones fundamentales que debemos tener presente respecto de la realidad de que el evangélico generalmente no vota a otro evangélico.
I.-
En primer lugar, hay un desfase entre la proyección del imaginario sobre el voto evangélico y su efectiva materialización. No debemos pensar que por el hecho de que las personas hayan hecho la debida profesión de fe renunciarán de manera lineal a sus convicciones y herencias políticas y a las de su entorno social de manera automática, la realidad demuestra que no es así, es parte de su bagaje cultural.
En este sentido debemos adicionarle que aún pese a saber que desde el punto de vista moral sería lo correcto o lo más razonable votar a personas con convicciones cristianas, la inercia de la tradición política es muy fuerte como para detenerse de manera rápida, el cambio se da recién cuando se cambia la cosmovisión y no solamente la conducta.
II.-
En segundo lugar, debemos considerar la poca permeabilidad que tienen los candidatos evangélicos en el seno de la sociedad, debido entre otros factores a que los mismos levantan barreras comunicacionales importantes, tienden a espiritualizar la realidad (lo cual para nosotros es lo normal y adecuado) pero las personas no terminan de entender los modismos, las líneas de pensamiento, la estructura discursiva. No es suficiente que sepan que es menester realizar una transformación moral, debemos explicar cómo hacerlo, la importancia de realizarlo y las consecuencias prácticas, concretas y tangibles para las personas por hacerlo.
Aunque a nosotros nos suene mal las personas no necesitan a priori, conforme su visión, un cambio moral, sino modificar sus realidades cotidianas y no pueden hacer el link entre ambas circunstancias.
Por otra parte, pese al importante trabajo social que realizan miles de iglesias y la amplia capilaridad que los evangélicos tienen entre las personas con mayores necesidades, no se utiliza de manera adecuada tal nivel de penetración social para llegar con propuestas específicas que sean conducentes en el lenguaje de las personas mencionadas para darles esperanzas ciertas de un cambio verdadero que podría darse.
Es menester explicar, de cara a todos los niveles sociales, la descripción general del problema (diagnóstico), el plan a ejecutar (principales medidas), cómo se llevará adelante el mismos (plataforma clara y precisa) y con qué personas se realizará (grupo de técnicos). Si no somos capaces de poner sobre un papel lo señalado y explicarlo claramente y con argumentos sólidos a todas las personas, independientemente de que sean evangélicas o no, siempre pasarán lo mismo, tendremos escasos resultados.
III.-
En tercer lugar, cabe señalarse que hay una distancia considerable entre el discurso o lenguaje espiritual y la realidad de los problemas concretos de las personas. Esto es, las personas no tienen por qué entender los temas espirituales incluso siendo cristianos de la misma forma en que los entendemos nosotros.
Las personas necesitan que les hablemos de los problemas que los aquejan en su día a día y cómo los resolveremos: desempleo, falta de seguro médico, pobreza, marginalidad, poco acceso a la educación, a la infraestructura de servicios, la magra jubilación o pensión que recibe, la inflación que los agobia, la carga tributaria creciente y en el contexto más generalizado la pandemia y los efectos del Covid-19. La mención realizada son sólo algunos tópicos que están en la agenda cotidiana de las personas porque los sufren a diario.
Estos temas también impactan sobre los evangélicos, dado que si bien no somos del mundo “estamos en el mundo”. En consecuencia, una agenda solo de tinte “moral” no es suficiente para impulsarlos a votar por un candidato evangélico, como tampoco alcanza la promesa de que al ser moralmente mejor que el resto de los candidatos alcanza o es suficiente.
IV.-
En cuarto lugar, los candidatos suelen cometer los mismos errores que los políticos no cristianos, esto es, ceden a la seducción del ego, ellos se perciben como los “únicos candidatos”, incluso vemos frecuentemente que se polarizan en varios partidos más chicos o critican a aquellos que prefieren militar en los partidos tradicionales, pero si se unen transitoriamente en un frente el mismo termina desmembrándose por cuestiones personales. Esto es lo que se observa “desde afuera”, en síntesis, más de lo mismo, aunque con un discurso más centrado en lo moral, pero sin relevancia conductual. La antigua percepción de la necesidad del “caudillo” en Latinoamérica sigue siendo fuerte y la búsqueda del líder mesiánico siempre está presente, pero los candidatos evangélicos no deberían caer en este tipo de trampas que sin duda terminarán corrompiendo su corazón.
Finalmente debemos considerar y entender que si realmente queremos causar un verdadero impacto social de la mano de la acción política no podemos dedicarle el tiempo que nos sobra o considerarla como una opción más dentro del amplio abanico del servicio a Dios y a nuestro prójimo. Deberíamos dedicarle el tiempo suficiente y necesario no solo para armar las propuestas, formar el equipo pertinente, sino fundamentalmente para relacionarnos con las personas de la manera más capilar que se pueda.
Debemos tener muy en cuenta que el único dueño del voto es la propia persona, de hecho, en el cuarto oscuro está sólo y ahí decide a quién votar, y lo hace generalmente siguiendo su herencia, su acervo cultural y en muy pocas veces por quien a su juicio le brinda un aire renovador o entusiasma por su propuesta; en ese lugar deberían estar los candidatos evangélicos.
No es menor el paso que en los últimos años se ha dado respecto a la participación política por parte de los evangélicos que independientemente de los resultados han sentado las bases necesarias para que la participación y la acción política vayan creciendo, sin embargo a mi juicio es necesario centrar el foco para ser más eficientes y pertinentes, bajo la premisa no menor de que Dios no llamó a los políticos a cambiar al mundo sino a la iglesia, pero sin duda los políticos cristianos pueden marcar una trascendental diferencia para la vida de las personas y sus comunidades.
Bibliografía:
Gutiérrez Zúñiga, C. & Bahamondes González, L. (2021). Los evangélicos y su participación en la política y la democracia en América Latina: Una lectura a partir de los casos de Chile y México. En Loeza Reyes, Laura (Cord.). Políticas de identidad en el contexto de la crisis de la democracia. México. Universidad Autónoma de México.
[1] Nos dicen Gutiérrez Zúñiga y Bahamondes González: “El promedio de pertenencia religiosa actual declarada en América Latina es del 69% católicos, 19% protestantes evangélicos (incluyendo pentecostales), 8% sin afiliación y 4% otra religión” (2021, p.46).
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