¿Están los políticos evangélicos a la altura de su tarea?
El político evangélico debería estar a la altura de la ardua tarea desplegada por nuestros hermanos en la fe que nos precedieron.
06 DE AGOSTO DE 2021 · 08:00
En nuestra nota anterior tratamos de reflexionar acerca de ¿por qué los evangélicos no votan a otros evangélicos que se presentan como candidatos a distintos puestos gubernamentales?
Y esbozamos al menos cinco razones. En primer lugar dijimos que hay un desfase entre la proyección del imaginario sobre el voto evangélico y su efectiva materialización; en segundo lugar, consideramos la poca permeabilidad que tienen los candidatos evangélicos en el seno de la sociedad; luego mencionamos que hay una distancia considerable entre el discurso o lenguaje espiritual y la realidad, los problemas concretos de las personas (llegar a fin de mes con el sueldo, conseguir trabajo, poner comida en la mesa, la salud de un familiar); en cuarto lugar mencionamos que los candidatos evangélicos suelen cometer los mismos errores que los políticos no cristianos; y finalmente dijimos que era menester entender que si realmente queremos causar un verdadero impacto social no podemos dedicarle el tiempo que nos sobra a la tarea política o considerarla como una opción más dentro del amplio abanico del servicio a Dios.
En el presente artículo quisiera que reflexionemos como punto de partida sobre nuestra rica herencia protestante. Solo mencionaré algunas generalidades, materializaciones concretas de nuestra fe llevadas a cabo por hermanos nuestros que realmente transformaron el mundo occidental.
Pensemos por unos instantes en la educación pública y obligatoria, la creación de hospitales, clínicas, universidades, asilos de ancianos, escuelas, cementerios para todas las personas independientemente de su fe, el desarrollo científico y el concepto de familia monógama dado que se aleja del concepto medieval de la mujer como propiedad, dirigiéndola a un modelo relacional, de acuerdo con el modelo bíblico del matrimonio, todos logros que fueron fruto de la oración y la acción de los protestantes a lo largo del tiempo en nuestros diferentes países.
No nos damos cuenta, pero muchas instituciones sociales son fruto del compromiso de hombres y mujeres de fe que bajo la guía del Espíritu Santo y a partir de los principios de la Palabra de Dios forjaron nuestra trayectoria histórica. Por ejemplo, gracias a las premisas de la fe protestante a partir de la Paz de Augsburgo (1555) y de la Paz de Westfalia (1648) se consagraron los principios de libertad de religión y conciencia. Se reivindicó el concepto bíblico del trabajo, ya no con una mirada de castigo o maldición dado que antes de la caída el hombre fue puesto por Dios en el huerto del Edén para que lo cuidara y administrara (trabajo) según Gn-2:15 y se reivindicó el concepto de “profesión” y de hacer de nuestro trabajo un episodio que honre a Dios cada día, en definitiva, un acto de adoración (1). La división de poderes y el contrato social antes que a Montesquieu y la revolución francesa deberíamos atribuirlos conceptualmente a John Locke y Thomas Hobbes, dos piadosos hombres de fe.
Por favor tengamos en cuenta que no era posible la Reforma Protestante o Magisterial y la Reforma Radical sin la Biblia como fundamento de las ideas y acciones.
La supremacía la tenía la ley y no los funcionarios, pero yendo un paso más veremos en la historia a cientos de protestantes que transformaron sus contextos, sus ambientes y cuyas obras perduran hasta el día de hoy. Pensemos en Francis Bacon creador del método científico; en Johannes Kepler matemático y astrónomo creador de las leyes sobre el movimiento de los planetas; Robert Boyle, el primer químico moderno y creador de las leyes que llevan su nombre; Lars Levi Laestadius, pionero en la botánica moderna; Leonhard Euler, matemático conocido por el número de Euler; John Ray, botánico inglés considerado el padre de la historia natural; Heinrich Rudolf Hertz, físico alemán que descubrió el efecto fotoeléctrico y la propagación de las ondas electromagnéticas; entre muchos otros, todas personas de fe y rigurosos estudiosos de la Biblia.
- En virtud de lo mencionado en prieta síntesis, entiendo que los políticos evangélicos deberían estar a la altura de la ardua tarea desplegada por nuestros hermanos en la fe que nos precedieron, este es el primer punto sobre el que quisiera reflexionar. ¿Qué significa estar a la altura de los que nos precedieron? Significa ser consistentes con nuestra formación, con nuestra relación con Dios, personas que antepongan los principios de la Palabra a sus propios intereses y modelen su hacer cotidiano para glorificar el nombre de Dios en todo lo que hagan. Ser conscientes de nuestra herencia no como rémora del pasado sino como plataforma de lanzamiento para la obtención de nuevos logros y transformaciones sociales que nos permitan conservar y obtener nuevos derechos y logros.
- En segundo lugar, deberían conocer profusamente el contexto social en el que desarrollarán su acción política a la perfección, no sólo para la realización de un diagnóstico asertivo que delinee políticas públicas, sino fundamentalmente para no perder de vista el contacto con la realidad que aqueja a las personas en su cotidianeidad. Lo peor que les puede pasar es perder de vista a las personas o dar por sentado que por el solo hecho de ser evangélicos los votarán y conformarse con eso, cuando en realidad las propuestas deberían ser tales que cautiven al mayor número de personas posibles creyentes o no.
- En tercer lugar, será menester a consecuencia de lo dicho que realicen propuestas concretas que atiendan a la necesidad social, pero sean claras, precisas y probables, no títulos, o frases de campaña, no buenas intenciones o aspiracionales. Así empezó la iglesia primitiva; todos hemos leído el libro de los Hechos de los Apóstoles, no dice libro de las intenciones o aspiracionales de los primeros cristianos, sino de los “Hechos”. A veces me da la impresión que gastamos más fuerzas en las alocuciones y los discursos que en acciones específicas que modifiquen situaciones o necesidades reales de las personas.
- En cuarto lugar, quisiera mencionar que deberán pensar en ideas no en personas, cada uno de los científicos mencionados tuvieron una idea y la siguieron hasta alcanzar el fruto buscado. Los políticos tienden a pensar en personas de su partido (políticos o caudillos) y se enredan en ellos en lugar de pensar en ideas que sean verdaderamente disruptivas y desafiantes, no se puede hacer política sin ideas previas, en nuestro caso deberían abrevar de la inagotable fuente que es la Palabra de Dios.
- Finalmente, es dable mencionar que no alcanza solo con pensar en ideas, es necesario que piensen en el largo plazo, pero permitiendo que se sucedan en el corto plazo modificaciones previas que se encaminen a la idea principal, aunque sepamos de antemano que nuestra acción política no llegará a vislumbrar los resultados, pero sí a sentar las bases para un futuro distinto. Las transformaciones sociales nunca son automáticas o se dan de forma instantánea, las que producen efectos de impacto son siempre de largo plazo, por ende, exigen que pensemos no solamente en la próxima elección sino en las próximas generaciones, eso marcará la diferencia, aunque al principio no lo advirtamos.
Los puntos mencionados buscan llevarnos a la reflexión, a la oración y a una acción política que cause un impacto social verdadero.
Tengamos en cuenta los principios de la Palabra, el buscar la gloria de Dios en todo lo que hagamos, reconozcamos la importancia de nuestra herencia y vivamos cada minuto con la intensidad necesaria como para obtener bajo la guía de Dios un futuro mejor para nuestras comunidades.
(1) Para ampliar ver Max Weber: “La ética protestante y el espíritu del capitalismo”.
Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Con sentido - ¿Están los políticos evangélicos a la altura de su tarea?