La iglesia ante el cambio de época

Dependencia, santidad, visión y acción.

    04 DE NOVIEMBRE DE 2021 · 08:00

    Geralt, Pixabay,nueva sociedad, nueva época
    Geralt, Pixabay

    A partir del año 2020 el mundo entró en un proceso de aceleración de los cambios que venían dándose a partir de la hipermodernidad, de hecho, el Covid-19 vino a profundizarlos y trastocó el paisaje social y cultural del mundo de manera definitiva.

    Para apreciar los cambios que conllevó el Covid y los que implican el long terms effects of covid recomendamos ver los artículos sobre el particular en Evangélico Digital.

    En efecto, todos y cada uno de nosotros somos en primer lugar sobrevivientes por la gracia y la misericordia de Dios y, en segundo lugar, testigos de la soberanía de Dios, pero muchos han quedado en el camino, miles y miles de familias han sido impactadas de manera trágica y solo el poder y el amor de Dios han servido de refugio y consuelo para ellos.

    La iglesia se dio cuenta (espero) que es mucho más que un templo, la adoración mucho más que lo que acontece en una plataforma, que el servicio va más allá de las tareas ministeriales, ser cristiano es mucho más que acudir a un culto, la intimidad con Dios una esencial necesidad para cada uno de nosotros y que el amor y la misericordia son las herramientas más eficaces para ayudar a los demás a superar la angustia y la desesperanza.

    La periodista Gina Kolata escribe en el New York Times (1) lo siguiente: “La historia nos recuerda que esta pandemia no será solo una crisis, será una época”. Dicha afirmación la realiza en base a lo dicho por Allan Brandt de la Universidad de Harvard: “Vivimos en la época del Covid no en la crisis del Covid-19, habrá muchos cambios que son significativos y perdurables…” (ver la misma nota).

    Si pudiéramos sopesar la afirmación mencionada en el contexto histórico de las pandemias que han azotado a la humanidad (bastantes, por cierto) veremos que la misma es apropiada. Una pandemia es mucho más que un fenómeno sanitario, es un proceso de transformación social de largo plazo, impone cambios, transformaciones y modificaciones no sólo en el ámbito de lo privado sino particularmente de lo público.

    A lo dicho debemos adicionarle las consecuencias inmediatas y mediatas de la pandemia sanitaria, esto es, la pandemia económico-social principalmente en los países en vías de desarrollo, la precipitada realidad del cambio climático que está ocasionando catástrofes meteorológicas de manera más frecuente en todo el planeta, el colapso de la biodiversidad (miles de especies de todo tipo de animales y vegetales se han perdido en los últimos 20 años), las nuevas conformaciones y posicionamientos geopolíticas de los distintos bloques de países y las pujas por el dominio mundial, el resurgimiento de los extremismos políticos y religiosos que nunca se desvanecieron y fundamentalmente la creciente influencia del individualismo, el transhumanismo, la cristofobia reinante y la ideología de género que buscan quitar a Dios del escenario mundial, las cuales no hacen más que confirmar que lo dicho por nuestro Señor Jesús en Mateo 24 es una actual y creciente realidad que golpeará a diario nuestros ojos y oídos.

    Ante lo señalado no veo que de manera creciente y generalizada la iglesia haya advertido y discernido el cambio de época que estamos atravesando. No sé realmente si somos conscientes del rol que como iglesia debemos cumplir en este particular momento de la historia de la humanidad. Por favor, no debemos olvidar que los cambios no vendrán de los líderes políticos sino de la multitud de santos que a diario se comprometen a vivir conforme el Evangelio transformando en los pequeños actos cotidianos las realidades de nuestras comunidades.

    La iglesia de los últimos tiempos sin duda necesita será más parecida a la iglesia de los primeros tiempos, no como un mero parámetro idealista, sino como una concreta necesidad para atravesar los tiempos finales bajo el poder y la dirección de Dios. Debemos reconocer que lo que tenemos como metodología aprendida o maneras eclesiales practicadas no alcanzan o son suficiente de cara a los desafíos que tenemos por delante. Precisamos por ende tornarnos en absolutamente dependientes del Espíritu Santo para que él guíe nuestros pasos, limpie nuestros ojos con colirio para ver la realidad, abra nuestra mente para ser creativos y eficaces, y por sobre todas las cosas nos ayude a quitarnos de encima el polvo de la religiosidad y el legalismo.

    Necesitaremos vivenciar en lo cotidiano, en cada palabra, en cada acción, en cada pensamiento, en cada actitud la santidad que no puede ser imitada por el mundo, solo de esa manera marcaremos una diferencia consistente que sorprenda a las personas y les brinde esperanza de que es posible en Dios, vivir vidas plenas y victoriosas más allá de las lágrimas y el tiempo de prueba que sin duda llegará. La santidad hace la diferencia, por lo tanto, no podemos limitarla a una mera doctrina teológica, sino que debemos encarnarla en una forma de vida que refleje a Cristo, que señale solo a Jesús y por sobre todas las cosas muestre el amor de Dios a las personas.

    Como dije, necesitamos que el Espíritu Santo limpie nuestros ojos con colirio para que nuestra visión de estos tiempos sea la correcta y nuestra visión de Dios sea la adecuada. Nuestros ojos deben permitirnos ver mucho más que lo que se ve, deben ayudarnos a ver lo que no puede verse a simple vista para que nuestra fe cobre una auténtica realidad de esperanza no basada en anhelos ingenuos sino en la seguridad de saber y vivenciar que el que está con nosotros es mayor que el que está en el mundo. Una correcta visión de Dios nos propiciará una correcta visión del otro, de nuestro contexto y de lo que tenemos que hacer, eso es precisamente moverse como viendo al Invisible que nos sostiene, nos guía y dirige hacia su propósito eterno.

    Cuando tengamos en cuenta lo señalado veremos que nuestra acción dejará de ser ocasional para ser apasionada, dejará de ser reactiva para ser proactiva (sabemos a dónde vamos y lo que queremos, Dios nos lo ha dicho), dejará de ser religiosa para transformarse en la consecuencia lógica e irremediable de la fe que todo lo puede en Aquel que nos fortalece a cada instante, dejará de ser intrascendente para volverse transformadora y relevante, dejará de ser religiosa para tornarse en compasiva y restauradora.

    Estamos inmersos en un cambio de época que marcará las próximas décadas de manera significativa, como cristianos sabemos que no está sucediendo nada distinto a lo que el Señor nos advirtió en su Palabra, pero precisamente por eso mismo es que debemos acudir a ella para encontrar la guía necesaria que dirija nuestras acciones de manera significativa. Hoy más que nunca la iglesia y cada uno de nosotros necesitamos ser dependientes de Dios, vivir en santidad, renovar nuestra visión para ver la realidad con los ojos de Dios y dirigir nuestra acción para que solo el nombre de Jesús sea enaltecido a través de ella.

    Como ha ocurrido siempre Dios sigue confiando la misión que procede de su corazón a nosotros hombres y mujeres imperfectos, temerosos, incapaces e inadecuados, pero que puestos en sus manos y bajo su dirección son capaces de hacer proezas que exalten su nombre.

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