¿Qué haría Jesús si fuera el pastor de mi iglesia?

Hoy tenemos el deber de alzar nuestra voz por los que no tienen voz, pero también de interceder y amar a todos, incluso a los que desean anular la voz de los demás.

    10 DE FEBRERO DE 2023 · 08:00

    Una escena de Jesús en 'La Pasión' de Mel Gibson,Jesús, Jesucristo
    Una escena de Jesús en 'La Pasión' de Mel Gibson

    En las últimas notas hablamos de la iglesia ante el cambio de época y dijimos que estábamos viviendo en medio de lo que llamamos la hipermodernidad y esto requiere una iglesia con mayor dependencia de Dios, santidad, visión y acción integral, en definitiva, una iglesia más parecida al modelo novotestamentario.

    Luego escribimos acerca de ¿Cómo sería mi iglesia si Jesús fuera el pastor? En esa oportunidad escribimos que no nos imaginábamos a Jesús esperando que las personas vayan a verlo a la iglesia o a la oficina pastoral, sino por el contrario yendo él al encuentro de los necesitados, de los enfermos, de los pobres (una iglesia cercana).

    Asimismo, mencionamos que no creíamos que Jesús mantendría distancia de las personas, su lugar, su status, su posición clerical (una iglesia humilde). Que no nos imaginábamos a la iglesia que Jesús pastoreara fuera descentrada de los ejes de la santidad, la misericordia y el amor (una iglesia que muestre a Dios); y finalmente que no veíamos a la luz de los Evangelios a Jesús enredado en los negocios del imperio romano, tratando de influir políticamente con sus principios en el devenir cotidiano del imperio (una iglesia de influencia, pero separada del mundo).

    Pero en esta oportunidad quisiera que reflexionemos sobre ¿qué haría Jesús en concreto si fuera pastor de nuestra iglesia? ¿cuáles serían los ejes vitales de su plan de acción ministerial?

    En cuanto a las prioridades, entiendo que Jesús basaría todo su ministerio y el de la iglesia en la oración, de hecho, nos dicen los Evangelios que una parte importante de su ministerio la dedicó a la oración, se retiraba a lugares aparte para orar, pasaba noches enteras orando, jamás realizó un milagro significativo sin haber orado previamente (Mt. 14:23; 26:36-46; Mr. 1:35; 6:46; Lc. 3:21; 5:16; 6:12; 22:39-46; Heb. 5:7), estar en comunión con el Padre era su deleite.

    Una oración no litúrgica, sino constante, cotidiana, sincera, genuina, que muestre una absoluta dependencia de Dios es vital en nuestras iglesias.

    En algunos lugares se ha mecanizado tanto la oración que la hemos transformado en un ítem a cumplir y no en un profundo encuentro comunitario con Dios.

    En cuanto a la visión o a la dirección de la iglesia entiendo que Jesús reafirmaría lo que hizo durante su ministerio, priorizaría hacer la voluntad de Dios por encima de cualquier otra cosa.

    Cualquiera de nosotros pensaría que todas nuestras iglesias hacen la voluntad de Dios, no se nos cruza por la cabeza lo contrario, sin embargo, no siempre los frutos demuestran esto.

    Cuando hablo de priorizar la voluntad de Dios es tener las mismas preferencias que Dios. Esto es, trabajar constantemente para que ninguno se pierda, sino que lleguen al conocimiento de Dios (II Ped. 3:9); cuando nos ponemos a pensar, la mayoría de las actividades de las iglesias no están orientadas al evangelismo sino al activismo.

    Hacer la voluntad de Dios es encarnarse en medio de la comunidad, saber realmente cuáles son las necesidades urgentes de las personas a fin de orientar la misión y el mensaje de manera pertinente y eficaz. Es llorar con los que lloran y reír con los que ríen, ser empáticos como una actitud de amor y no como una acción religiosa. Es amar incondicionalmente a todos, sin prejuicios, sin reproches, sin reparos, pero exigiendo luego del perdón divino, santidad sin la cual nadie verá al Señor (Jn 8:11; Heb 12:14).

    En cuanto a la designación del liderazgo entiendo que tendría muy en claro el sacerdocio de todo creyente (I Ped. 2:5), pero no priorizaría las designaciones de las personas por su simpatía, influencia o amiguismo sino bajo la dirección del Espíritu Santo y conforme a cómo éste reparte los dones y ministerios en la iglesia (Lc. 6:12-14), nos dice el texto mencionado: “En aquellos días él fue al monte a orar, y pasó la noche orando a Dios. Y cuando era de día, llamó a sus discípulos, y escogió a doce de ellos, a los cuales también llamó apóstoles”.

    Como no podía ser de otra manera Jesús designó a los discípulos luego de un tiempo de profunda oración y dirección del Espíritu Santo. La elección era vital, los discípulos serían en definitiva los que serían dirigidos por el Espíritu Santo para iniciar la iglesia y dar testimonio del nombre de Jesucristo a las naciones y así lo hicieron.

    En cuanto a lo cotidiano, entiendo que Jesús se escaparía de una visión sesgada, de una cosmovisión cerrada de oposición al mundo, la cual marcó la marcha de la iglesia por muchos años y ocasionó un ostracismo injustificado que nos privó de influir en cada área social.

    Por años vimos al mundo como algo “malo”, con el foco de una errónea visión pietista de alejamiento y separación, sin haber entendido que Jesús nos llamó a “estar en el mundo sin ser del mundo, no podemos hacer sin estar encarnados en el mundo (Jn. 17:15).

    En relación con el compromiso, Jesús se centraría en una iglesia que realmente esté imbuida del Evangelio de Jesucristo y sea consciente de la necesidad de las personas y sus carencias, no solo espirituales sino afectivas, económicas, laborales, sociales y familiares.

    Jesús se comprometió con las personas integralmente. Sanó a los enfermos, limpió a los leprosos, dio de comer a los hambrientos, revivió a los muertos, consoló a los que sufrían y perdonó a los pecadores. El compromiso sin acción es indiferencia, una fe sin compromiso es mera religiosidad y una acción sin la dirección del Espíritu Santo es simplemente carnalidad.

    En cuanto al impacto social, sin duda Jesús se transformaría en la voz de los que no tienen voz. Dice el libro de Proverbios: “Habla a favor de los que no pueden hablar por sí mismos; garantiza justicia para todos los abatidos. Sí, habla a favor de los pobres e indefensos, y asegúrate de que se les haga justicia” (31:8-9 NTV).

    La iglesia fue llamada a defender y hacer justicia, proclamar el año agradable del Señor. El Evangelio trajo dignidad a las personas, equiparó sus derechos, asistió a los necesitados y defendió a los menesterosos y viudas. La conceptualización de la justicia social no ha cambiado.

    Hoy tenemos el deber de alzar nuestra voz por los que no tienen voz, pero también de interceder y amar a todos, incluso a los que desean anular la voz de los demás. A veces no nos damos cuenta que esto no es fácil de hacer, muchas veces la multitud levanta al becerro en el desierto, pide a gritos que suelten a Barrabas, confunden con Satán la obra del Espíritu Santo o piensan que los llenos del Espíritu Santo están llenos de mosto. Pero Dios pesa los corazones y sabe que somos llamados a actuar en justicia y con misericordia.

    Finalmente, en cuanto a la comunicación y la conceptualización del éxito entiendo que Jesús sabría comunicar adecuadamente el mensaje del Evangelio. Tenemos serios problemas para trasmitir el mensaje, si bien eso es fruto de una multiplicidad de factores, quizás los más importantes sean el aislamiento que la iglesia se autoimpuso del mundo por años, la falta de seguimiento del desarrollo social y tecnológico y fundamentalmente nuestra tendencia a la espiritualización del discurso pretendiendo que al mismo tiempo las personas logren descifrar nuestros códigos espirituales y bíblicos, sin que sepan cómo hacerlo.

    Debemos mejorar sustantivamente nuestra forma de comunicar, ser más sintéticos, precisos, claros y atractivos en la comunicación, no como excusa para licuar el mensaje sino como facilitadores comunicacionales del Evangelio, a fin de que pueda llegar y ser entendido por todos. Jesús hablaba de agricultura con los agricultores, de pesca con los pescadores, de finanzas con los ricos y recaudadores de impuestos, de autoridad con los romanos.

    En cuanto al éxito es dable destacar que tenemos preconceptos que nada tienen que ver con los principios bíblicos. Debemos anhelar ser exitosos a los ojos y con los parámetros de Dios. Gran parte de la iglesia actual se amoldó a los valores del mundo, a sus patrones, a sus esquemas a sus parámetros de éxito.

    Pensamos que son exitosos los ministerios grandes, los que movilizan gran cantidad de personas, los cultos vistosos, deslumbrantes, es lo que llamo “cultura de la plataforma”. Esto sin duda es importante porque la iglesia está llamada a salvar a la mayor cantidad de personas posibles; no obstante, el éxito en sentido bíblico se mide por los frutos, por la exteriorización y encarnación de los valores de la cultura de Jesús (“haya pues el mismo sentir que hubo también en Cristo Jesús”).

    Aunque no parezca Noé fue exitoso, aunque solo logro salvar a su familia, Jeremías fue exitoso aunque nadie lo escucho, Jesús fue exitoso aunque murió en la cruz, la iglesia finalmente fue exitosa aunque perseguida. Esos son los parámetros divinos, los de la dependencia, la obediencia y la santidad.

    ¿Qué haría Jesús si fuera pastor de mi iglesia? Es una pregunta que nos ayudará a reflexionar sobre nuestros ministerios a la luz de las Escrituras y nuestro modelo supremo, el de Jesucristo, no solamente para pensar sino para amoldar nuestras acciones a las de Jesús y nuestros ministerios al suyo. Solo se trata de hacer lo que él hizo, ejemplo nos ha dado.

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