La iglesia precisa un cambio de mentalidad

‘Zeitenwende’, un cambio de época que merece un cambio de mentalidad.

    04 DE ABRIL DE 2024 · 08:00

    Imagen de diseño propio generada por AI,mente colores, pensamientos ideas
    Imagen de diseño propio generada por AI

    La única constante es el cambio (1)

    Todos y cada uno de nosotros sabemos que vivimos en un mundo que se encuentra en constante cambio y por momentos esas modificaciones se dan de manera realmente acelerada; tal como dijo Heráclito (550 al 480 a.C.) “Lo único constante es el cambio”.

    La vertiginosidad de la vida actual encuentra su dínamo en la nueva revolución tecnológica (digital), pero su centro y motivación en el egocentrismo (1), el exacerbado individualismo del hombre, su distorsión de la voluntad de Dios al punto de llamar a lo bueno malo y a lo malo bueno (Isa. 5:20-24) y fundamentalmente a la intencionada decisión de vivir en pecado ignorando a Dios.

    No es de extrañar la sentencia del sabio Salomón: “Tan solo he hallado lo siguiente: que Dios hizo perfecto al ser humano, pero este se ha buscado demasiadas complicaciones” (Ecl. 7:29 – NVI).

    En varios artículos anteriores hemos abordado y enumerado muchos de los cambios que se están produciendo en los últimos años, algunos de los cuales se profundizaron a partir de la pandemia del covid-19, motivo por el cual no los volveremos a enumerar; pero lo cierto es que el cambio es una constante a tal punto que en Alemania la palabra “Zeitenwende” (cambio de época) fue elegida como la palabra del año por la Sociedad de la Lengua en el año 2022, y de hecho el mismo término fue utilizado por el canciller alemán Olaf Scholz en varias oportunidades para referirse a las modificaciones que tendrá en cuenta el estado alemán respecto de la seguridad de sus ciudadanos luego de la invasión de la Federación de Rusia a Ucrania.

    Todos y cada uno de nosotros somos conscientes de las transformaciones que se están produciendo a nivel global pero además cómo dichas modificaciones están replicando en cada uno de nuestros países.

    No obstante, pese a saber y conocer el cambio de época, hacia el interior de la iglesia no hemos realizado adaptaciones profundas que nos permitan adecuar nuestra comunicación y estrategia para compartir el inmutable y eterno mensaje del Evangelio en nuestras comunidades, sino que solamente hicimos modificaciones de tinte más superficial o de formas.

    Permítanme compartir algunos elementos que entiendo deben guiar nuestro cambio de mentalidad a fin de ser más pertinentes y efectivos en nuestra misión, en atención a la vertiginosidad que nos impone la realidad, lo haré en términos de procesos, entendiendo a los mismos como una secuencia de acciones que se llevan a cabo para lograr un objetivo específico. Se trata de un concepto muy versátil y aplicable a muchos ámbitos, entre ellos el religioso.

    En primer lugar, necesitamos un nuevo entendimiento de la “Gran Comisión”, esto es respecto de nuestro proceso de multiplicación. En virtud de la autoridad recibida por parte del Padre, Jesús nos ordena: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” (Mt. 28:19 – RV60).

    La expresión en el griego: “πορευθέντες μαθητεύσατε πάντα τὰ ἔθνη…” es una expresión imperativa, pero a su vez extensiva y así lo entendieron los creyentes del primer siglo: “Los que se habían dispersado predicaban la palabra por dondequiera que iban” (Hch. 8:4 - NVI). Lo señalado era absolutamente revolucionario para la idiosincrasia y cultura judía del primer siglo, Pérez Millos lo pone en estos términos:

    Los esquemas judíos tradicionales son rotos por el mandato de Jesús. Ellos admitían que los gentiles viniesen y se hiciesen prosélitos, de modo que con el tiempo participarían con ellos de su religión, pero nunca pensaron ellos en ir al mundo gentil para buscar a los perdidos. Semejante idea era hasta repugnante para ellos… La persecución sirvió, en la mano del Señor, como instrumento impulsor de los cristianos hacia la evangelización del mundo. En ese momento, por donde iba un cristiano, iba también un evangelista llevando el mensaje de salvación a todas las naciones… Es interesante apreciar que Jesús no estableció una evangelización llamando a los perdidos a escuchar el mensaje en la iglesia, sino todo lo contrario, era la iglesia, expresada en los creyentes quienes debían ir a donde los perdidos estaban y conducirlos a Jesús por medio de la evangelización. (2009, pp. 2218-2119)

    Debemos notar que el mandamiento de Jesús cuando es analizado de manera un poco más integral claramente hace alusión directa al salir, al ir afuera con el mensaje (para esto Jesús capacitó a los suyos tanto en la misión de los Doce como en la misión de los setenta – Lc. 9 y 10); y añade el Señor, cuando lo hagamos, cuando estemos batallando en las trincheras, el Enemigo no podrá vencer, pues las “puertas del infierno no prevalecerán contra la iglesia” (Mt. 16:18).

    Ahora bien, veremos que cuando hablamos con la mayoría de los líderes y pastores sobre el crecimiento y desarrollo de la iglesia piensan en términos de “miembros” o en el mejor de los casos de “creyentes” pero no en término de “discípulos”.

    De hecho, en su vocabulario cotidiano utilizan expresiones tales como: “Tenemos tantos miembros”, “Esperamos un crecimiento de tantos miembros este año”, “Tenemos tal número de personas involucradas en las actividades de la iglesia”, “Hacemos tales o cuales cosas para evangelizar la ciudad”. Es importante darnos cuenta que casi no utilizamos la palabra “discípulo” y mucho menos entendemos que la evangelización es una acción personal, diaria y permanente que cada persona que aceptó a Jesús como Señor de sus vidas está llamada a realizar y esto va mucho más allá del activismo religioso.

    De hecho, pensamos las actividades en función de un calendario eclesial pero no en función de un proceso de formación de discípulos tal como lo hizo Jesús con los Doce. La siguiente frase lo resume mejor:

    En la iglesia de hoy medimos nuestro éxito por los grandes edificios, por el número de personas que se sientan en nuestras sillas acolchadas y por la cantidad de dinero que se deposita en el plato de las ofrendas. Los primeros discípulos tenían un criterio diferente. Medían la eficacia de su ministerio con base en la madurez de sus discípulos, y por el impacto que estos tenían en la gente que los rodeaba. No medían la asistencia. Buscaban el fruto. Esperaban que los verdaderos discípulos de Jesús se reprodujeran (Lee Grady, 2022, pp. 66-67)

    Por alguna razón nuestra mentalidad se internalizó y pusimos el foco en la producción de creyentes, pero no necesariamente en la de discípulos y todo el proceso eclesial apunta o gira en torno a dicha finalidad.

    Tendemos a formar creyentes para que vivan su vida en el templo, pero no discípulos que vivan activamente la fe en su contexto, en su entorno social. Allí es donde deben constituirse en lámparas que alumbren y sal que sea capaz de salar a sus compañeros de trabajo, de estudios, vecinos, familiares, amigos y conocidos.

    Un discípulo debe tornarse en una lámpara a la cual los demás miren para tener esperanza y vivan de tal forma que los demás puedan admirarse de su fe, en medio de la Babilonia actual. No obstante, nuestros procesos de formación eclesial no tienen esta premisa en cuenta y piensan que las personas lo aprenderán con los años.

    En el siguiente artículo abordaremos cómo considerar el actual perfil o estilo de liderazgo.

     

    (1)  Vivimos en la época del antropoceno, término utilizado por los científicos para designar la era geológica actual que se distingue fundamentalmente por el papel central que desempeña el factor humano en la propiciación de cambios o modificaciones en la naturaleza y geológicos.

    Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Con sentido - La iglesia precisa un cambio de mentalidad

    0 comentarios