Una espiritualidad diferente marca el fin de las religiones

Lamentablemente no construimos el futuro, simplemente dejamos que nos sorprenda.

    25 DE SEPTIEMBRE DE 2024 · 08:00

    Adel Grober, Unsplash,meditación oriental, yoga asana
    Adel Grober, Unsplash

    No podemos negar que vivimos en tiempos cambiantes, vertiginosos, complejos, marcados por el hedonismo y con un hilo conductor común, la exaltación del individuo.

    Pero los cristianos ya sabemos lo que Jesús anunció antes de la cruz, como señales de los tiempos finales (Mt. 24:1-51; Lc. 21:5-36), por ende, esto no debería ser nuevo para nosotros. Hoy más que nunca necesitamos ser entendidos en los tiempos (I Cro. 12:32), saber discernir nuestra época y contexto a fin de ser más eficientes en la proclamación del Evangelio y llevar a las personas en donde ellas se encuentren hacia la esperanza que brinda la cruz y el perdón y restauración que solo el Espíritu Santo puede darles.

    No obstante, los ministros, los líderes en líneas generales no observan ni se preocupan por conocer su contexto social y comunitario (Jn. 2:23-25), no levantan la cabeza para ver las características del campo que hay que cosechar, muchas veces pasan a nuestro lado las complejidades del cambio y desde nuestra posición ni siquiera nos damos cuenta.

    Es que lamentablemente no construimos el futuro, simplemente dejamos que nos sorprenda, no somos entendidos para verlo venir, simplemente nos impacta. No influenciamos lo suficiente ni marcamos el ritmo que deben llevar nuestras comunidades (Hch. 17:6). Siempre me llamo la atención dos frases que se repiten en los Evangelios una y otra vez: “Jesús recorría las aldeas”, “las multitudes iban detrás de Jesús”, no iban detrás de Gamaliel, o de Anás, o de Caifas, o de Nicodemo, iban detrás de Jesús, sabían que solo el Señor podía transformar sus realidades.

    Es cierto, la gente seguía a Jesús por la especulación del milagro que podían recibir, pero no menos cierto es que todos, más allá de su reacción escuchaban y eran sorprendidos por el poder del Evangelio. Pero en medio del gentío, Jesús se tomó el tiempo para hablar con la mujer samaritana, era capaz de detenerse ante el clamor del ciego, o tener compasión de la mujer siro-fenicia, o darse cuenta que alguien lo había tocado como la mujer con el flujo de sangre. Todos y cada uno de esos momentos eran indicativos de que el bosque nunca impidió que Jesús vea a cada árbol. Ninguna persona que se había encontrado con Jesús podía seguir indiferente a Él.

    Las cosas han cambiado y hoy pese al crecimiento de las iglesias evangélicas en el mundo hispanohablante, debemos concluir que la pertenencia no es influencia, es correcto que aumenta el número de nuevos creyentes, pero también se incrementan los niveles de deserción, de los que dejan de congregarse, de los que ya no asisten, los llamados “exiliados evangélicos”.

    No vale la pena detenerse en el análisis particular, habría que dedicarle un artículo en sí, pero muchos son los estudios que dan cuenta de que la tasa de pérdida lamentablemente crece de manera sostenible en toda Europa, en los Estados Unidos y en cada uno de nuestros países de Latinoamérica, al punto de que según el caso de cada 10 evangélicos que en una encuesta contestarían afirmativamente, solo se congregan entre tres y cinco de ellos.

    Si a los laberintos sociales del tiempo presente, le sumamos nuestro desinterés en indagar sobre nuestras comunidades, sobre las necesidades sentidas y urgentes de las personas y solamente las intuimos (recordemos que Jesús nunca hizo un milagro individual sin antes hablar con las personas) y fundamentalmente las características de la nueva espiritualidad laica, veremos cómo paulatinamente iremos perdiendo impacto y pertinencia en nuestra misión, hasta simplemente convertirnos en un conjunto de ritos y normas legales que nos harán desbarrancar por el camino de la religión. Tendremos momentos de gloria sin misión, indiferencia sin amor y legalismo sin santidad, corremos el peligro de volver a repetir la historia.

    En este contexto viene a mi mente la sentencia de Mariá Corbí[1] acerca del fin de las religiones, escribe: “La época de las religiones tal como se vivieron en occidente, va camino a su fin, o como mínimo va camino a quedar en los márgenes de la marcha de la cultura. En la mayoría de los países desarrollados ya está en los márgenes” (2007, p.150).

    Antes de la afirmación citada habla del ejemplo de la copa y el vino. En efecto, muchas pensamos que la única forma que hay de tomar vino es en una copa y no de ninguna otra manera, a tal punto que terminamos transformando al mismo vino en una simple copa. Es lo que a veces terminamos haciendo nosotros, pensamos que la anchura, la longitud, la profundidad y la altura del amor de Cristo puede ser contenido por un conjunto de ritos litúrgicos y actividades eclesiásticas; como si el vino no pudiera derramar la copa o servirse en otro recipiente o incluso ir más allá de la copa.

    Vivimos tiempos en los cuales las personas viven su espiritualidad más allá de las fronteras impuestas por la religión; una espiritualidad amorfa, no institucionalizada, en palabras de Corbí, una “espiritualidad laica” que busca a Dios, pero no necesariamente responde a los parámetros institucionalizados de la fe. Una fe más descontracturada, menos formal, imprecisa y centrada en la experiencia[2].

    También el mundo de la fe cambio en los últimos cuarenta años y no nos dimos cuenta, estuvimos tan centrados en las agendas y calendarios, en las formas sin frescura que terminamos dándole a las personas un placebo espiritual que no les permitió echar raíces en Cristo y crecer naturalmente, es la consecuencia de años de púlpitos sin Biblia, de oración sin pasión y de activismo sin misión.

    Jesús en términos sociológicos, resignificó la Ley de Moisés y la cumplió conforme al corazón de Dios, se atrevió a ir más allá de las fronteras del judaísmo para adentrarse en las profundidades del Espíritu de Dios (Lc. 4:18-20), por eso su mirada hacia las personas era diferente, no estaba parado sobre la colina de la indiferencia sino en el campo del amor y la entrega.

    Las personas notaron la diferencia, toda la sociedad de su tiempo fue conmovida, es cierto hubo enemigos que lo llevaron a la cruz, pero no pudieron dejar de reconocer que Jesús era diferente, distinto. Los cimientos fueron sacudidos y con su sufrimiento y muerte el velo del templo se rasgó Los discípulos aprendieron del Maestro a ir más allá de la normalidad, de la rutina de la fe y arriesgaron sus propias vidas para doblegar el poder imperial a través del amor sacrificial y la entrega incondicional. Finalmente, también Roma tembló ante el poder de la cruz.

    A mi juicio debemos salir de la intrascendencia eclesiástica, de nuestra invisibilidad cristiana[3] que solo logra nimiedades (día de las iglesias evangélicas, reconocimiento oficial, entrega de diplomas y honores, reconocimientos impositivos) y comenzar a conocer en profundidad nuestro contexto y hacer planes, acciones concretas contextuales para alcanzarlos y transformarlos. A preocuparnos por las personas e ir a ellas sin esperar que vengan, a batallar en oración y santidad contra las huestes de maldad, levantar nuestra voz profética y denunciar el pecado, la corrupción, la maldad, ser la vox de los que no tienen voz; al tiempo que damos ejemplo en hacer las cosas que fuimos llamados a hacer (Mt. 5-7) y vivimos conforme al ejemplo recibido (Jn. 13:15). No tenemos tiempo para seguir priorizando las agendas pastorales, para esperar que el cambio lo haga otro, para lamentarnos por nuestro poco impacto o pensar que el vino solo se puede servir en copas.

    Será menester que nosotros comencemos a construir el futuro para que deje de sorprendernos, pero para esto necesitamos iglesias con estructuras ágiles que se muevan por dones y no solamente por organigramas. Preocuparnos por las personas en la situación y el lugar en donde ellas se encuentran (conocer el contexto, indagar, hablar, encuestar, entrevistar, orar, ir, acompañar, ordenar). Abandonar el recuerdo de los milagros del ayer, de lo que Dios hizo en nosotros hace años, y comenzar a vivir milagros cotidianos que den cuenta del poder sobrenatural de Dios en nuestras vidas y en la vida de quienes nos rodean.

    Necesitamos ser mensajeros eficientes en donde Dios nos colocó (escuela, universidad, trabajo, empresa, comercio, vecindario), el Espíritu Santo anhela usarnos a nosotros para transformar nuestro ambiente, no a los demás. Será menester en definitiva recrear el Evangelio haciendo lo que Él haría en nuestro lugar, pero no como una linda frase sino como una acción capaz de transformar la realidad de las personas que nos rodean.

    Es hora de que, ante una espiritualidad laica, difusa, apática y no institucionalizada entendamos que una copa no alcanza para contener el vino y llevarlo a las personas. Abrir nuestra mente y ser sensibles a la voz del Espíritu Santo guiándonos por Su Palabra hoy es más que necesario e imprescindible que nunca. Necesitamos limpiar nuestros ojos con colirio y ver a las personas por encima del templo y a la misión más allá de las actividades.

    Entender que la forma de creer de las personas ha cambiado, pero no la fe de las personas en Dios.

     

    Bibliografía

    Corbí, Mariá (2007). Hacia una espiritualidad laica. Sin creencias, sin religiones, sin dioses. Barcelona. Editorial Herder

     

    [1] Marià Corbí o Mariano Corbí (Valencia, 1932) es doctor en filosofía y licenciado en teología. En 1999 impulsó la creación del CETR (Centro de Estudios de las Tradiciones de Sabiduría), con sede en Barcelona, que dirige desde entonces. Ha sido profesor de la ESADE, de la Fundación Vidal y Barraquer y del Instituto de Teología Fundamental de Barcelona

    [2] Fue definida como: “religión invisible” (Luckmann, 1973); “la revancha de Dios” (Pierucci, 1978); “bricolaje religioso” (Luckmann, 1979); “espiritualismo de evasión” (Documento de Puebla, 1979); “religión emocional”, “diseminada”, “de bienestar” “cesta de creencias” (Mardones, 1996); “cuentapropismo religioso” (Mallimaci, 1999); “religión difusa” (Herviue-Léger, 2005); “dios personal” (Beck 2009); “religión a la carta” –self service religioso- (Lenoir, 2005); “fe sin creencias” (Corbí, 2007); “religión emocional” (Mallimaci, 2008); “religión de dios personal” (Beck, 2009), entre otras.

    Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Con sentido - Una espiritualidad diferente marca el fin de las religiones

    1 comentarios
    1 24/09/2024 · 18:03h
    jorge varon
    La ignorancia de la advertencia bíblica: "El reino de Dios no consiste en palabras sino en poder" 1Cor 4:20 es la clave para entender porqué otras "espiritualidades" brujería, rituales, nueva-era etc. ,con sus engaños, están ofreciendo una falsa alternativa al cristianismo o mejor al mensaje de Jesus. Una predicación reducida a giros literarios o manipulación emocional, conduce a "años de púlpitos sin Biblia, de oración sin pasión" Se debe buscar de nuevo el Poder de Dios que revele al Dios Vivo