Amor, sacrificio, señales y prodigios

La iglesia primitiva impactó las ciudades por medio de un profundo proceso de transformación social y espiritual.

13 DE FEBRERO DE 2019 · 12:00

Samuel Zeller, Unsplash,pareja columnas, columnas antiguas
Samuel Zeller, Unsplash

Seguiremos analizando de qué manera la iglesia del primer siglo logró transformar el Imperio Romano anunciando y viviendo la luz del Evangelio.

En esta parte nos toca analizar el segundo procedimiento llevado a cabo por nuestros hermanos. Nos detendremos en el proceso de transformación social realizado con base fundamental en el amor y la misericordia. A tal fin nos permitimos enumerar sus principales características.

En primer lugar, cabe mencionar que los primeros discípulos encarnaron el sentir de Cristo y amaron hasta el sacrificio. Uno de los pasajes más maravillosos del Nuevo Testamento, es la sentencia del apóstol Pablo relativa a nuestro deber ser:

Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra, y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre. (Fil. 2:5-11).

Los discípulos habían convivido con Jesús, vieron su amor y misericordia, la disposición a pagar el alto precio de la cruz, y esto se hizo carne en ellos. A tal punto llegaron a parecerse a Jesús que hablaban como él, actuaban como él, amaban como él, sentían como él. Lo natural fue entonces, que la gente que los veía, que los escuchaba, que los observaba a partir de sus obras y frutos, los asemejaran a ese al que le decían el Cristo.

Ahora bien, ¿qué era lo que había en los seguidores de Jesús, que los impulsaba a ser semejantes a Cristo? Porque iban a la cárcel cantando cánticos e himnos espirituales, porque no dudaban en seguir testificando de Jesús, aún cercanos a la muerte; porque daban todo lo que tenían y lo repartían a los pobres; ¿qué los motivaba a sufrir en paciencia, tribulaciones, necesidades, angustias, azotes, cárceles, tumultos, trabajos, desvelos, ayunos, (II Co. 6:4-5)?

Era sin duda el poder del Espíritu Santo en sus vidas y el amor de Dios manifestándose a través de ellos, como así también, un fantástico espíritu de gratitud y adoración hacia aquel que les había dado la salvación. Pero ¿cuál es la dimensión más exacta (desde mi punto de vista) que se le puede dar a este concepto de “sentir como Cristo”? Simplemente tener el mismo amor hacia los pecadores, los necesitados y los que sufren, que tuvo Jesús.

Convertirnos en un instrumento santificado que él pueda usar para alcanzar a muchos; ser las manos que él utilice para levantar al caído y sostener al de poco ánimo; ser los ojos que él use para derramar lágrimas implorando la misericordia divina a favor de aquellos que rechazan su Palabra y poder ver la realidad de los que sufren; ser los oídos que él use para escuchar el dolor del prójimo; ser la boca que él use para anunciar las Buenas Nuevas; ser los pies que él use para llevar su Palabra hasta los confines de la Tierra. En definitiva, habrá en nosotros “el mismo sentir que hubo también en Cristo Jesús” cuando estemos dispuestos a ser como él fue y actuar como él actuó. Esto que suena tan bien y todos lo sabemos intelectualmente es tremendamente difícil llevarlo a la práctica, encarnar el Sermón del Monte es solo para auténticos cristianos.

Si diéramos un rápido vistazo a la historia de la iglesia primitiva nos daríamos cuenta de que alrededor del año 64 (d. de J.C.), bajo el reinado de Nerón, comenzaron las persecuciones más fuertes y sanguinarias contra los cristianos. A partir de allí podríamos mencionar adicionalmente las persecuciones que tuvieron lugar bajo los reinados de Domiciano, Decio, Valeriano, Diocleciano, hablar de los mártires africanos, etcétera. Pero el objetivo en este punto es comprender que no solamente estaba en ellos el mismo sentir que hubo en Cristo Jesús, sino que además eran capaces de amar hasta el sacrificio; y esto no lo digo para que nosotros salgamos corriendo y pretendamos transformarnos en mártires (aunque en la actualidad, en varias partes del mundo, tenemos hermanos que lo son), pero sí para darnos cuenta que no podemos optar, no tenemos alternativas, o estamos dispuestos a dar todo por Cristo o sencillamente no hemos entendido lo que significar el mensaje de la cruz.

No puedo dejar pasar por alto una cita sumamente gráfica que nos da Justo González:

Además de matar a los cristianos, se les hizo servir de entretenimiento para el pueblo, se les vistió con pieles de bestias para que los perros los mataran a dentadas. Otros fueron crucificados y otros quemados a fuego al caer la noche para que iluminaran la calles. Todo esto hizo que se despertara la misericordia del pueblo, aún contra esta gente que aparentemente merecía un castigo ejemplar, pues veía que no se les destruía para el bien público sino para satisfacer la crueldad de una sola persona, Nerón (1997, p.52).

El amor sacrificial de Cristo es el que fuimos llamados a imitar. Su misericordia es la que debemos encarnar, su compasión la que debemos reflejar. Para algunos seremos débiles, para otros ingenuos, para otros locos, pero ciertamente para Jesús, seremos hacedores de su Palabra y fieles testigos del Nuevo Pacto en su sangre.

La segunda manera de transformación utilizada fue la realización de milagros y prodigios en el nombre de Jesús. Debemos resaltar que más allá de las consideraciones que en el presente podamos realizar, cada una de las manifestaciones del poder de Dios ocurridas ante la predicación de la iglesia primitiva, eran resultados del clamor y las lágrimas que seguramente vertieron los primeros discípulos.

Los prodigios y señales si bien facilitaron la aceptación por fe del Evangelio, de manera acabada manifestaron el amor de Dios hacia todos los que creían en fe. Es realmente transformador el poder del amor y la compasión, es revolucionario el sufrir con los que sufren y llorar con los que lloran, por sobre todas las cosas el ser instrumentos de restauración que pueda usar el Espíritu Santo.

A lo largo de la historia mucho se ha hablado respecto de los milagros ocurridos en el seno de la incipiente iglesia, cierto es que más allá de lo portentoso que ello pudiera resultar, o de la discusión teológica que puede generarse acerca de si los milagros son para hoy o no, lo que debemos saber y tomar para nosotros es que Dios actuó poderosamente en medio y a través de una iglesia absolutamente consagrada a él.

Asimismo, debemos advertir que, en nuestro contexto cultural individualista, autónomo y desinstitucionalizado no es fácil propender a cumplir los parámetros establecidos por los Evangelios.

No obstante, el parámetro de amor al prójimo e incluso a nuestros enemigos (todo lo que se opone a Dios y Su Palabra) sigue siendo un mandato a cumplir en obediencia, las señales y prodigios deben acompañar nuestra fe y por sobre todas las cosas la entrega y el sacrificio deben seguir siendo una bandera a levantar por la iglesia.

 

Bibliografía:

Justo Gonzalez, (1997). Historia del cristianismo – Tomo I, USA. Editorial Unilit.

Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Con sentido - Amor, sacrificio, señales y prodigios