¿Qué pasó aquella semana que llaman santa?

La resurrección fue su esperanza en medio del terror angustiante y la experiencia psicológicamente desintegradora de tortura y crucifixión.

14 DE ABRIL DE 2019 · 08:00

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Jesús orando en Getsemaní

Por estos días el mundo occidental centra su atención en rememorar los padecimientos del hombre que dividió en dos la historia de la humanidad: Jesucristo.

En una pequeña montaña de Jerusalén llamada Getsemaní Jesús aguardaba el momento en que llegaría a él un grupo de soldados romanos para apresarlo.

Lo colgarían a una cruz porque los escribas y fariseos, miembros del Sanedrín (tribunal supremo del judaísmo de la época) no podían aceptar que aquel hombre afirmase ser Dios.

Por esa supuesta blasfemia, el maestro y benefactor de multitudes moriría; mientras que el gobernador del Imperio de esas tierras (Pilato) calificaba como algo insignificante este lío entre “religiosos” israelitas.

Durante esas largas horas en Getsemaní Jesús experimentó una profunda tristeza y una terrible angustia.

Él sabía lo que le ocurriría, por ello le rogó al Padre que si existía una opción distinta a su condena de muerte, que por favor la llevara a cabo. Demostró con esa petición lo que ya sabemos, que la proximidad de la muerte es para cualquier ser humano  motivo de gran aflicción.

Pero en esa misma solicitud “getsemaniana” Jesús le subrayó al Padre que hiciera Su voluntad y no el deseo de su miedo. ¡Nadie podría superar jamás semejante valentía, acto de amor por la humanidad, y gesto de obediencia al Dios Padre!

Pero, Jesús no sólo sabía que moriría; él también sabía que resucitaría. Lo segundo no hacía que lo primero se esfumara de su mente,  pero en cierta forma lo minimizaba.

La resurrección, o sea, volver a vivir después de morir, fue su esperanza en medio del terror angustiante de una experiencia tan psicológicamente desintegradora como la tortura, tratos crueles y crucifixión… Pero saberse resucitado era el enfoque de su mente y alma, era la razón para ser valiente ante el dolor de la muerte.

Y ese hecho histórico, la resurrección de Cristo aquel domingo, le dio vida al cristianismo, no como la cosa religiosa en la que siglos después la convertirían los jerarcas del hoy llamado catolicismo romano, sino en el argumento más tangible para convertirse y permanecer en la fe de Jesucristo.

Con lo antes dicho quiero significar que la Semana Santa debe ser la mejor ocasión para dar gracias a Dios por la consumación del sacrificio de su Hijo y, más allá de eso, celebrar que Cristo resucitó, y que ésta es la misma esperanza que pueden tener todos aquellos que le confiesan como el dueño de sus vidas y se disponen cada día a vivir de acuerdo a sus principios; orientaciones manifestadas en el Libro Inspirado de Arriba.

La desobediencia de un hombre (Adán) le dio inicio al fenómeno de la muerte, por eso Dios decidió que debía ser la muerte de un hombre (Jesús), lo que le devolviera al ser humano la vida eterna que gozaba al principio de su creación… Con ese derecho que le otorgó su acción salvadora, Jesucristo dijo: “Quien crea en mi aunque esté muerto vivirá” (Juan 6:54).

 

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