La verdad no es antigua, es eterna

La autoridad de Jesús no se fundamenta en el tiempo, sino en la eternidad.

01 DE ENERO DE 2023 · 08:00

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Gif Frame, Unsplash

En su búsqueda de la verdad, la humanidad en general a todo lo largo de la historia ha tenido la tendencia a relacionar la verdad con todo lo que pueda exhibir a su favor antigüedad y permanencia.

No en vano la sabiduría clásica de los griegos mantiene vigencia y suscita todavía el respeto y la admiración de los más grandes pensadores contemporáneos, al punto que el Renacimiento y el Humanismo obedecieron al deseo de tener de nuevo acceso directo a las obras clásicas de la antigüedad.

Y aún al margen de la fe, gran parte de la reverencia que despierta hoy la Biblia se debe a su gran antigüedad. Sin embargo, hay textos sagrados del Lejano Oriente (India) tanto o más antiguos que la Biblia y, de hecho, los budistas y otros seguidores de religiones orientales reclaman para ellas superioridad sobre el cristianismo argumentando su mayor antigüedad.

Pero ni la antigüedad ni la novedad son un criterio definitivo para establecer la verdad, pues tampoco la ciencia moderna, con todo y sus más recientes y deslumbrantes descubrimientos y avances puede arrogarse el monopolio de la verdad.

De hecho, la superioridad del cristianismo no radica en su antigüedad. Ni siquiera tomando en cuenta la antigüedad del Antiguo Testamento dentro de estas consideraciones. Después de todo y a diferencia de Moisés, Buda, Confucio, Lao Tsé y Mahoma, entre otros, Cristo no vino a existir al encarnarse como hombre en un determinado momento histórico, hace poco más de 2000 años, como en efecto sucedió: “Y el Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros. Y hemos contemplado su gloria, la gloria que corresponde al Hijo unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Juan 1:14); “Pero, cuando se cumplió el plazo, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley” (Gálatas 4:4).

Porque sin perjuicio de lo anterior, Cristo es preexistente, es decir que existe desde la eternidad, como lo anunció el profeta: “Pero de ti, Belén Efrata, pequeña entre los clanes de Judá, saldrá el que gobernará a Israel; sus orígenes se remontan hasta la antigüedad, hasta tiempos inmemoriales” (Miqueas 5:2); y lo confirman los apóstoles: “En el principio ya existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba con Dios en el principio” (Juan 1:1-2); “Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación, porque por medio de él fueron creadas todas las cosas en el cielo y en la tierra, visibles e invisibles, sean tronos, poderes, principados o autoridades: todo ha sido creado por medio de él y para él. Él es anterior a todas las cosas, que por medio de él forman un todo coherente” (Colosenses 1:15-17); “Dios, que muchas veces y de varias maneras habló a nuestros antepasados en otras épocas por medio de los profetas, en estos días finales nos ha hablado por medio de su Hijo. A este lo designó heredero de todo, y por medio de él hizo el universo. El Hijo es el resplandor de la gloria de Dios, la fiel imagen de lo que él es, y el que sostiene todas las cosas con su palabra poderosa…” (Hebreos 1:1-3).

La autoridad de Jesús no se fundamenta, pues, en el tiempo, sino en la eternidad, según lo afirmó Él mismo cuando dijo: “─Ciertamente les aseguro que, antes de que Abraham naciera, ¡yo soy!” (Juan 8:58), en donde más que una defectuosa conjugación del verbo ser, Él se refiere a sí mismo con el nombre propio reservado sólo para Dios en el Antiguo Testamento, según le fue revelado a Moisés en su momento: “─Yo soy el que soy ─respondió Dios a Moisés─. Y esto es lo que tienes que decirles a los israelitas: ‘Yo soy me ha enviado a ustedes” (Éxodo 3:14).

No es casual, entonces, que utilizara esta expresión en más de una ocasión en el mismo sentido para dejar claramente establecida su identidad divina sin referencia al tiempo: “Por eso Jesús añadió: ─Cuando hayan levantado al Hijo del hombre, sabrán ustedes que yo soy, y que no hago nada por mi propia cuenta, sino que hablo conforme a lo que el Padre me ha enseñado… »Les digo esto ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda crean que yo soy… Jesús, que sabía todo lo que le iba a suceder, les salió al encuentro. ─¿A quién buscan? ─les preguntó. ─A Jesús de Nazaret ─contestaron. ─Yo soy… Cuando Jesús les dijo: «Yo soy», dieron un paso atrás y se desplomaron” (Juan 8:28; 13:19; 18:4-6); “Yo soy el Alfa y la Omega ─dice el Señor Dios─, el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso” (Apocalipsis 1:8).

Es por eso que el tiempo es irrelevante para justificar la autoridad final del evangelio, porque cuando Cristo hablaba, no hablaba la antigüedad; hablaba la indisputable eternidad con todo el peso y el tono urgente e imperativo que únicamente la eternidad puede tener: “Por eso les he dicho que morirán en sus pecados… si no creen que yo soy el que afirmo ser…” (Juan 8:24).

Es significativo que, para establecer su ubicación en la cronología que la historia recoge, no se afirme que Cristo vivió 500 años después de Buda, sino que Buda vivió 500 años antes de Cristo. Por todo esto, como bien se ha dicho al respecto: “El tiempo no debe ser un factor de antigüedad… Los que definen la verdad por el calendario marchan en contra del que creó el tiempo… ¿Cómo puede el tiempo disputar con la eternidad?”

Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Creer y comprender - La verdad no es antigua, es eterna