El fracaso de la autoayuda y la confesión positiva

El mundo llama a los que cree capacitados pero Dios capacita a los son llamados.

12 DE NOVIEMBRE DE 2021 · 08:00

Nikko Macaspac, Unsplash,persona ahogándose
Nikko Macaspac, Unsplash

Uno de los legados de la modernidad fue el haber otorgado a la psicología el reconocimiento pleno como ciencia gracias, en gran medida, a los estudios sobre psicología profunda llevados a cabo por Freud y los más destacados exponentes de las diferentes escuelas psicoanalíticas surgidas en Viena y las terapias resultantes de cada una de estas escuelas.

La posmodernidad no ha podido escapar a esta tendencia de modo que, dando continuidad en un nivel más popular y asequible a las terapias psicoanalíticas, ha visto entonces el surgimiento cada vez más explosivo de todo un movimiento que, prescindiendo ya del terapeuta de turno, pretende poner al alcance de todo el que lo desee los principios terapéuticos dominados anteriormente tan sólo por estos especialistas.

Así, estamos siendo testigos de una moda global que ha dado lugar a seminarios, charlas, conferencias, talleres, libros y a todo un movimiento casi industrial por cuenta de muchos “calificados” expertos conocedores de estos principios que se enriquecen divulgándolos y disertando alrededor de ese propósito que podríamos muy bien designar como la “autoayuda”.

Expertos que, mirados con objetividad, lo único que hacen en buena parte de sus exposiciones es plagiar y secularizar (1) principios ya probados y eficaces que han estado siempre en la Biblia sin darle el crédito correspondiente y sin pagar derechos de autor.

Se ha llegado incluso a afirmar en respaldo de este movimiento que Dios nos anima diciéndonos: “Ayúdate que yo te ayudaré”, lema muy popular pero engañoso que muchos han llegado a pensar que se encuentra textualmente en la Biblia misma.

Pero nada hay más equivocado. No sólo porque esta frase no se encuentra de ningún modo en la Biblia, sino también porque la idea que transmite es contraria a ella, pues presume equivocadamente, no sólo que podemos ayudarnos a nosotros mismos, sino también que una vez que lo intentamos, Dios entonces refuerza nuestra intención poniendo también sus recursos al servicio de aquella.

 

Autoayuda y ayuda de Dios

Ahora bien, es cierto que la Biblia y la historia documentan de sobra multitud de ocasiones en que Dios acude en ayuda de los suyos, pero Dios no ayuda a quien no se rinde primero por completo a Él con humildad, arrepentimiento y fe, reconociendo al mismo tiempo su impotencia al actuar con independencia de Él.

No se trata, pues, de pretender alinear a Dios con nuestros deseos y propósitos egoístas, sino de rendirnos nosotros a Él reconociendo nuestra radical impotencia para, una vez redimidos y facultados por Él, alinearnos nosotros con sus propósitos más elevados, ahora sí con toda la ventaja de nuestro lado para llevarlos a feliz término.

Bien se dice que el mundo llama a los capacitados pero que Dios capacita verdaderamente a los llamados. En efecto, cualquier capacidad o competencia que poseamos no es, entonces, mérito nuestro, sino de Dios. Es por eso que la moda actual de la autoayuda en último término no es más que un espejismo condenado a la desilusión y al fracaso, en la medida en que estas iniciativas se emprenden sin reconocer nuestra impotencia ante Dios rindiéndonos por completo a Él, para únicamente así poder recibir de su mano las facultades de las que carecemos.

Bien lo dijo el profeta: “… ¡Maldito el que se apoya en su propia fuerza y aparta su corazón del Señor!” (Jeremías 17:5). Walker Percy lo resume de este modo: “Uno no puede ayudarse a sí mismo. Esa es la mala noticia, el común denominador de la humanidad y el elemento definitorio de la tragedia moderna. Los que persisten en creer que el yo puede de veras ayudarse a sí mismo, inevitablemente perderán la esperanza, porque están comprando ilusiones”

Adicionalmente, el intento por vincular a Dios con el movimiento secular de autoayuda, infiltrando el mensaje del evangelio con estas ideas ajenas a la Biblia para hacerlas pasar por ideas bíblicas, lo único que logra es degradar en la práctica la auténtica espiritualidad cristiana para convertirla en magia vulgar por la cual, en vez de someternos a Dios sin reservas para servir a Su causa, buscamos fórmulas que nos sirvan para poner a Dios al servicio de nuestra causa personal, algo a lo cual Dios no se presta.

 

"Confesión positiva" y Palabra de Dios

De hecho, una de las manifestaciones más claras del movimiento de autoayuda, sutilmente presentada con un rótulo cristiano es la llamada “confesión positiva”, respecto de la cual el recientemente fallecido evangelista David Wilkerson dijo con incisiva precisión que: “La iglesia antes confesaba sus pecados, ahora confiesa sus derechos”

En efecto, “actitud mental positiva” y “confesión positiva” son expresiones del pensamiento secular extraídas del movimiento de autoayuda y autosuperación que ha invadido a Occidente, incluyendo a amplios sectores de la iglesia en donde se pretenden hacer pasar engañosamente como expresiones y prácticas con fundamento bíblico.

La sobredimensionada noción secular de la autoestima o amor propio ha terminado promoviendo también en la iglesia la idea de que toda palabra, idea o pensamiento que conlleve la exaltación del ego, es siempre buena, constructiva y recomendable. Bajo esta creencia ha llegado a afirmarse que toda expresión hablada debe ser “positiva”, entendiendo por “positivo” todo lo que enaltezca el “yo” y contribuya así, supuestamente, a la realización personal de la persona. De este modo, contrario al uso bíblico y habitual del término, la “confesión” ha dejado de ser un sentido, contrito y humilde reconocimiento de nuestros pecados ante Dios, acompañado del arrepentimiento y la solicitud de perdón correspondientes, para llegar a convertirse en una exigencia de derechos que se consideran privativos e intransferibles del individuo humano.

La “confesión” de la iglesia ya no consiste, entonces, en aceptar la sentencia justa que Dios pronuncia sobre nuestros pecados, sino en el velado reclamo que le hacemos para que Dios nos dé todo lo que creemos que nos corresponde, como si no tuviera más opción. Por eso es necesario recordar que la confesión más “positiva”, honesta y veraz que un ser humano puede hacer es la de reconocer a Dios en Jesucristo y aceptar sus pecados delante de Él, pues solamente así se puede alcanzar el perdón que Dios otorga a los que acuden con esta correcta actitud para comenzar luego a disfrutar de la vida preparada por Dios de antemano para cada uno de nosotros, contribuyendo de este modo a la realización de Sus propósitos en el mundo, con la seguridad de que éste es el único modo de realizarnos personalmente, ver suplidas nuestras necesidades y deseos legítimos y cumplir el propósito para el cual fuimos creados, en concordancia con lo expresado por el apóstol: “Si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y nos limpiará de toda maldad” (1 Juan 1:9)

Dave Hunt nos aclara mejor el punto al declarar: Lo que Dios dijo… sucedió no porque Dios ‘lo dijera’, sino porque fue ‘Dios’ quien lo dijo… El poder está en Dios, no en las palabras”. Así, las palabras no tienen un poder mágico por sí mismas con independencia de quien las pronuncie.

La Biblia nos revela que Dios llevó a cabo la creación mediante su palabra y que toda la creación se sostiene con el poder que reside en ella: “El Hijo es el resplandor de la gloria de Dios, la fiel imagen de lo que él es, y el que sostiene todas las cosas con su palabra poderosa…” (Hebreos 1:3). De hecho, si tenemos en cuenta que Jesucristo es el Verbo o la Palabra de Dios hecha hombre, es comprensible que Dios haya llevado a cabo la creación mediante Su palabra, pues ésta no es otra que Cristo mismo, la segunda persona de la Trinidad divina participando activa y decisivamente en la creación.

Establecido lo anterior, no podemos olvidar que el énfasis de la expresión “palabra de Dios” está puesto en Dios y no en la palabra por sí sola. Es decir que la palabra tiene poder creativo porque es la palabra de Dios y no por el presunto poder de las palabras en sí mismas o por sí solas. Las palabras pronunciadas por Dios tienen poder creativo por ser Dios quien las pronuncia y no porque en las palabras exista un poder inherente de tipo mágico. Las palabras de Dios son órdenes cuyo cumplimiento está garantizado en razón a que es Dios quien las pronuncia.

No podemos, por lo tanto, atribuir un poder creativo de carácter mágico a las palabras con independencia de quien las pronuncie o de a quien pertenezcan, como lo pretende el movimiento de la “confesión positiva” dentro de la iglesia que confiere a las palabras humanas un poder similar al de la palabra de Dios, llegando a popularizar un discutible lema de la “autoayuda” cristiana que afirma que: “Lo que dices recibes”.

Ahora bien, las palabras irreflexivas pronunciadas al descuido sí pueden generar a la larga efectos imprevisibles que, como un boomerang, terminen volviéndose contra quien las profirió en principio, pasándole así cuenta de cobro. De modo similar, las palabras pronunciadas por personas que se encuentran en posiciones de autoridad pueden tener consecuencias irreversibles. A esto se refería Salomón cuando dijo: “En la lengua hay poder de vida y muerte; quienes la aman comerán de su fruto” (Proverbios 18:21), haciendo alusión con mucha probabilidad y de manera específica a las sentencias condenatorias o absolutorias de las autoridades y no a las palabras pronunciadas por todo el mundo indistintamente y de manera automática.

No por nada la Biblia nos advierte para que no nos quedemos sólo en palabras“Todo esfuerzo tiene su recompensa, pero quedarse sólo en palabras lleva a la pobreza” (Proverbios 14:23), de tal modo que reflexionemos con cuidado en nuestras planes e intenciones para que, al expresarlas con palabras, esa expresión sea un reflejo y una guía para nuestros esfuerzos y no un sustituto de ellos. Por eso el Señor nos recomienda no hablar por hablar, pues de todo lo que digamos tendremos que darle finalmente cuenta a Él.

Así, sin llegar a minimizar sus efectos, no se puede atribuir a las palabras humanas más potencial que el que Dios declara y nada más: “Las palabras del hombre son aguas profundas, arroyo de aguas vivas, fuente de sabiduría” (Pr. 18:4).

 

Conclusión

En síntesis el movimiento de autoayuda, ya sea por fuera de la iglesia como infiltrado en ella, está condenado al fracaso pues si no nos sometemos a Dios como lo requiere el evangelio nunca estaremos en condiciones de ayudarnos a nosotros mismos ni a nadie más de manera verdaderamente consistente, pues toda autoayuda implica una autonomía respecto a Dios que es contraria al evangelio y que Dios de ningún modo va a secundar.

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(1) Es decir, expresar conceptos religiosos en lenguaje no religioso y sin referencia a Dios

Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Creer y comprender - El fracaso de la autoayuda y la confesión positiva