Religiones de misterio y su falso Jesús

Afirman que muchos episodios de la vida de Cristo son simple adaptación de los mitos ancestrales de las religiones de misterio que abundaban en la antigüedad.

    21 DE NOVIEMBRE DE 2021 · 08:00

    Malcolm Lightbody, Unsplash,religión, culto religioso
    Malcolm Lightbody, Unsplash

    El teólogo liberal Tom Harpur expresa así la manera en que se ha pretendido utilizar las antiguas religiones paganas de misterio para distorsionar el retrato que los cuatro evangelios nos brindan de Cristo“No hay nada que el Jesús de los evangelios hiciera o dijera… cuyo origen no pueda trazarse a miles de años antes, a los rituales de misterio egipcios y otras liturgias sagradas”.

    Ahí lo tienen. Uno de los argumentos esgrimidos por los escépticos y la teología liberal para despojar a Cristo de su carácter único y singular y poder así también dejar sin base los reclamos de exclusividad que Él nos dirige en el evangelio; es afirmar que muchos de los episodios de la vida de Cristo –en particular los milagrosos− son una simple adaptación, copia y repetición de las enseñanzas y los detalles que caracterizaron en general a todos los mitos de las ancestrales religiones de misterio que abundaban en la antigüedad.

    Porque al poner a Cristo y al evangelio en plano de igualdad con las religiones de misterio y sus dioses mitológicos, es fácil descartarlo al igual que a los mitos al negarle al evangelio cualquier fundamento histórico y hacer de él y de los episodios de la vida de Cristo unas leyendas más entre otras tantas.

     

    Cristianismo histórico y mitos paganos

    Pero es un error suponer o deducir de simples semejanzas de forma entre los misterios paganos y el cristianismo que éste se apoya en aquellos. No sólo porque el cristianismo se basa en hechos ya suficientemente establecidos por la investigación histórica, a diferencia de los mitos que dan pie a los misterios paganos; sino también porque los estudiosos liberales concluyen arbitrariamente que las eventuales semejanzas de forma entre las religiones de misterio y el cristianismo significan que éstas religiones influyeron en el cristianismo y, no contentos con esta afirmación sin ninguna evidencia remotamente concluyente a su favor, terminan también afirmando que las religiones de misterio son, entonces, la fuente verdadera de la que se nutre el cristianismo. Pero una semejanza entre dos cosas no significa que exista una relación entre ellas, ni mucho menos que sea una relación de causa y efecto.

    Por eso, ni siquiera los teólogos liberales serios como Adolf Von Harnack están de acuerdo con estas arbitrarias conclusiones, procediendo a rechazarlas con las siguientes palabras: “Debemos rechazar la mitología comparativa que encuentra una vinculación causal entre todo y todo lo demás… Con estos métodos uno puede convertir a Cristo en un dios solar… o uno puede apelar a las leyendas acerca del nacimiento de cualquier dios concebible, o… asimilar cualquier especie de paloma mitológica para que sirva de compañía a la paloma bautismal… la varita mágica de las «religiones comparadas» elimina de forma triunfante cualquier rasgo espontáneo en cualquier religión”.

    Además, ya el apóstol Pablo se anticipó a este forzado y falso intento de igualar los misterios paganos con el cristianismo, rompiendo cualquier presunta relación entre los seguidores de los unos y del otro: “… ¿Qué tienen en común la justicia y la maldad? ¿O qué comunión puede tener la luz con la oscuridad? ¿Qué armonía tiene Cristo con el diablo? ¿Qué tiene en común un creyente con un incrédulo? ¿En qué concuerdan el templo de Dios y los ídolos? (2 Corintios 6:14-16), estableciendo así un contraste drástico entre ambos: “… sabemos que un ídolo no es absolutamente nada, y que hay un solo Dios… el Padre, de quien todo procede y para el cual vivimos; y no hay más que un solo Señor, es decir, Jesucristo, por quien todo existe y por medio del cual vivimos. Pero no todos tienen conocimiento de esto…” (1 Corintios 8:4, 6-7).

    De hecho los apóstoles desvincularon y rompieron por completo toda conexión del cristianismo con las mitologías de las religiones de misterio“Al ver lo que Pablo había hecho, la gente comenzó a gritar en el idioma de Licaonia: −¡Los dioses han tomado forma humana y han venido a visitarnos! A Bernabé lo llamaban Zeus, y a Pablo, Hermes, porque era el que dirigía la palabra. El sacerdote de Zeus, el dios cuyo templo estaba a las afueras de la ciudad, llevó toros y guirnaldas a las puertas y, con toda la multitud, quería ofrecerles sacrificios. Al enterarse de esto los apóstoles Bernabé y Pablo, se rasgaron las vestiduras y se lanzaron por entre la multitud, gritando: −Señores, ¿por qué hacen esto? Nosotros también somos hombres mortales como ustedes. Las buenas nuevas que les anunciamos son que dejen estas cosas sin valor y se vuelvan al Dios viviente, que hizo el cielo, la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos” (Hechos 14:11-15), y denunciaron a los mitos como algo incompatible con el cristianismo, como lo leemos repetidamente en las epístolas: “… te encargué que permanecieras en Éfeso y les ordenaras a algunos supuestos maestros que dejen de enseñar doctrinas falsas y de prestar atención a leyendas y genealogías interminables… Rechaza las leyendas profanas y otros mitos semejantes… Dejarán de escuchar la verdad y se volverán a los mitos… no hagan caso de leyendas judías ni de lo que exigen esos que rechazan la verdad” (1 Timoteo 1:3-4; 4:7; 2 Timoteo 4:4; Tito 1:14).

    A manera de ejemplo de esta muy dudosa metodología, los eruditos liberales, empeñados en su propósito de despojar a la persona de Jesucristo de sus aspectos sobrenaturales, llegaron a decir que la muerte y resurrección del Señor no era más que otra forma religiosa de hacer referencia a los ciclos de fertilidad por los que la naturaleza “muere” en el invierno para “resucitar” nuevamente en la primavera.

    Así, el relato de la sobrenatural resurrección de Cristo sería tan sólo una más de las coloridas e imaginativas maneras mitológicas de expresar el hecho natural de los ciclos de fertilidad de los que dan cuenta todas las mitologías antiguas, como por ejemplo el mito griego de Démeter y Perséfone. Pero tal vez es todo lo contrario, es decir que la milagrosa resurrección de Cristo es el hecho central de la historia al que apuntan todos los mitos alrededor de los ciclos de la naturaleza característicos de las religiones paganas. Pero, por supuesto, eso implicaría admitir que la resurrección realmente tuvo lugar, algo a lo que ninguno de estos eruditos está dispuesto, víctimas como son de sus prejuicios naturalistas que los lleva a cerrarse a ultranza a todo lo que huela a sobrenatural o milagroso, incluso en contra de la evidencia.

     

    La evidencia de la cruz y la tumba vacías

    Aunque en honor a la verdad y si son honestos, se están viendo empujados a rectificar, pues hoy todos, incluso académicos ateos de renombre como el alemán Gerd Lüdemann admiten que: “La muerte de Jesús como consecuencia de la crucifixión es indiscutible”declaración que no deja de ser significativa, pues constituye un reconocimiento que no todos los contradictores del cristianismo están dispuestos a hacer.

    Y es que, al no poder negar que Cristo es un personaje histórico real cuya vida en todos sus aspectos más relevantes tal y como se narran en los evangelios, incluyendo su crucifixión, están ya establecidos y corroborados más allá de toda discusión por muchas fuentes antiguas independientes; muchos de estos acusadores de oficio del evangelio cuestionan, entonces, la realidad de su muerte en la cruz para poder, acto seguido, negar también la resurrección, pues sólo puede resucitar quien ha muerto realmente. Así, negar que Cristo murió en la cruz es también una estrategia para proceder a negar enseguida su resurrección.

    Pero aquí más que en cualquier otro aspecto pierden el tiempo, pues cualquier explicación para negar la muerte de Cristo en la cruz es tan reforzada, descabellada e insostenible que este tipo de hipótesis generan muchos más problemas y preguntas de las que responden y resuelven. Entre otros, porque la crucifixión es una de las formas de ejecución no sólo más crueles que la historia conoce, sino también de las más eficaces en el propósito de asegurar la muerte de la víctima, que solía fallecer luego de dos o tres días de agonía, asfixiada por el peso de su propio cuerpo sostenido por los clavos en cada brazo, lapso en que el crucificado, movido por el instinto de conservación, luchaba por apoyarse vez tras vez en los pies atravesados por los clavos para lograr expandir un poco la caja torácica oprimida por el peso de su cuerpo y ganar así algo de aire, extendiendo un poco más su vida, hasta que el agotamiento lo hacía ya imposible.

    En el caso de Cristo tenemos además una medida de seguridad adicional que sus verdugos −curtidos soldados romanos familiarizados como los que más con la muerte− utilizaron para garantizar que estuviera muerto ante lo sorprendentemente rápido que fue su desenlace fatal: atravesar su costado con una lanza. En consecuencia, no vieron la necesidad de quebrarle las piernas, que se solían fracturar en estos casos con un seco, preciso y contundente golpe de mazo a la altura de las espinillas cuando se quería acelerar la muerte del crucificado, pues el dolor de los miembros fracturados ya impedía apoyarse en ellos para ganar aire y prolongar la agonía durante dos o tres días, haciendo que la víctima se asfixiara rápidamente.

    Y si se admite que Jesucristo, en efecto, murió en la cruz y fue sepultado, a partir de aquí queda mucho más difícil negar que resucitó, pues el domingo de resurrección es de lejos la mejor explicación racional a todo lo acontecido con posterioridad al viernes santo en Jerusalén y en todo el mundo de la época con la rápida expansión del evangelio, algo que nunca hubiera sido posible si el cadáver de Cristo se encontrara en su tumba.

    Así, la resurrección de Cristo es un hecho único y no una forma de referirse a los ciclos de fertilidad de la naturaleza que se repiten años tras año, simbolizados con la presunta agonía, muerte y regreso a la vida de los dioses de las mitologías paganas cada otoño y cada primavera respectivamente.

     

    Es mucho más fácil atacar y criticar a la iglesia que a Jesucristo, su fundador. Por eso, la estrategia de los opositores del evangelio es tratar, entonces, de ponerlo de su lado, construyendo a un Jesús diferente al de los cuatro evangelios, hecho a la medida de sus gustos y preferencias. Históricamente las fuentes más serias de estas distorsiones son las siguientes, que estamos viendo en sucesivas semanas:

    • Distorsiones de la persona de Cristo  (la pasada semana)
    • El falso Jesús de las religiones de misterio (el artículo presente)
    • La búsqueda de un falso ‘Jesús histórico’
    • El Jesús de los evangelios gnósticos
    • Jesús para las religiones orientales

    Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Creer y comprender - Religiones de misterio y su falso Jesús

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