¿Universo eterno?: imaginando el tiempo

A quienes prefieren tener los pies en el mundo real, el universo debe tener una causa para su comienzo, y esa causa no es otra que Dios mismo.

13 DE MARZO DE 2022 · 08:00

Guillermo Ferla, Unsplash,galaxia, universo
Guillermo Ferla, Unsplash

Antes de abordar el tema del encabezado que gira alrededor del llamado “argumento cosmológico” en el campo de la defensa de la fe, permítanme hacer algunas consideraciones sobre la imaginación.

Todos los lectores estarán de acuerdo conmigo en que la imaginación es una facultad humana invaluable que, como todo lo humano, puede ser utilizada para bien o para mal. En la niñez es un recurso lúdico legítimo y necesario para el sano desarrollo de la persona. Y en la edad adulta, atemperada por la razón y unida a la curiosidad por desentrañar los misterios del universo, es una de las fuentes más fecundas del ingenio y la creatividad del hombre en la resolución de problemas, impulsando el avance de la ciencia y las consecuentes aplicaciones benéficas de la tecnología a la vida cotidiana de todas las personas.

Sin embargo, es un hecho que la imaginación con frecuencia se sale de curso y se desborda en direcciones equivocadas y es especialmente fértil a la hora de elaborar pretextos y engañosas justificaciones para nuestros errores, con el fin de no tener que admitirlos ni responder por ellos como deberíamos.

La imaginación es, entre otras cosas, una de las principales causas de nuestra terca negación de Dios y de nuestra resistencia al ofrecimiento de perdón y reconciliación que Dios nos hace por medio de Cristo, que nos lleva a optar por muchos otros caminos alternos carentes del sólido fundamento objetivo que posee el cristianismo ─tanto desde el punto de vista histórico, como desde el punto de vista lógico y racional en el que se mueve la apologética─, llevándonos a transitar por senderos muy inciertos y argumentalmente muy precarios, contrarios incluso a la intuición y al más básico sentido común, pero que terminamos aceptando y recorriendo debido a que nos evitan tener que reconocer la realidad divina, en especial tal como ésta se manifiesta y se revela en el cristianismo.

La imaginación ha estado, por ejemplo, al servicio de la elaboración de ídolos desde tiempos ancestrales. Es por eso que el apologista Fred Heeren, al comentar las descabelladas teorías científicas sobre el origen del universo basadas en la física cuántica que, presuntamente, harían innecesario a Dios, concluye: “Mientras la gente posea imaginación tendrá siempre alternativas a Dios…”.

 

¿Un universo eterno?

Ese es el punto. Que mientras la gente posea imaginación, siempre encontrará alternativas a Dios, como lo deja expuesta la creencia sostenida desde Aristóteles y suscrita por los científicos hasta comienzos del siglo XX de que el universo es eterno, en contra del sentido común y la evidencia que lo niega, abordada por la apologética en lo que se conoce como el argumento cosmológico Kalam.

Aclaremos que el argumento cosmológico a secas, es uno de los cuatro argumentos naturales clásicos a favor de la existencia de Dios, y afirma de manera sencilla y contundente que el universo manifiesta tal orden (del griego kosmos) que requiere de Alguien detrás de él que pueda explicar este orden tan complejo y exquisito y ese Alguien no sería más que el mismo Dios que lo creó con esta evidente característica.

El argumento cosmológico Kalam es una de sus más representativas variantes, junto, por supuesto, a otras variantes o versiones tan relevantes de este mismo argumento como la del más destacado filósofo cristiano de la edad media, Tomás de Aquino, o la del eminente filósofo y científico también cristiano de la edad moderna, Gottfried Lebniz, entre los hoy más conocidos.

Pero el argumento cosmológico Kalam, además de ser un argumento por sí mismo que merece tratamiento particular, es también un apoyo que refuerza y confirma todos los demás argumentos cosmológicos.

El argumento cosmológico Kalam en su forma particular se remonta a la edad media y fue desarrollado principalmente por filósofos y teólogos árabes de confesión musulmana, aunque los cristianos pronto lo capitalizaron y aprovecharon para sí al verle la utilidad que tenía para refutar la creencia nunca comprobada y que va en contra de la más básica intuición, que afirmaba que el universo sería eterno.

Creencia que contradecía la doctrina judeocristiana de la creación ex nihilo del universo (es decir, de la nada), narrada en el libro del Génesis y que implicaría, por lógica, que el universo tiene un comienzo.

 

El argumento cosmológico Kalam

Para abordarlo de una manera sencilla y comprensiva, veamos la formulación que hizo el filósofo Al-Ghāzalī quien razonaba de este contundente modo, derivando su conclusión de dos premisas iniciales. La primera de ellas afirma que todo ser que comienza tiene una causa para su comienzo. La segunda, que el universo entero es un ser que comienza. Conclusión: el universo debe tener una causa para su comienzo, y esa causa no es otra que Dios mismo.

La primera premisa es filosófica y empíricamente incuestionable, pues tanto la razón como la experiencia nos indican que todo ser que comienza, es decir todo ser temporal y enmarcado en el tiempo, tuvo que tener alguna causa para comenzar a existir justo en ese momento determinado del tiempo y no en un momento anterior o posterior diferente a ese. Yo nací el 11 de julio y no el 25 de diciembre o el 1 de enero, por una causa. Porque mis padres me concibieron nueve meses antes del 11 de julio y no antes ni después.

La discusión surge en relación con la segunda premisa, es decir la que afirma que el universo entero es un ser que comienza, pues esta premisa cuestionaba directamente la creencia en un universo eterno que dominaba el pensamiento filosófico desde Aristóteles, sin que nadie diferente a los pensadores teístas judíos, cristianos o musulmanes, osara cuestionarla.

Detengámonos, entonces, aquí para ubicar donde está el meollo del argumento cosmológico Kalam. El meollo de este argumento está en la noción misma de “tiempo”. Una noción muy misteriosa, pues aunque nos parece muy familiar y cercana, siendo como somos seres temporales y finitos, sumidos en el tiempo y que lidiamos con él todos los días en nuestra agenda diaria, a la postre nos sucede lo mismo que Agustín confesaba acerca del tiempo cuando decía: “¿Qué es, pues, el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé; si quiero explicarlo al que me pregunta, no lo sé”.

Ciertamente, aunque nosotros seamos seres temporales y finitos, con un comienzo y un final en el tiempo, podemos concebir en nuestra imaginación un tiempo eterno y podemos también en nuestra imaginación atribuirle esa eternidad al universo enteroPero el hecho de que podamos imaginarlo de manera medianamente inteligible ─es decir de una manera que pueda ser comprendida o entendida por nuestra mente racional─ ¿significa que el universo es, o puede siquiera ser eterno más allá de nuestra imaginación? La respuesta de Al-Ghāzalī y de todos los pensadores cristianos por igual, hasta su actual exponente más emblemático y representativo, que es el Dr. William Lane Craig es que, filosófica o racionalmente hablando, no es posible que el universo sea eterno, mucho antes incluso del surgimiento de la ciencia moderna para confirmarlo.

Dicho de otro modo, la fuerza del argumento cosmológico Kalam es su capacidad para reducir al absurdo la idea de que el universo es eterno. Porque si el universo no es eterno y tuvo un comienzo, entonces la segunda premisa de Al-Ghāzalī es correcta: “el universo entero es un ser que comienza” y su conclusión: “El universo debe tener, entonces, una causa para su comienzo” también lo es, haciendo de Dios la causa más plausible y probable del universo, si de ser razonables se trata.

Veamos algunas de las reducciones al absurdo que Al-Ghāzalī lleva a cabo en relación con un universo eterno desde la perspectiva filosófica:

  1. Es lógicamente imposible que haya una regresión infinita de eventos en el tiempo, es decir, que la serie de eventos pasados no tenga un comienzo. Por un lado, porque la serie de eventos pasados llega a su fin en el presente, pero el infinito no puede llegar a su fin. Se podría tal vez objetar que, aunque la serie de eventos tiene un fin en el presente, todavía puede ser infinita en una dirección regresiva en la que, teniendo, sin lugar a duda, su término en el presente en el que nos encontramos, no tiene, sin embargo, fin en el pasado. Pero el punto de Al-Ghāzalī es, justamente, que si la regresión de eventos pasados fuera infinita, nunca podríamos ni siquiera haber llegado hasta el momento presente, pues es filosóficamente imposible cruzar ese hipotético número infinito de “ayeres” para llegar a hoy. Pero como eso es absurdo, ¡pues acá estamos, en el presente! eso significa que no existe una regresión infinita de eventos en el pasado, sino que el universo tuvo un comienzo.
  2. En segundo término, y aunque sea un poco más difícil de seguir, si el número de eventos pasados fuera infinito, eso llevaría a la idea absurda de infinitos de diferentes tamaños, pues sabemos a ciencia cierta, por ejemplo, que la Tierra completa una órbita alrededor del sol cada año, mientras que Júpiter lo hace una vez cada doce años y Saturno una vez cada veintinueve años. Pero si el universo es eterno y estos planetas han estado orbitando desde la eternidad, entonces cada uno de estos cuerpos ha completado un número infinito de órbitas. Sin embargo, también sería cierto, de acuerdo con lo que ya sabemos, que la Tierra habría completado, aún si el pasado es infinito, doce veces más órbitas que Júpiter y veintinueve más que Saturno, así que tendríamos infinitos de diferentes tamaños para la Tierra, para Júpiter y para Saturno y así sucesivamente, lo cual es absurdo. Además, y sin ir tan lejos, si tomamos las órbitas completadas de uno solo de estos planetas, podríamos preguntar: ¿el número de órbitas que ha completado es impar o par? Porque tendría que ser uno u otro, y cualquier respuesta al respecto nos llevaría a afirmar que el infinito es par o impar al mismo tiempo, lo cual es absurdo en el mundo real, pues en el de las matemáticas tal vez si pueda ser ambos al tiempo. Pero ese es otro tema.

 

El absurdo de la infinitud del universo

Creo que estamos ya en condiciones de entender por qué el argumento cosmológico Kalam no es únicamente uno de los más representativos argumentos cosmológicos a lo largo de la historia del pensamiento, sino también apoyo para los otros argumentos cosmológicos que, aunque no tengan al concepto “tiempo” como el eje principal de su argumentación ─pues para Tomás de Aquino el fundamento principal de su argumento son las nociones enfrentadas y contrastantes de contingencia y necesidad, y para Leibniz, el principio de razón suficiente─; la idea de un tiempo finito y con un comienzo en el pasado le brinda mayor fuerza a cada uno de ellos.

Y es que la idea de un universo infinito puede ser muy sugerente y plausible en el campo de la imaginación o en el mundo de las ideas e, incluso, presta una indudable utilidad en el campo de las matemáticas. Pero cuando queremos trasladar el concepto de infinito del imaginario mundo de las ideas al mundo real y al tiempo que llamamos eternidad, cae en el absurdo.

De hecho, los ateos y agnósticos materialistas y naturalistas ─es decir los que creen que todo lo que existe se explica por las meras propiedades de la materia y el funcionamiento habitual de las leyes naturales─; habían podido eludir muy conveniente e ingenuamente la realidad divina apoyados en la creencia aristotélica en un universo eterno, pues un universo de estas características no necesitaría presuntamente de causa alguna, haciendo de Dios algo innecesario (aunque aún esto sería discutible, valga decirlo, pero no es este ni el lugar ni el momento para hacerlo).

Pero ya no pueden seguirlo haciendo, no sólo por las razones filosóficas nunca rebatidas del argumento cosmológico Kalam planteadas por Al-Ghāzalī y depuradas con amplitud y contundencia irrefutables por William Lane Craig en la actualidad; sino ahora también por razones científicas apoyadas y demostradas desde comienzos del siglo XX más allá de toda duda razonable, por los hallazgos y sus respectivas confirmaciones en la experiencia, llevados a cabo por las matemáticas, la física y la cosmología modernas de forma mancomunada.

Me refiero, por supuesto, a la llamada “Teoría del Big Bang” aceptada por la gran mayoría de científicos de hoy. Teoría que desmiente la eternidad del universo y le confiere una edad y un tamaño medibles que, en el caso de la edad, serían cerca de 13.900 millones de años; y en el caso del tamaño, aunque los científicos no se ponen de acuerdo sobre cuál sería, todos coinciden en que, ciertamente, lo tiene, aunque no logremos determinar todavía con precisión cuál es.

A la luz de la teoría del Big Bang y racionalmente hablando, no deja de sorprender por qué la idea de un universo eterno llegó a darse por sentada por la mayoría de pensadores seculares durante tanto tiempo, pues ni es evidente, ni filosóficamente consistente ─con todo y el bien ganado prestigio de su proponente, Aristóteles, que en esto, se le fueron las luces─; ni mostró tampoco nunca ninguna comprobación empírica a su favor, además de ser contraria a la intuición y al sentido común.

En realidad, muchos lo asumieron de manera engañosa, cándida e ingenua en el mejor de los casos, como un axioma (es decir, una verdad supuestamente tan evidente, que no necesitaría comprobación), cuando no de manera maliciosa, premeditada y conscientemente calculada para poder sacar a Dios del cuadro.

Pero el punto es que, si de ser honestos se trata, ya no pueden seguirlo haciendo así, pues ya no sólo la filosofía, sino la ciencia les cerró también esta opción y no pueden seguirle, entonces, sacando el cuerpo a la conclusión a la que conducen igualmente todas las formas del argumento cosmológico, que no es otra que la realidad inobjetable de Dios como la causa del universo. Sin mencionar el argumento teleológico o del diseño, con el que el argumento cosmológico está muy emparentado, pero que será tema de otra conferencia.

Por lo pronto veamos, mediante dos ejemplos, la manera cándida e irreflexiva en que muchos aceptaron la filosóficamente insostenible idea de que el universo es eterno. En primer lugar hablemos nada más y nada menos que de Albert Einstein, el científico por excelencia, arquetipo del científico genio, considerado unánimemente como el más grande físico teórico de la historia de la humanidad. Pues bien, fue justamente Einstein con la formulación de su teoría de la relatividad especial en 1905 y la general en 1915, quien cuestionó la idea hasta ese momento generalmente aceptada de que el universo era eterno, pues si esta teoría era cierta ─como de hecho, lo es─, sus cálculos predecían que el universo no era fijo ni estático, sino que se estaba expandiendo, revelación que fue el origen, a su vez, de la teoría del Big Bang y que obtuvo muchas comprobaciones adicionales desde la ciencia a lo largo del siglo XX. Pero el punto es que Einstein, consciente de las implicaciones que la expansión del universo tenía para dejar sin fundamento la creencia en un universo eterno, estaba sin embargo tan comprometido ya con esta creencia que, para evitar esas implicaciones, introdujo en sus ecuaciones en 1917 algo que se conoce como “la constante cosmológica”, viéndose obligado a abandonarla y reconocerla como “la mayor pifia” de su obra científica en 1931, cuando se confirmó mediante el telescopio espacial Hubble que, en efecto, el universo se estaba expandiendo. Valga decir que la constante cosmológica no se ha desechado del todo, pero ya nadie la utiliza para justificar la creencia en un universo eterno, fijo y estático.

El segundo ejemplo es el de Arno Penzias, uno de los dos físicos que, junto con Robert Wilson, confirmaron por accidente otra de las predicciones de la teoría del Big Bang: la llamada “radiación cósmica de fondo”, que les valió ganar el premio Nobel de física en su momento. Pues bien, Arno Penzias respondió así al periodista de ciencia Fred Heeren cuando éste le preguntó sobre las bases científicas de su compromiso previo con la teoría del universo eterno que, a raíz de su descubrimiento, tuvo que desechar, admitiendo en su respuesta de manera candorosa el carácter axiomático y nada reflexivo de este compromiso: “Al igual que la mayoría de los físicos, más bien entendía el universo de un modo que no requería explicación; ahí está la economía de la física… si uno tiene un universo que siempre ha existido, no se lo está explicando, ¿verdad?… las teorías que no requieren explicación son las que suelen ser aceptadas por la ciencia, lo que es perfectamente respetable y el mejor modo de hacer que la ciencia funcione. Y la ciencia funciona en todos las casos, salvo cuando la descripción es inadecuada…”. 

Ahí lo tienen, Arno Penzias admite que se quitó de encima el problema que implica sostener la creencia en un universo eterno, optando por no reflexionar sobre él, sino darlo por sentado. Pero aún sin teoría de la relatividad o sin el descubrimiento de la radiación cósmica de fondo, el argumento cosmológico Kalam ya deja sin piso la creencia en un universo eterno.

Por las limitaciones de espacio y de tiempo ─pues el tiempo del que dispongo hoy tampoco es eterno─, y debido a que este tema tiene mucha tela de dónde cortar y a que, en lo personal, me siento más a gusto en el campo filosófico que en el científico, en el que, dicho sea de paso, el argumento cosmológico Kalam está teniendo cada vez más ramificaciones; terminaré exponiendo a vuelo de pájaro la manera en que William Lane Craig desglosa con más detalle las premisas filosóficas de Al-Ghāzalī, para que los lectores reflexionen por su cuenta un poco más sobre esto:

En cuanto a la primera premisa de Al-Ghāzalī: 1) “Todo lo que comienza a existir tiene una causa”William Lane Craig la considera tan evidente que no se toma el trabajo de desglosarla, sino simplemente de explicarla con mayor detalle para dejarla más plenamente establecida. Omitiré también aquí, por las mismas razones ya aludidas, estas explicaciones más detalladas. Es en relación con la segunda premisa de Al-Ghāzalī: 2) “El universo comenzó a existir”, la más controvertida de ambas, que Lane Craig se toma el trabajo de desglosarla de manera más precisa, señalando en primer lugar: a) La imposibilidad de un número realmente infinito de cosas; que pasa a demostrar mediante el siguiente silogismo: i) Un número realmente infinito de cosas no puede existir; ii) Una serie de eventos sin comienzo en el tiempo implica un número realmente infinito de cosas; y la conclusión, iii) Por lo tanto, una serie de eventos sin comienzo en el tiempo [como la que implica un universo eterno] no puede existir. El segundo desglose a esta misma premisa de Al-Ghāzalī es señalar: b) La Imposibilidad de Formar una Colección de Cosas Realmente Infinita Añadiendo un Miembro Después de Otro; que a su vez pasa a demostrar mediante este otro silogismo: i) La serie de eventos en el tiempo es una colección formada al agregar un miembro después de otro; ii) Una colección formada agregando un miembro después de otro no puede ser realmente infinita; y la conclusión: iii) Por lo tanto, la serie de eventos en el tiempo [como los que constituyen el universo] no puede ser realmente infinita.

Con esto tenemos más que suficiente en qué pensar sin tener que entrar en consideraciones demasiado especializadas, densas y áridas sobre el particular. Queda para otra ocasión la enumeración y explicación de los argumentos científicos que han venido a confirmar en el siglo XX el argumento cosmológico Kalam, entre los que encontramos la ya mencionada y demostrada expansión del universo que dio lugar al modelo estándar del Big Bang, que es el dominante, por contraste con otra serie de modelos que luchan con uñas y dientes para evitar la conclusión del modelo estándar, que es la misma del argumento cosmológico Kalam, esto es, que el universo debe tener una causa para su comienzo, y esa causa no es otra que Dios mismo. Entre estos modelos especulativos y muy imaginativos para evitar esta conclusión, ninguno de los cuales cuenta con demostraciones empíricas concluyentes a su favor, se encuentran: el modelo del estado estacionario, los modelos cíclicos, los modelos de fluctuación cuántica, el modelo de inflación caótica, los modelos de gravedad cuántica y el muy imaginativo, complejo y especulativo modelo del escenario de cuerdas, llevado al cine en la relativamente reciente película de ciencia ficción, Interestelar.

Por último, además de la expansión del universo, otro argumento científico irrebatible a favor de su comienzo, son sus propiedades termodinámicas, entre las que se destaca la llamada “entropía” ─que en palabras sencillas y coloquiales significa que este universo con todo lo que contiene se está desgastando y tiende en su conjunto y de manera inexorable al desorden─ y que pone cada vez más contra la pared a quienes quieren negar que el universo tuvo un comienzo, aunque en su imaginación, siguen tratando de evitar esta conclusión, una vez más, mediante modelos cíclicos, o postulando la existencia de “universos bebés” o de un multiverso inflacionario, escenarios también explotados y ridiculizados de manera divertida, como lo hace la serie de dibujos animados para adultos Rick y Morty. 

Esta relación de teorías tan falaces e inconsistentes, con nombres tan sofisticados, demuestran lo ya dicho en cuanto a que, mientras el hombre posea imaginación, siempre encontrará alternativas para eludir a Dios mediante especulaciones de todo tipo. Pero a quienes prefieren tener los pies bien puestos en el mundo real, el argumento cosmológico Kalam no les deja alternativa: el universo debe tener una causa para su comienzo, y esa causa no es otra que Dios mismo.

Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Creer y comprender - ¿Universo eterno?: imaginando el tiempo