Enfermedad, sanidad y Evangelio

Muchos predicadores interpretan la enfermedad en términos simplistas que, más que consolar al enfermo, añaden mayor angustia a su drama personal.

22 DE DICIEMBRE DE 2022 · 08:00

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SHVETS production, Pexels

El tema de la enfermedad es un tema muy sensible y malinterpretado por muchos, que vale la pena poner en orden en lo que a la Biblia y al evangelio concierne, para lo cual podríamos comenzar por citar lo dicho al respecto en su momento por el Dr. Alfonso Ropero: “Durante siglos… se creía… en el origen sobrenatural de las enfermedades… se interpretaban como resultado de maleficios mágicos, o de castigos de demonios o divinidades… De esta vieja creencia deriva el aspecto angustioso de la enfermedad para la persona enferma… No solamente padecía la enfermedad, sino la interpretación que se daba a la misma”.

Y es que muchos predicadores de hoy interpretan la enfermedad en términos simplistas que, más que consolar al enfermo, terminan añadiendo mayor angustia a su drama personal. Las imprecisiones que subsisten en el cristianismo acerca de este tema se deben a la falta de rigor para examinar las abundantes evidencias y alusiones bíblicas a este asunto, tales como el hecho de que, paradójicamente, aquellos hombres utilizados por Dios para traer sanidad a otros, podían enfermar de muerte ellos mismos, como sucedió con el profeta Eliseo“Entonces Eliseo envió un mensajero a que le dijera: «Ve y zambúllete siete veces en el río Jordán; así tu piel sanará, y quedarás limpio»… Así que Naamán bajó al Jordán y se sumergió siete veces, según se lo había ordenado el hombre de Dios. ¡Y su piel se volvió como la de un niño, y quedó limpio!… Cuando Eliseo cayó enfermo de muerte, Joás, rey de Israel, fue a verlo. Echándose sobre él, lloró y exclamó: ¡Padre mío, padre mío, carro y fuerza conductora de Israel!” (2 Reyes 5:10,14; 13:14).

Asimismo, la enfermedad no es necesariamente un castigo divino, sino en muchos casos una prueba para fortalecer el carácter de quien la padece, como en el caso de Job“En la región de Uz había un hombre recto e intachable, que temía a Dios y vivía apartado del mal. Este hombre se llamaba Job…” , no obstante lo cual Satanás obtuvo autorización de Dios para afligirlo en su salud: “Dicho esto, Satanás se retiró de la presencia del Señor para afligir a Job con dolorosas llagas desde la planta del pie hasta la coronilla” (Job 1:1; 2:7).

La enfermedad puede ser también una oportunidad para que la obra de Dios se haga evidente en la vida del enfermo, como en el caso del ciego de nacimiento“A su paso, Jesús vio a un hombre que era ciego de nacimiento. Y sus discípulos le preguntaron: Rabí, para que este hombre haya nacido ciego, ¿quién pecó, él o sus padres? Ni él pecó, ni sus padres respondió Jesús, sino que esto sucedió para que la obra de Dios se hiciera evidente en su vida” (Juan 9:1-3), ya sea mediante la sanidad milagrosa dispensada directamente por Dios, o mediada por la ciencia o los sanadores de fe, o también, mediante la fuerza otorgada por Dios para sobrellevarla dignamente.

La enfermedad no es tampoco señal de que ya no seamos objeto del amor de Dios pues Lázaro, el amado amigo del Señor Jesucristo, a pesar de ello enfermó de muerte“Las dos hermanas mandaron a decirle a Jesús: «Señor, tu amigo querido está enfermo»” (Juan 11:3).

Y si bien la salvación está relacionada en la Biblia directamente con la sanidad, como queda claro en el conocido pasaje del profeta: “Ciertamente él cargó con nuestras enfermedades y soportó nuestros dolores, pero nosotros lo consideramos herido, golpeado por Dios, y humillado. Él fue traspasado por nuestras rebeliones, y molido por nuestras iniquidades; sobre él recayó el castigo, precio de nuestra paz, y gracias a sus heridas fuimos sanados” (Isaías 53:4-5), ambos términos no son sinónimos y la primera ꟷla salvaciónꟷ siempre tiene prioridad sobre la última ꟷla sanidadꟷ. Muchos colaboradores de Pablo, hombres presumiblemente salvos, enfermaron gravemente en su momento, como por ejemplo Epafrodito“Ahora bien, creo que es necesario enviarles de vuelta a Epafrodito, mi hermano, colaborador y compañero de lucha, a quien ustedes han enviado para atenderme en mis necesidades. Él los extraña mucho a todos y está afligido porque ustedes se enteraron de que estaba enfermo. En efecto, estuvo enfermo y al borde de la muerte; pero Dios se compadeció de él, y no solo de él, sino también de mí, para no añadir tristeza a mi tristeza” (Filipenses 2:25-27).

También podemos mencionar a Trófimo“Erasto se quedó en Corinto; a Trófimo lo dejé enfermo en Mileto” (2 Timoteo 4:20) y el mismo Timoteo, a quien Pablo le escribió: “No sigas bebiendo solo agua; toma también un poco de vino a causa de tu mal de estómago y tus frecuentes enfermedades” (1 Timoteo 5:23).

El propio Pablo, por cuyo conducto hacía Dios milagros extraordinarios de sanidad“Dios hacía milagros extraordinarios por medio de Pablo,  a tal grado que a los enfermos les llevaban pañuelos y delantales que habían tocado el cuerpo de Pablo, y quedaban sanos de sus enfermedades, y los espíritus malignos salían de ellos” (Hechos 19:11-12), tuvo que soportar una molesta enfermedad permitida por Dios con el propósito de mantenerlo humilde“Para evitar que me volviera presumido por estas sublimes revelaciones, una espina me fue clavada en el cuerpo, es decir, un mensajero de Satanás, para que me atormentara. Tres veces le rogué al Señor que me la quitara; pero él me dijo: «Te basta con mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad». Por lo tanto, gustosamente haré más bien alarde de mis debilidades, para que permanezca sobre mí el poder de Cristo” (2 Corintios 12:7-9), y fue tal vez ésta la que le brindó ocasión de llevar el evangelio a los gálatas: “Como bien saben, la primera vez que les prediqué el evangelio fue debido a una enfermedad, y, aunque esta fue una prueba para ustedes, no me trataron con desprecio ni desdén. Al contrario, me recibieron como a un ángel de Dios, como si se tratara de Cristo Jesús” (Gálatas 4:13-14).

Sin embargo, esto no debe desestimularnos al respecto, sino tan solo llevarnos a asumir las promesas divinas al respecto con moderación y un razonable beneficio de inventario, cuando a través del profeta Jeremías afirma: “Sin embargo, les daré salud y los curaré; los sanaré y haré que disfruten de abundante paz y seguridad” (Jeremías 33:6), dejando que la decisión final en relación con la sanidad anunciada sea de Dios en su voluntad soberana y aceptándola finalmente sin cuestionarla.

Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Creer y comprender - Enfermedad, sanidad y Evangelio