¿Cometí un error o un pecado?

“Un Dios sin ira lleva a personas sin pecado a un reino carente de justicia, mediante la obra de un Cristo sin cruz”

05 DE MARZO DE 2023 · 08:00

Marianna Smiley, Unsplash,estatua rota
Marianna Smiley, Unsplash

Hablemos del pecado (1)

La noción de pecado ha sido impugnada desde muchos frentes en la edad moderna, como si fuera un concepto primitivo y anacrónico propio de épocas pasadas pero que deberíamos ya dejar atrás.

La psicología, especialmente en el campo del psicoanálisis, le restó importancia y en el mejor de los casos lo despojó de sus connotaciones morales por considerarlas lesivas para la autoestima del individuo y con un potencial traumático para la personalidad.

Aun la teología cristiana liberal decidió sacar al pecado del cuadro, al punto que la memorable, sucinta pero precisa descripción de esta teología hecha en el siglo XX por el teólogo norteamericano Richard Niebuhr mantiene toda su vigencia al referirse a ella de esta manera: “Un Dios sin ira, lleva a gente sin pecado, a un reino sin juicio, mediante la obra de un Cristo sin cruz”. 

Finalmente, el pensamiento secular al consagrar como uno de nuestros presuntos derechos el llamado “derecho al libre desarrollo de la personalidad” le expidió al pecado su carta de defunción, pues implícito en este derecho se encontraría nuestra prerrogativa a elegir y equivocarnos si es el caso ꟷsin que las equivocaciones tengan ya ninguna carga moralꟷ, como parte irrenunciable del libre y saludable desarrollo de la personalidad.

Así, pues, ante la imposibilidad de esconder de manera absoluta nuestros pecados por mucho que se les quiera justificar o maquillar con fachadas de respetabilidad, hoy hemos optado por disimularlos e incluso hacer ostentación de ellos al designarlos con uno de los muchos eufemismos que el pensamiento políticamente correcto ha puesto en boga.

De la mano de este sistemático recurso a los eufemismos consagrado por el pensamiento políticamente correcto hemos llegado a creer que ya no cometemos “pecados”, con connotaciones morales negativas; sino que, a lo sumo, cometemos “errores”, sin ninguna connotación moral. Y lo hacemos debido a que éste es, al fin y al cabo, nuestro derecho. El costo que tenemos que pagar para poder desarrollar libremente nuestra personalidad sin cortapisas morales que lo impidan.

Después de todo “errar es humano” reza la sabiduría popular, pues “nadie es perfecto”. Expresiones populares que han dejado de ser una descripción de nuestra condición humana caída que admitimos y lamentamos con pesar, para convertirse en derechos inalienables que ya no afectan nuestra conciencia pues los damos por sentados con indiferencia o les prestamos escasa atención, cuando no los exhibimos con desvergonzado descaro.

Al amparo de todo lo anterior la expresión “perdonar es divino” ha dejado también de ser una forma de referirse a la inmerecida gracia que Dios concede a los seres humanos en Cristo, para transformarse en una obligación que Dios tiene para con los seres humanos, pues debe aceptarnos como somos, con todos nuestros errores e imperfecciones, y con mayor razón si somos creación suya.

Incluso en el ámbito de la iglesia es cada vez más habitual que los cristianos digan “cometí un error” cuando deberían decir “cometí un pecado”, como si ambas expresiones fueran intercambiables entre sí. Pero no es así, pues el error puede ser disculpado pero el pecado sólo puede ser perdonado.

Más exactamente, el error se arregla con una disculpa, el pecado únicamente con arrepentimiento y confesión. Así, pues, el motivo por el que llamamos error al pecado es la intención de mitigar su gravedad despojándolo de sus connotaciones éticas y morales para no tener que rendirle a Dios cuentas por él.

Contrasta el hecho de que, mientras nosotros llamamos error al pecado para mitigar su gravedad, el rey David llamaba pecado a sus errores pidiendo perdón a Dios por ellos“¿Quién está consciente de sus propios errores? Perdóname aquellos de los que no estoy consciente!” (Salmo 19:12). No le faltó razón a George Soros al declarar: “Cuando se comprende que la condición humana es la imperfección… ya no resulta vergonzoso equivocarse, sino persistir en los errores”.

Ciertamente, resulta muy dudoso llamar simples “errores” a acciones humanas como las que ocupan todos los días los titulares y las primeras páginas de todos los medios masivos de comunicación en esta “aldea global” en que se ha convertido nuestro mundo, que traen como resultado dolor y llegan a malograr de forma drástica las vidas no sólo de sus víctimas directas e indirectas, sino también de sus mismos perpetradores.

De hecho son las inocultables y dolorosas consecuencias de nuestros “errores” las que han llevado a la sociedad secular a tener que lidiar con ellas con desventaja, tratando de hallar su causa en fuentes externas al individuo, como si éste último fuera tan sólo una víctima de las circunstancias y cuya conducta salpicada de “errores” fuera simplemente una inevitable reacción condicionada por el entorno en que le ha tocado vivir.

Así, los psicólogos y sociólogos conductistas piensan que bastaría modificar este entorno para reducir y llegar a erradicar los “errores” en las vidas de las personas, intención muy loable pero al mismo tiempo ingenua pues insiste en ubicar en el lugar equivocado la causa de los mal llamados errores humanos.

La psicología y las ciencias sociales han contribuido de este modo a atenuar la gravedad de la culpa de los pecadores que transgreden las leyes humanas y divinas, lastimando a la sociedad de la que forman parte.

Tanto así que muchos están convencidos de que, como lo afirma Jack Beatty: “La violencia en las calles tiene contextos sociales, no causas sociales”. En consecuencia, se dice que el contexto social condiciona la conducta de los transgresores de tal modo que pareciera que no les quedara más opción que actuar de la manera en que lo hacen.

Incluso sus motivos para actuar de este modo estarían, entonces, determinados por el contexto social en el que les ha tocado vivir. Son simples víctimas de sus circunstancias.

Pero en realidad, el pecado humano no se explica, -ni mucho menos justifica-, entendiendo los contextos sociales en los que tiene lugar y ni siquiera los motivos conscientes esgrimidos por los transgresores. Por eso, modificar favorablemente los contextos sociales podrá disminuir los delitos, pero no eliminarlos de ningún modo, pues los transgresores, pecadores irredentos, encontrarán nuevos motivos que les sirvan de pretexto para tratar de justificar sus transgresiones.

No debemos, por tanto, confundir contextos, motivos y  causas. Las ciencias podrán entender los contextos y hasta descubrir y explicar los motivos de la errática conducta humana, pero la verdadera causa de ella será para la ciencia siempre un misterio profundo cuyo poder escapa a su comprensión y que forma parte de lo que el apóstol llamó: “… el misterio de la maldad” (2 Tesalonicenses 2:7). 

Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Creer y comprender - ¿Cometí un error o un pecado?