La resurrección y la Iglesia primitiva
Nadie da su vida por una mentira. El origen explosivo de la iglesia y sus mártires evidencian la resurrección de Cristo.
20 DE ABRIL DE 2025 · 08:00

La resurrección de Cristo (4)
El último de los tres hechos establecidos de manera independiente alrededor de la resurrección es el origen mismo de la iglesia y el éxito y gran acogida que tuvo la predicación apostólica del evangelio centrada en la resurrección de Cristo.
Esta es una evidencia circunstancial muy poderosa a favor de la resurrección que brinda una gran solidez a la concluyente inferencia lógica de que la resurrección es la mejor, la más consistente y la más coherente explicación de TODOS los hechos recogidos en los evangelios sobre lo sucedido durante la pascua judía en relación con Jesucristo.
Como en los otros dos hechos ya relacionados: la tumba vacía y las apariciones de Cristo posteriores a su muerte; aquí tenemos mucha más tela que cortar si nos familiarizamos con los aspectos técnicos y metodológicos de la investigación histórica.
Pero para no adentrarnos en ellos ─lo cual requeriría documentarnos medianamente sobre estos métodos para comprender su aplicación a los sucesos de la semana de pasión─ baste citar a Josh McDowell sobre este particular: “Los éxitos iniciales de la iglesia cristiana son un fenómeno histórico que hay que explicar. Su origen puede ser seguido directamente a la ciudad de Jerusalén, en Palestina, hacia el año 30 d. C. Prosperó en la misma ciudad en que Jesús había sido crucificado y sepultado. ¿Crees por un momento que la iglesia primitiva podría haber sobrevivido una semana en este ambiente hostil si Jesús no hubiera resucitado de los muertos? La resurrección de su fundador empezó a ser predicada a la distancia de unos minutos de camino de la tumba de José [de Arimatea]. Como resultado del primer sermón, inmediatamente después de afirmar que Cristo había resucitado, 3.000 creyeron. Poco después creyeron 5.000 más.¿Podían todos estos convertidos haber creído si Jesús no hubiera resucitado de los muertos?”.
Lee Strobel, prestigioso apologista y anterior ateo escéptico que, al igual que Josh McDowell, llegó a la conversión intentando demostrar que el cristianismo era falso, adquirió la siguiente creciente convicción en el curso de sus investigaciones metódicas al respecto que, si de ser honesto se trataba, iban desmontando, a regañadientes, sus prevenciones iniciales hacia el cristianismo y su agenda para desmentirlo: “Creo que va siendo hora de que comience a tomarme la resurrección en serio”.
Ciertamente y como lo hemos venido exponiendo, la investigación y análisis de las evidencias históricas que hablan a favor de la sobrenatural resurrección de Cristo la hacen un hecho tan probable que prácticamente descartan cualquier explicación alterna y de carácter naturalista para la tumba vacía.
Razón de más para que todos comencemos a tomarnos la resurrección en serio, con todas las profundas implicaciones que ella tiene para la vida de todo ser humano, sintetizadas en la declaración de Karl Barth al respecto cuando fue entrevistado por la revista Time y declaró la que llegaría ser la frase de portada de esta revista: “La meta de la vida humana no es la muerte, sino la resurrección”.
Y si bien toda hipótesis histórica es de carácter provisional y puede ser revisada por los investigadores a la luz de nuevos hallazgos, los creyentes no debemos temer que los nuevos hallazgos alrededor de este asunto debiliten el consenso desprejuiciado alrededor de los llamados “hechos mínimos” que apuntan sólidamente hacia la resurrección, reconocidos por todos los expertos, al margen de su mayor o menor resistencia hacia la resurrección.
Michael Licona, también un especialista en el tema de la resurrección hace la siguiente observación relacionada con el tercero de estos hechos mínimos, es decir el origen mismo de la iglesia: “Los mentirosos no suelen ser buenos mártires”.
Para entender mejor esta afirmación debemos recordar que la palabra “mártir” significa fundamentalmente “testigo”. Un testigo que sostiene su testimonio con tal convicción y firmeza que está dispuesto a ofrendar su vida con tal de no traicionar su testimonio. De ahí que sea más fácil entender por qué los mentirosos no suelen ser buenos mártires. Por la sencilla razón de que los mentirosos no suelen ser buenos testigos. No sólo debido a que usualmente al testificar un mentiroso se enreda en sus propias mentiras, pierde credibilidad y deja finalmente en evidencia la falsedad de su testimonio, sino especialmente porque aún en el caso de que logre engañar a sus interlocutores con un falso testimonio bien pensado y elaborado (como sería el caso si la hipótesis de la conspiración fuera cierta), ningún mentiroso está dispuesto a sostener un falso testimonio hasta el punto de morir por él.
Nadie en su sano juicio está dispuesto a morir a sabiendas por algo que es mentira. Esto es algo contrario a la psicología humana. Y ésta es, en el mismo origen de la iglesia, una contundente línea de evidencia a favor de la resurrección de Cristo.
Que todos los cristianos del primer siglo, contemporáneos del Señor Jesús en su paso histórico por este mundo, y que podrían por lo mismo haber testificado su resurrección de los muertos, lo hicieron de este modo, aunque sostener este testimonio los condujera de forma segura a la muerte. De hecho, con la excepción de Juan, todos los apóstoles fueron mártires por esta causa.
Adicionalmente y en lo que tiene que ver con quienes espiritualizan la resurrección, Michael Licona también se pronuncia así: “El significado que el término resurrección tenía en la Antigüedad era el de traer de nuevo a la vida un cuerpo muerto y transformarlo en un cuerpo inmortal”.
Y es que la teología liberal ha tratado de desvirtuar la resurrección de Cristo afirmando que no debería interpretarse en sentido literal, como el retorno de un muerto a la vida, sino como una experiencia existencial que no involucró el cuerpo material de Cristo, sino que consistió tan sólo en el paso de un nivel inferior a un nivel superior de vida espiritual.
Y si bien no se equivocan tanto en esto último que afirman, si lo hacen garrafalmente en lo primero que niegan. La resurrección de Cristo es ciertamente mucho más que el retorno milagroso de un muerto a la vida, pero no es menos que eso. Es más que un retorno milagroso de un muerto a la vida porque, a diferencia de los otros casos bíblicos de personajes que experimentaron resucitaciones milagrosas, Cristo volvió a la vida con un cuerpo incorruptible para no morir nunca más. Pero al mismo tiempo no fue menos que el retorno milagroso de un cadáver a la vida, puesto que Cristo retornó literalmente de la muerte con un cuerpo material palpable de carne y hueso similar a aquel con el que había fallecido, como se lo demostró de manera inobjetable al escéptico Tomás y al resto de sus discípulos.
Conclusión
A manera de conclusión, podemos citar a William Lane Craig cuando declara: “No puede culparse al hombre racional por concluir que en el sepulcro de Jesús, la mañana de aquel primer Domingo de Resurrección tuvo lugar un milagro divino”.
Los creyentes tienen, entonces, a la razón de su lado cuando deciden creer en la resurrección de Cristo con todo lo que ella implica. Viene al caso aquí recordar, también lo dicho por Charles Colson cuando sostenía y defendía la posibilidad de los milagros diciendo en frase siempre memorable: “Hay circunstancias en que es más racional aceptar una explicación sobrenatural y es irracional ofrecer una explicación natural”. Porque la resurrección de Cristo es tal vez el caso más concreto y representativo que ilustra esta afirmación.
En efecto, al someter a un desprejuiciado escrutinio histórico todos los hechos que giran, convergen y emanan del domingo de pascua, la única explicación que hace justicia y explica bien y de manera racional todos ellos, aunque suene paradójico, es la sobrenatural resurrección de Cristo.
Las teorías naturalistas alternas que los estudiosos han propuesto, tanto para tratar de rebatir infructuosamente el hecho de que la tumba de Cristo, en efecto, estaba vacía el domingo de pascua, o para explicar en su defecto, por medio de hipótesis naturalistas, el irrebatible hecho de que estuviera vacía; no sólo suenan forzadas y artificiales, sino que, como lo sostiene el historiador Paul Maier: “todas ellas hacen aparecer más dificultades de las que resuelven”, es decir que dejan muchas más preguntas abiertas y cosas por explicar que no encajan en los hechos conocidos y aceptados por todos, pues únicamente se enfocan en dar respuestas naturalistas de forma selectiva a algunos aspectos particulares y puntuales de la investigación, pero fracasan y se contradicen a sí mismas al tomar en cuenta el conjunto de aspectos que deben ser considerados en su totalidad, es decir toda la evidencia disponible.
Eso explica también por qué A. M. Ramsey se pronunció así a este respecto: “Creo en la resurrección, en parte por una serie de hechos que son inexplicables sin ella”. Así, pues, aunque la resurrección de Cristo no se pueda por lo pronto “demostrar” de manera final e indiscutible y pueda ser, por lo mismo, cuestionada de algún modo por quienes albergan prejuicios naturalistas y se oponen a ultranza a toda explicación sobrenatural; sí se puede señalar el cúmulo de evidencias que hacen de ella con mucha ventaja la más probable y racional explicación a los acontecimientos sucedidos el domingo de pascua.
Los intentos por seguir argumentando en contra de ella a través de las hipótesis ya esbozadas lo único que hacen es reforzar el caso de la resurrección, pues, como lo dijo Peter Greenspan, judío convertido al cristianismo: “Creo que llegué a la fe en Yeshua leyendo lo que escribieron sus detractores”, pues sus argumentos terminan siendo tan endebles y poco convincentes, llenos de vacíos explicativos, que a su pesar terminan reforzando la resurrección.
Por eso, al tratar de dejar sin piso los hechos detrás de la resurrección, sus detractores terminan, aún a su pesar, prestándole un servicio al cristianismo, pues sus ataques y planteamientos en contra de ella tienen tantas grietas e inconsistencias que, vistos objetiva y desprejuiciadamente, inclinan la balanza hacia la resurrección y no en contra de ella.
Por eso, quien investiga la resurrección con honestidad y sin agendas encubiertas preconcebidas para forzar conclusiones que no se siguen de los hechos, terminará convencido de la resurrección. Al fin y al cabo, como lo dijo Pablo: “… nada podemos hacer contra la verdad, sino a favor de la verdad” (2 Corintios 13:8). El problema no es, entonces, la falta de evidencia histórica a favor de la resurrección, sino una mala, prejuiciosa y sesgada actitud al evaluarla; actitud que a lo único que conduce es a darse “cabezazos contra la pared” al resistirse con terquedad a aceptar lo evidente, como le sucedía al apóstol Pablo antes de su conversión: “… Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? ¿Qué sacas con darte cabezazos contra la pared?” (Hechos 26:14).
La resurrección de Cristo, con todo y ser un hecho milagroso único hasta ahora en la historia, es real y evidente y sostiene, como ningún otro hecho asociado a la fe, la esperanza del cristiano y la certeza de que la muerte no es la que tiene la última palabra en este paréntesis en la eternidad y este periodo de prueba que es la vida humana en las actuales condiciones de nuestra problemática existencia. Una existencia en la que debemos transitar con mayor frecuencia de la deseada por un valle de lágrimas en el que la ansiedad, la incertidumbre, la angustia, el temor y el dolor amenazan con dominar nuestra perspectiva vital en este mundo, impidiéndonos ver más allá de las sombras opresivas la luz que resplandece por encima de ellas y que es la que a la postre se impondrá y disipará las tinieblas de manera absoluta cuando sigamos la senda trazada por Cristo en su resurrección, participando también de ella y dejando atrás definitivamente el paréntesis en que nos encontramos, para entrar a disfrutar de la dicha eterna que Cristo nos tiene reservada.
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Serie sobre “La resurrección de Cristo”
1.- Ante la resurrección de Cristo
2.- La tumba vacía
3.- Las apariciones de Cristo resucitado
4.-La resurrección y la Iglesia primitiva
Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Creer y comprender - La resurrección y la Iglesia primitiva