Disfrazando el pecado con razones
El rey Saúl es un claro ejemplo de la práctica de la racionalización del pecado, a la que nadie escapa.
27 DE ABRIL DE 2025 · 08:00

La racionalización se entiende como el mecanismo de defensa en el que las justificaciones lógicas y socialmente aceptables se usan para explicar comportamientos o decisiones que en realidad están motivados por emociones o deseos irracionales y pecaminosos.
El fin último en realidad es no reconocer ni confesar culpabilidades de las que nuestra conciencia nos acusa.
El rey Saúl es uno de los más palpables ejemplos de esta práctica a la que nadie escapa, desde nuestros primeros padres en adelante, culpándose el uno al otro o a la misma serpiente del edén por haber tomado del fruto prohibido del árbol de la ciencia del bien y el mal.
Saúl razonaba ꟷo mejor, racionalizabaꟷ como lo hacen muchos hoy que piensan que lo correcto y la incorrecto “depende de” la situación y de las circunstancias que estemos viviendo.
En tres ocasiones puntuales Saúl racionalizó el mandato de Dios.
La primera, fue en relación con la siguiente instrucción del profeta Samuel: “Baja luego a Guilgal antes que yo. Allí me reuniré contigo para ofrecer holocaustos y sacrificios de comunión y, cuando llegue, te diré lo que tienes que hacer. Pero tú debes esperarme siete días” (1 Samuel 10:8).
Con el siguiente desenlace: “Allí estuvo esperando siete días, según el plazo indicado por Samuel, pero este no llegaba. Como los soldados comenzaban a desbandarse, Saúl ordenó: Tráiganme el holocausto y los sacrificios de comunión»; y él mismo ofreció el holocausto. En el momento en que Saúl terminaba de celebrar el sacrificio, llegó Samuel. Saúl salió a recibirlo y lo saludó. Pero Samuel reclamó: ꟷ¿Qué has hecho? Y Saúl respondió: ꟷPues, como vi que la gente se desbandaba, que tú no llegabas en el plazo indicado, y que los filisteos se habían juntado en Micmás, pensé: ‘Los filisteos ya están por atacarme en Guilgal, y ni siquiera he implorado el favor del Señor’. Por eso me atreví a ofrecer el holocausto…”.
Así fue como Saúl racionalizó su desobediencia flagrante culpando veladamente a Samuel, recibiendo la siguiente severa amonestación del profeta: “ꟷ¡Te has portado como un necio! ꟷrespondió Samuelꟷ. No has cumplido el mandamiento que te dio el Señor tu Dios. El Señor habría establecido tu reino sobre Israel para siempre, pero ahora te digo que tu reino no permanecerá. El Señor ya está buscando un hombre conforme a su corazón y lo ha designado gobernante de su pueblo, pues tú no has obedecido” (1 Samuel 13:8-14).
La segunda ocasión se narra así: “Un día Samuel dijo a Saúl: «El Señor me envió a ungirte como rey sobre su pueblo Israel. Así que pon atención al mensaje del Señor. Así dice el Señor de los Ejércitos: ‘He decidido castigar a los amalecitas por lo que le hicieron a Israel, pues no dejaron pasar al pueblo cuando salía de Egipto. Así que ve y ataca a los amalecitas ahora mismo. Destruye por completo todo lo que les pertenezca; no les tengas compasión. Mátalos a todos, hombres y mujeres, niños y recién nacidos, toros y ovejas, camellos y asnos” (1 Samuel 15:1-3).
Es lo que se conoce como la orden del anatema, contra la que la mentalidad moderna tiene tantos escrúpulos. La obediencia de Saúl no fue completa, pues: “Además de perdonarle la vida al rey Agag, Saúl y su ejército preservaron las mejores ovejas y vacas, los terneros más gordos…” (1 Samuel 15:8). Ante esto Dios se pronunció diciendo: “Lamento haber hecho rey a Saúl, pues se ha apartado de mí y no ha llevado a cabo mis instrucciones…” (1 Samuel 15:11).
Ante el nuevo reproche de Samuel por dejar vivo el ganado: “… ¿qué significan esos balidos de oveja que me parece oír? ꟷreclamó Samuelꟷ. ¿Y cómo es que oigo mugidos de vaca?…”, Saúl volvió a racionalizar muy campante de este modo: “ꟷSon las que nuestras tropas trajeron del país de Amalec —respondió Saúl—. Dejaron con vida a las mejores ovejas y vacas para ofrecerlas al Señor tu Dios, pero todo lo demás lo destruimos” (1 Samuel 15:14-15). Cuando los motivos reales eran diferentes, como lo confesó un poco después al ser confrontado al respecto por el profeta: “ꟷ¡He pecado! ꟷadmitió Saúlꟷ. He desobedecido la orden del Señor y tus instrucciones. Los soldados me intimidaron y les hice caso” (1 Samuel 15:24).
En su respuesta, Saúl puso en evidencia una de las causas más comunes de las racionalizaciones: el temor a desentonar o a ir en contravía con las tendencias de las multitudes y el deseo de agradar a los hombres antes que a Dios, por contraste con la declaración paulina: “¿Qué busco con esto: ganarme la aprobación humana o la de Dios? ¿Piensan que procuro agradar a los demás? Si yo buscara agradar a otros, no sería siervo de Cristo” (Gálatas 1:10), actitud hecha extensiva como la norma que deberíamos seguir todos los cristianos en el sentido de que “no tratamos de agradar a la gente sino a Dios, que examina nuestro corazón” (1 Tesalonicenses 2:4).
La tercera y última ocasión fue ya en el ocaso de su vida, relatada de este modo: “Ya Samuel había muerto. Todo Israel había hecho duelo por él y lo habían enterrado en Ramá, que era su propio pueblo. Saúl, por su parte, había expulsado del país a los médiums y a los espiritistas. Los filisteos concentraron sus fuerzas y fueron a Sunem, donde acamparon. Saúl reunió entonces a los israelitas y armaron su campamento en Guilboa. Entonces, cuando vio Saúl al ejército filisteo, le entró tal miedo que se descorazonó por completo. Por eso consultó al Señor, pero él no le respondió ni en sueños, ni por el urim ni por los profetas. Por eso Saúl ordenó a sus oficiales: ꟷBúsquenme a una médium, para que yo vaya a consultarla. ꟷPues hay una en Endor ꟷrespondieron. Saúl se disfrazó con otra ropa y, acompañado de dos hombres, se fue de noche a ver a la médium. ꟷQuiero que evoques a un espíritu ꟷpidió Saúlꟷ. Haz que se me aparezca el que yo te diga”.
La racionalización consistió aquí en que, en vista del silencio de Dios ante sus apelaciones a Él por medio del conducto sacerdotal regular, el rey consideró que consultar a una adivina estaba justificado en esta ocasión en contra del mandamiento expreso de Dios al respecto y de que el propio Saúl había purgado a Israel de mediums y espiritistas de este estilo en el pasado.
Es sin duda una de las racionalizaciones más maquiavélicas utilizadas por todos en general y por los gobernantes en particular en el contexto de la mentalidad moderna eminentemente pragmática: el fin justifica los medios.
Por eso, más allá de la discusión sobre el resultado de esta sesión espiritista en el sentido de si funcionó o no y de si el profeta Samuel acudió o no a la invocación, lo cierto es que este tipo de prácticas estaban claramente prohibidas y condenadas en la ley mosaica.
El lamentable resultado se lee en el epitafio en la tumba de Saúl, que es lapidario y concluyente: “Saúl murió por haberse rebelado contra el Señor, pues en vez de consultarlo, desobedeció su palabra y buscó el consejo de una adivina. Por eso el Señor le quitó la vida y entregó el reino a David hijo de Isaí” (1 Crónicas 10:13).
Triste final para un rey que prometía y tenía madera, pero que sucumbió al engaño de las racionalizaciones.
Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Creer y comprender - Disfrazando el pecado con razones