La vida según el Eclesiastés

No hay ningún libro de los llamados de “auto ayuda” que supere los textos del Eclesiastés.

18 DE ENERO DE 2021 · 09:00

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El libro de Eclesiastés, atribuido según el versículo 1 a “las palabras del Predicador, hijo de David, rey en Jerusalén”, o sea Salomón, (pero según algunos teólogos solo sería el recopilador de refranes y pensamientos populares del pueblo de Israel), es un verdadero tesoro en lo que sabiduría sobre la vida y el comportamiento respecta.

Comienza con una frase que se ha convertido en universal y que está impregnada como todo el libro de cierto escepticismo: “Vanidad de vanidades, todo es vanidad”.

Dice el autor que “todas las cosas son fatigosas más de lo que el hombre puede expresar”. Y más adelante otra frase no mucho menos conocida y repetida: “No hay nada nuevo bajo el sol”.

Utiliza en forma feliz pensamientos, comparaciones y reflexiones muy comunes en los escritos de aquel tiempo considerados como libros de sabiduría.

Sostiene y con mucha razón que hay un tiempo para todo y que “todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora”.

En el Capítulo 3 Versículo 11 (versión Reina Valera) el Predicador escribe que Dios “todo lo hizo hermoso en su tiempo; y ha puesto eternidad en el corazón de ellos”, o sea de los hombres. Frase esperanzadora que nos dice que todavía el hombre es capaz de alcanzar las grandes cumbres del espíritu, a pesar de las fatigas, de las vanidades y de todas las amarguras que la vida en forma cotidiana nos depara.

No hay ningún libro de los llamados de “auto ayuda” que supere los textos del Eclesiastés. ¿Acaso no leemos en el Capítulo 7, 14 que nos aconseja “en el día del bien goza del bien y en el día de la adversidad considera?”. Y para allanar todo orgullo en 2,16 exclama “Porque ni del sabio ni del necio habrá memoria para siempre; en los días venideros será olvidado y morirá el sabio como el necio”, dolorosa verdad del sabio Rey.

Pero no todo en el Eclesiastés es un “pathos” de amargura: en 9,7 nos aconseja con buen tino “anda, y como tu pan con gozo, y bebe tu vino con alegre corazón”.

Uno de los textos más hermosos y herméticos que plantea los viejos enigmas del deterioro del cuerpo humano (ese tabernáculo al que supo aludir Pablo, apóstol de Jesucristo) se encuentra 12,1 al 7.

Vale la pena su reproducción completa: “Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud, antes que vengan los días malos, y lleguen los años de los cuales digas: no tengo en ellos contentamiento; antes que se oscurezca el sol, y la luz, y la luna y las estrellas, y vuelvan las nubes tras la lluvia; y cuando temblarán las guardas de la casa, y se encorvarán los hombres fuertes, y cesarán las muelas porque han disminuido, y se oscurecerán los que miran por las ventanas; y las puertas de afuera se cerrarán, por lo bajo del ruido de la muela; cuando se levantará la voz del ave, y todas las hijas del canto se serán abatidas; cuando también temerán de lo que es alto, y habrá terrores en el camino, y florecerá del almendro, y la langosta será una carga, y se perderá el apetito; porque el hombre va a su morada eterna, y los endechadores andarán alrededor por las calles; antes que la cadena de plata se quiebre, y se rompa el cuenco de oro, y el cántaro se quiebre junto a la fuente, y la rueda sea rota sobre el pozo; y el polvo vuelve a la tierra, como era, y el espíritu vuelve a Dios que lo dio, vanidad de vanidades dijo el Predicador, todo es vanidad”.

El texto precedente es una parábola de la vida del hombre sobre la tierra cuando llegan los años viejos y la muerte empieza a rondar con los endechadores, afectando el cuerpo con sus males hasta que el polvo vuele al polvo (otra frase genial de la Biblia) y el espíritu vuelve a Dios.

Los aciertos del libro de Eclesiastés nos advierten en forma permanente, nos inquietan y lo más importante nos colocan en nuestro verdadero sitio. Solo somos una frágil vasija de barro en las manos del alfarero.

Al leerlo atentamente y atesorar sus máximas en nuestro corazón estaremos advertidos porque ”el avisado ve el mal y se esconde, pero los simples pasan y se hacen daño”.

Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Desde Valcheta - La vida según el Eclesiastés