El libro de Eclesiastés y los poetas
Grandes verdades para reflexionar en estos tiempos impiadosos de pandemia.
05 DE JULIO DE 2021 · 08:00

El excelente escritor Luis Melnik en uno de sus amenos libros en los que recrea “fantasía, leyendas, santos y profetas, fenómenos reales o imaginarios, milagros, lugares y seres prodigiosos”, dedica un breve texto al libro bíblico del “Eclesiastés”.
“En latín y griego, significaba “el que dirige la palabra al pueblo reunido””, predicador o presidente de una asamblea. El título en hebreo era Cohélet, de parecido significado.
Uno de los libros del Antiguo Testamento adjudicado a Salomón, aunque probablemente se haya escrito mucho después de su paso por la vida. El libro tiene una fuerte carga pesimista y en su primera parte dice: “Palabra de Cohélet, hijo de David, rey en Jerusalén: Vanidad, pura vanidad. Nada más que vanidad. ¿Qué provecho saca el hombre de todo el esfuerzo que realiza bajo el sol? Una generación va y la otra viene y la tierra siempre permaneces. El sol sale y se pone y se dirige afanosamente hacia el lugar de donde saldrá otra vez. El viento va hacia el sur y gira al norte; va dando vueltas y retorna a su curso. Todos los ríos van al mar y el mar nunca se llena”.
“El objetivo aparente del libro es que no hay felicidad verdadera sino en la observancia rigurosa de los mandamientos de ley de Dios, enseñando preceptos excelentes en todo tipo de virtudes. De allí deriva la palabra “eclesiástico”, por ministerio o con autoridad de la iglesia.
Eclesiastizar es, hablando de bienes temporales, espiritualizarlos. El texto concluye: “Los dichos de los sabios son como aguijones y las colecciones de sentencias como mojones bien plantados”.
Una de las expresiones latinas de uso formal y muy común estás tomada justamente del libro de Eclesiastés 1:9: “Nihil novi sub sole”: Nada nuevo bajo el sol.
El “Diccionario de la Biblia de Jerusalén” nota que “hay muchas cosas misteriosas en torno a este libro: Quién lo escribió y cuándo; cuál es su mensaje. No se cita ni una sola vez en el Nuevo Testamento ni en las escuelas rabínicas aunque Hillel, más liberal aceptaba su presencia.
Numerosos escritores y poetas se han inspirado en la Biblia y muchos en el libro del Eclesiastés. Entre ellos Jorge Luis Borges, León Felipe, Francisco de Quevedo. Pero la influencia más notable y visible es tal vez en Jorge Manrique en sus “Coplas a por la muerte de su padre”.
Es sabido que este maravilloso poeta español escribió sus coplas motivado porque “en la villa de Ocaña murió a los setenta años de edad Don Rodrigo Manrique, maestre de Santiago, y conde de Paredes de Nava” a quién Jorge profesaba una profunda admiración y cariño.
La muerte es el centro y eje de la obra de Manrique, así como las vanidades de la vida, teniendo fuertes reminiscencias su obra con el libro de Eclesiastés.
Por eso expresa al inicio de las mismas: “Recuerde el alma dormida/ avive el seso y despierte/ contemplando/ cómo se pasa la vida, / como se viene la muerte/ tan callando, / cuán presto se va el placer, / cómo, después de acordado, / da dolor; / cómo, a nuestro parecer, / cualquier tiempo pasado fue mejor”. Pues si vemos lo presente/ como en un punto es ido/ y acabado, / si juzgamos sabiamente, / daremos lo no venido por pasado. No se engañe nadie, no, / pensando que ha de durar/ lo que espera/ más que duró lo que vio, / pues que todo ha de pasar / por tal manera. Nuestras vidas son los ríos/ que van a dar a la mar, / que es el morir; / allí van los señoríos / derechos a se acabar / y consumir; / allí los ríos caudales / allí los otros mediano / y más chicos, / y llegados, son iguales / los que viven por sus manos Y y los ricos”.
Grandes verdades para reflexionar en estos tiempos impiadosos de pandemia. La lectura del Eclesiastés, de maravillosa prosa, nos alerta sobre la fragilidad de la vida y sus pesares.
Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Desde Valcheta - El libro de Eclesiastés y los poetas