Un poema cristiano para mi patria dividida

Solamente campean desencuentros y odio entre dos trincheras antagónicas, en medio de una profunda crisis moral, cívica y económica.

    01 DE SEPTIEMBRE DE 2022 · 08:00

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    ArtTower, Pixabay

    Tuve el privilegio de contar con la amistad del gran poeta e intelectual argentino don José María Castiñeira de Dios. Amistad forjada en nuestra pasión cristiana y la militancia política. Pero siempre dolidos por los avatares de este País que tanto nos duele.

    En horas de gran oscuridad cívica donde todo parece perderse en una profunda grieta de odio, Castiñeira dejó este poema mientras contemplaba el pesebre de Nuestro Señor y en una de sus cartas más emotivas decía que “la Patria es un dolor que nunca cesa”.

    Me pareció importante compartir esa “Meditación” incluida en su hermoso libro “Testimonio Cristiano”, observando con mucha preocupación los acontecimientos aciagos que suceden en nuestro país, pareciendo que se han olvidado de Dios.

    Solamente campean los desencuentros y del odio entre dos trincheras antagónicas y en medio de una profunda crisis moral, cívica y económica.

     

    Señor, en estas horas de angustias y de miedos, sólo puedo ofrendarte mi corazón quebrado.

    Tal vez en esta noche gozosa mi penuria quiebre el ala del ángel o haga llorar al pájaro.

    Porque, a pesar de mi pequeñez humana, yo soy la muchedumbre de tus desamparados.

    Bajo el frío desvelo de los cielos australes, aquí traigo el cordero de mi pueblo en los brazos.

    ¿Qué podría ofrecerte, Señor, si nada tengo más que el dolor antiguo de todos mis hermanos?

    Con los ojos vacíos me acerco a tu pesebre mientras luce en el cielo la estrella del milagro.

     

    Desde los cuatro rumbos, ateridos de pena, se allegan los pastores a tu casa de trigo.

    Vienen desde la zafra de las tierras del Norte, como sombras de azúcar con los rostros dormidos.

    Bajan lentos mensúes los ríos litorales, Descienden del oeste los demiurgos del vino.

    Y desde el sur galopan los hombres de las pampas, con sus vidas cansadas de repetir caminos.

    Todos hechos de sueños, pasiones y esperanzas, te buscan en la tierra como a un niño perdido.

    La noche tiene el peso de una espiga madura y el tiempo es un misterio que se ovilla en sí mismo.

     

    Aquí estoy, den la marcha de tu pueblo expectante, junto a Nuestra Señora, San José y los pastores.

    Tu cuna se acurruca bajo el frío del mundo, pequeña como el cuenco íntimo de la noche.

    ¡Déjame ver al Cristo que encarna la esperanza!, clamo entre los metales de oscuros centuriones.

    ¡Déjame ver al hijo de Dios, al Enviado, que ha bajado a la tierra para salvar al hombre!

    ¡Déjame ver al Niño sin su cruz todavía, mas ya crucificado por su amor a los pobre!

    ¡Aleluya! Proclama m i corazón quebrado. ¡Aleluya! Los hombres de mi tierra responden.

     

    O sé que tu convite, Señor, es paran todos, y tu amor la medida de nuestros sufrimientos.

    Y sé que en tu pesebre cabe la paz del mundo, porque sólo en tu gloria se reconcilia el pueblo.

    ¿Vendrán todos, Señor, a esta fiesta de parias? ¿Vendrán los perseguidos, los ciegos, los enfermos?

    ¿Vendrán los castigados por el hambre y la inquina? ¿Y vendrán los esclavos de la furia y el miedo?

    Tú eres el Salvador prometido a los pobres; danos tu paz cristiana ya que naces por ellos.

    ¡Sólo tu amor nos queda, Señor, entre dos odios: concédenos justicia para seguir viviendo.

    ¡Y protege a mi Patria, predilecta del cielo!

     

    Me uno con mis preces a la plegaria del poeta: ¡Señor, protege a mi Patria!

    Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Desde Valcheta - Un poema cristiano para mi patria dividida

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