Jesús en el Huerto de los Olivos
Hermosa viñeta de Jesús en una de las horas más tristes de su vida en el Huerto de los Olivos.
29 DE MARZO DE 2024 · 08:00

Gabriel Miró es uno de escritores españoles de mi preferencia junto a Ramón del Valle Inclán, Azorín, Camilo Cela, Pío Baroja y especialmente Ramón J. Sender, a los que leo y releo frecuentemente.
De Gabriel Miró podemos decir que “por su prosa maravillosamente trabajada, es uno de los grandes escritores de su época”.
“Escribió El libro de Sigüenza, Años y legua, y entre otros su Figuras de la pasión del Señor”.
Dicen los críticos literarios que “en la obra de Miró predomina lo lírico y descriptivo sobre la acción. Sabe hallar en el adjetivo novedoso, en el verbo rico de matices, en el arcaísmo reanimado oportunamente, los recursos para que su estilo sea un modelo de precisión poética”.
Y no se equivocan. La prosa de Miró es casi única. Y sus textos, antes que nada, son verdaderas pinceladas pictóricas, venero que hallarían también Valle Inclán y Sender.
Virtuoso de la palabra, en este fragmento de Figuras de la Pasión, subyuga por su belleza. Dice Miró:
La cumbre de la montaña de los olivos exhalaba un humo de plata, y de la hosquedad de la ladera iban surgiendo alumbrados los contornos de los casales. De toda la espesura prorrumpían los cedros de Annás, escarbachos de luna.
En el hondo, al abrigo de los puentes del Edrón y de los muros, temblaban las hogueras de los peregrinos que ya no hallaron casa, ni parador, ni bóveda, ni reparo en el recinto de la ciudad. Jerusalén había tendido en sus techos y cúpulas un tocado de novia, de tinieblas y de luna. Era como un inmenso almendral en flor.
Lejos relumbraban los atrios del Templo sobre los horizontes todavía privados del plenilunio. Y las estrellas, desnudas, y grandes, palpitaban entre las recias fantasmas de los torrentes…
Jesús tuvo frío; y él mismo se oyó el gemir de su vida.
Ya no estaba la noche de Nisán delante de sus padecimientos; ahora avanzaba la aflicción sobre el fondo de la tierra dormida y olorosa. Todo estaba habitado por sus dolores. Y se le conmovió el pecho como si recibiese la pujanza de un amargo oleaje. Y oró sublimemente:
-¡Padre, Padre, míralos! Tuyos eran y me los diste a mí. ¡Y han creído! Yo ya no estoy en el mundo; ¡pero ellos se quedarán solos! Guárdalos como yo los guardé. Nada más me falta el hijo de perdición. Como Tú me enviaste así yo los envío a las gentes. ¡Padre, Padre, yo en ellos como Tú en mí! Padre justo: el mundo no te ha conocido; pero éstos ¡oh Dios! ¡Éstos me han amado!
Le había rodeado refugiándose como hijos chiquitos al amparo de su vida. Allí, muy junto a su cuerpo, sintieron cómo brotaba el manantial de la plegaria, exaltada de toda la sangre del Maestro; y llegando a su boca, florecía en palabra. Y la palabra de Jesús se derramaba, se expandía dentro del silencio y de la pureza de la noche; y todavía produciéndose la voz en los labios semejaba oírse muy remota, elevada en el cielo, penetrándolo todo. De súbito calló, y crispósele la frente y convulsionaron sus manos como las de un hombre como las de otro hombre espantado.
Juan sintió en su carne el agarramiento pavoroso de los dedos de Jesús.
Una nube baja, escapada como un monstruo de los abismos de Gehena, había cegado la luna y apagó la noche.
Hasta aquí la hermosa viñeta de Jesús en una de las horas más tristes de su vida en el Huerto de los Olivos.
Hoy, cada uno de nosotros somos sus seguidores como antaño lo fueron sus discípulos y como ellos en Él hemos creído.
Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Desde Valcheta - Jesús en el Huerto de los Olivos