Coronavirus y cierre de templos
Ante esta situación, creemos que debemos posicionarnos como Evangélico Digital.
10 DE JUNIO DE 2020 · 18:00

Recordamos a los lectores que el Editorial es la única forma de expresión oficial que tenemos como medio. Los articulistas expresan su punto de vista propio, con los que podemos coincidir o no (en parte o en su totalidad). Quienes escriben son personas representativas y conocidas que ofrecen las diferentes perspectivas que como pueblo cristiano plural tenemos; pero lo hacen desde su propia libertad y opinión.
Hay un debate interno en las iglesias acerca de cuándo reiniciar las reuniones y cultos en medio de las medidas por la pandemia de coronavirus, incluso si negarse a aceptar las restricciones sanitarias y continuar con las mismas.
Ante esta situación, creemos que debemos posicionarnos como Evangélico Digital, y para ello abordamos tres situaciones bien distintas.
La primera, cuando existe la presencia de casos crecientes o altos de contagio (y de muertes por consiguiente). En esta circunstancia entendemos que es la obligación de los creyentes defender la vida y la familia, tanto de la fe como de sangre.
Dios mismo es quien inventó e indicó la cuarentena al pueblo de Israel en el desierto ante enfermedades contagiosas. Incluso Jesús tras sanar a los diez leprosos les indicó que fuesen ante los sacerdotes (sanitarios de aquel tiempo a estos efectos) para ser declarados sanos y reintegrarse a la vida social.
El reformador Martín Lutero entendió perfectamente este principio, cuando ante la terrible epidemia de peste bubónica en su país expresó: “Debo evitar lugares y personas para quienes mi presencia no es necesaria para no contaminarme, y posiblemente infectar y contaminar a otros para causar su muerte como resultado de mi negligencia”. Es decir, no sólo soy responsable de mi vida, sino de evitar que otros enfermen y la pierdan.
Y de paso recordamos que Jesús está en medio de dos o tres que se reúnen en su nombre, también si lo hacen a través de plataformas digitales. Un medio que quizás no está disponible para todos, pero sí es accesible a gran parte de los creyentes.
La segunda situación es cuando comienza el decrecimiento, o hay la evidencia de pocos casos. Aquí también se deben cumplir los mismos principios mencionados, entendiendo que cada iglesia puede ir desarrollando su propia estrategia dentro de las normas sanitarias establecidas en función de su capacidad, edad y salud de los creyentes, el cuidado de los niños, y la posibilidad de aplicar las medidas de protección necesarias.
Creemos que no es una cuestión de fe, ni de juzgarse unos a otros, sino de sabiduría que confía en el Señor. Nunca habrá riesgo cero (ni en el coronavirus ni en nada), y cada iglesia debe asumir delante del Señor cómo aplicar responsablemente las normas.
Pero aquí se abre una tercera situación compleja. Se produce cuando las pautas sanitarias muestran una discriminación clara hacia los cristianos e iglesias evangélicas. Como por ejemplo permitir actividades de ocio, bares o tiendas mientras se niega la misma posibilidad de reunirse en los templos.
Ante esta situación no cabe más que la denuncia, y el diálogo para exigir un trato justo utilizando todos los medios legales (y espirituales) posibles.
Porque sin duda la libertad religiosa incluye el derecho inalienable a expresar y vivir la fe en comunidad. Es una necesidad como cuerpo del Señor para vivir la fe. Aunque haya momentos en que se pueda ser iglesia sin templo, o en pequeños grupos, lo deseable siempre es restaurar el culto congregacional.
De hecho, el mayor culto de la historia se producirá en la eternidad, como relata Apocalipsis 5:13: Y a todo lo creado que está en el cielo, y sobre la tierra, y debajo de la tierra, y en el mar, y a todas las cosas que en ellos hay, oí decir: Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos.
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