Anunciar el Evangelio no es una opción
Pablo predicaba el Evangelio como un deber al que no podía renunciar.
27 DE FEBRERO DE 2020 · 14:00

Leyendo la segunda parte del Nuevo Testamento, desde el libro de Hechos hasta Filemón, y tal vez hasta Hebreos, aunque es menos seguro, nadie puede dudar de que el apóstol Pablo fue el primer gran misionero de la era cristiana.
En un texto clave, Romanos 15:19, dice: “desde Jerusalén, y por los alrededores hasta Ilírico, todo lo he llenado del Evangelio de Cristo”.
Se sabe que Pablo estableció iglesias en Israel y en Grecia. La de Roma ya existía cuando llegó a Italia. En el 15:24 de la epístola citada a los romanos expresa su deseo de ir a España.
Sí relata que llegó hasta la península balcánica, donde se situaba Ilírico, en la antigua Yugoslavia. Lo hace siguiendo su norma de anunciar el Evangelio donde no era conocido el mensaje de Jesús.
Pablo no buscaba la gloria personal en el hecho de predicar el Evangelio. Lo hace como un deber al que no podía renunciar, como una consecuencia del fuego que ardía en su corazón, tal como lo expone en su primera carta a los corintios, 9:16: “Si anuncio el Evangelio no tengo por qué gloriarme; porque me es impuesta necesidad; y ¡ay de mí si no anunciare el Evangelio”.
¡Un grito que debería alcanzar a todos los que están leyendo este articulito!
Cristo nos ha tomado a su servicio y hemos de responder a lo que quiere de nosotros. Es este un sentimiento humano y natural. Un sentimiento de agradecimiento y de fe.
El anuncio del Evangelio no constituye una opción. Estamos obligados en tanto que cristianos. El mensaje de Pablo llega directo a tu corazón y al mío: ¡ay de nosotros si no comunicamos el Evangelio!
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