El jardín y el Jardinero

Así como el Amado cuida de Su jardín, también está obligada el alma a cuidar de su Jardinero.

17 DE MARZO DE 2021 · 09:00

Dimitry Anikin, Unsplash,jardín
Dimitry Anikin, Unsplash

Mi amado descendió a su huerto, a las eras de las especias,

Para apacentar en los huertos, y para recoger los lirios.

Yo soy de mi amado, y mi amado es mío;

Él apacienta entre los lirios (Cantares 6:2-3).

Dos requisitos son indispensables para originar en el alma esa fortaleza espiritual que causa el asombro del mundo: la presencia de Cristo con el individuo y la unión de éste con Cristo.

El primero se señala en el versículo dos: “Mi amado descendió a su huerto, a la era de las especias, para apacentar en los huertos, y para recoger los lirios”.

Y el segundo en el versículo tres: “Yo soy de mi amado, y mi amado es mío; él apacienta entre los lirios”.

La amada responde a las preguntas de las curiosas y dice que su amado está allí. en su jardín, en el jardín de ella, aspirando el perfume de las flores, recreándose entre los lirios. Dios no hace diferencia entre las almas de los seres humanos. Todos hemos nacido pecadores, todos continuamos pecando al crecer, todos estamos destinados a la condenación si no nos arrepentimos y todos somos llamados a aceptar la salvación que Dios nos ofrece.

La diferencia la hacemos nosotros mismos. Cuando decimos sí a Dios y aceptamos Su amor Y el sacrificio de Su Hijo, ya nos incluimos entre el grupo de los redimidos. Si decimos no, nos clasificamos voluntariamente entre los condenados.

Unos y otros viviremos en la tierra los días que tenemos señalados, pero los primeros darán prueba de una gran fortaleza espiritual en los momentos de crisis mientras que los segundos se sumirán en la desesperación y en la angustia. ¿Razón? Cristo vive en el alma de los unos y en los otros no hay más que vacío y desolación.

Estos últimos lo ven todo negro. No encuentran consuelo en la aflicción, ni paño para sus lágrimas, ni remedio a sus dolores; no ven más allá de las estrellas ni tienen otra esperanza que la tumba fría al final de la jornada. Shakespeare canta esta ceguera humana por medio de Lorenzo en El Mercader de Venecia:

“Mira la bóveda celeste tachonada de astros de oro. Ni aun el más pequeño deja de imitar en su armonioso movimiento el canto de los ángeles, uniendo su voz al coro de los querubines. Tal es la armonía de los seres inmortales; pero mientras nuestro espíritu está preso en esta oscura cárcel, no la entiende ni percibe”.

Pero así como el Amado cuida de Su jardín, también está obligada el alma a cuidar de su jardinero. Los frutos espirituales no podrán darse sin un estrecho contacto, diario y continuo con el Amado. Tan fuerte debe ser la relación entre el creyente y Cristo, entre el alma y quien la cultiva, que ésta debe poder decir siempre: “Yo soy de mi amado, y mi amado es mío». Dos seres, el celestial y el terrenal, en un solo corazón y única voluntad.

Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Enfoque - El jardín y el Jardinero