Vacas gordas y vacas flacas

En una escena de “Orgullo y Perjuicio”, Collins dice a Elizabeth: “Quiero casarme contigo”. Pregunta Elizabeth: ¿Por qué?” “Porque me amo”, responde Collins.

28 DE NOVIEMBRE DE 2018 · 14:00

Leon Ephraïm / Unsplash,vacas, rebaño vacas
Leon Ephraïm / Unsplash

La historia de las vacas gordas y las vacas flacas ocupa casi todo el capítulo 41 del Génesis. El entonces faraón de Egipto vio en sueños salir del Nilo siete vacas gordas que pastaban en la orilla verde. Después vio otras siete vacas flacas que traían tal hambre que devoraban a las vacas gordas.

En la interpretación que José hace de aquel sueño faraónico, las siete vacas gordas eran anuncios de siete años de abundancia, mientras que las vacas macilentas eran anuncios de siete años de escasez y hambre.

Aquí no pretendo reinterpretar el sueño del faraón. Simplemente, aplico de otra forma la parábola de las vacas.

En la Iglesia todos nos sentimos felices. El domingo es para nosotros un día de gordura espiritual. ¡Qué bueno es Dios! ¡Bendito sea su nombre!

Amén y amén. Hemos tenido un buen culto. Edificante predicación. Hemos recordado el precio de nuestra salvación al participar de la santa cena. Cuando todo ha terminado seguimos en el templo, hablando, disfrutando del compañerismo cristiano.

Nosotros somos las vacas gordas.

Es confortable sentarse en el interior de un buen edificio, con un techo resistente, aunque en el exterior se desaten las más violentas tempestades. Es posible que fuera del templo haya niños y ancianos mojándose, vagando perdidos en la lluvia, pero dentro de la casa nosotros estamos secos y a salvo.

En la calle están las vacas flacas.

Millones de personas que no conocen el alimento de la Palabra, que viven sin experiencias espirituales, sin prácticas religiosas, sin relacionarse con Dios, porque lo ignoran voluntariamente o porque nadie les ha hablado de Él.

Habitar egoístamente en nosotros mismos interpone un muro entre las vacas gordas y las vacas flacas. Entre los bien alimentados espiritualmente y los que enferman de hambre del alma.

Demasiadas iglesias sólo piensan en sus necesidades, sus planes, sus ideas; se están convirtiendo en congregaciones solitarias e inseguras, alimentando su propio estómago, sin pasar de ahí.

En una escena de “Orgullo y Perjuicio”, Collins dice a Elizabeth: “Quiero casarme contigo”. Pregunta Elizabeth: ¿Por qué?” “Porque me amo”, responde Collins.

Nos amamos y engordamos espiritualmente. Pero estamos perdiendo la sensibilidad ante las necesidades ajenas.

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