Cuando la fe está muerta

Tener fe no constituye mérito alguno No basta. Hasta los demonios “creen y tiemblan”.

27 DE FEBRERO DE 2019 · 10:00

Stalisnav Kondratiev, Unsplash,flores secas, flores mustias
Stalisnav Kondratiev, Unsplash

Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma

(Santiago 2:17)

El tema de la fe y las obras es el central en la epístola del apóstol Santiago.

Es importante notar que Santiago no se refiere al que tiene fe segura, sino a “alguno que dice tener fe” (2:14).

El apóstol trata aquí de la fe de la persona que ya ha sido bautizada, la cual se hace más culpable por haber recibido el don de la salvación y no hacer uso de él.

Aclara que tener fe no constituye mérito alguno si esa fe no va seguida de obras. La fe dice “creo en Dios”. No basta. Eso es muy fácil. Lo dicen hasta los demonios: “los demonios creen y tiemblan” (2:19). Son las obras las que otorgan vida a la fe.

En otro lugar de su epístola Santiago pone un ejemplo magnífico para explicar la esterilidad de una fe que es puramente intelectual, sin demostraciones prácticas:

“Y si un hermano o una hermana están desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento de cada día, y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha? Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma” (Santiago 2:15-17).

La fe que consiste sólo en palabras es una fe seca, carente de vida, ausente de ejemplo, porque las palabras por sí solas no ayudan al hambriento. A la persona de fe debe preocupar tanto el alma como el cuerpo del prójimo. La fe viva resplandece a través de las obras. Resulta inconsecuente presumir de fe si no actuamos en consecuencia.

Santiago pone dos ejemplos. Uno es el de Abraham.

“¿No fue justificado por las obras Abraham nuestro padre, cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el altar? ¿No ves que la fe actuó juntamente con sus obras, y que la fe se perfeccionó por las obras? (Santiago 2:21-22).

Cuando Abraham ató a su hijo Isaac con intención de ofrecerlo en sacrificio lo hizo estimulado por la fe. Era una fe tan profunda que cuando lo estaba haciendo creía que Dios era poderoso para resucitarle de entre los muertos.

Pero esta fe, tan única, fue la que le movió a obrar. La fe viva que atesoraba en su corazón se hizo manifiesta por las obras. Creyó, tuvo fe, y a la fe siguieron las obras: llevar a Isaac hasta el monte, preparar el fuego, detenerse sólo cuando oyó de nuevo la voz de Dios. Por lo mismo, porque la fe sin obras es muerta.

El segundo ejemplo es el de una mujer ramera llamada Rahab:

“Asimismo también Rahab la ramera, ¿no fue justificada por obras, cuando recibió a los mensajeros y los envió por otro camino? (Santiago 2:25).

Antes de entrar en tierra de Canaán Josué, sucesor de Moisés, envió a dos espías a Jericó para explorar el territorio enemigo. Cuando el rey de Jericó se enteró de la presencia de estos espías mandó capturarlos.

Rahab los escondió bajo manojos de lino en su terraza. Rahab, una flor en el lodo, tuvo fe en los dos hombres y esa fe la manifestó en obras que la justificaron ante Dios.

Quiero aclarar a los lectores de este articulito que la salvación no es por obras. Uno no alcanza la eternidad feliz haciendo cosas que puedan agradar a Dios. Si así fuera el cielo estaría lleno de personas que en la tierra tuvieron dinero y lo compraron con obras. No. En absoluto.

La salvación se nos es concedida por la fe en “la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación” (1ª Pedro 1:19). Pero lo que intento decirte en este articulito es que tu fe debes mostrarla por medio de obras.

Porque las obras son como el alma de la fe. Y sin ellas la fe es muerta.

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