El escándalo de Cristo y el del mundo

Para ateos o apóstatas, Cristo es piedra de escándalo.

26 DE AGOSTO DE 2019 · 12:00

Brooke Cagle, Unsplash,asombrada
Brooke Cagle, Unsplash

Cristo es piedra de tropiezo y roca de escándalo

(1ª Pedro 2:8, versión Nacar-Colunga).

En los versículos anteriores de esta epístola y capítulo el apóstol Pedro afirma que para nosotros, para quienes hemos creído en Él, Jesucristo es piedra viva, piedra angular, piedra preciosa.

Para otros, ateos o apóstatas, Cristo es piedra de escándalo.

Si Jesús es piedra de contradicción y piedra de escándalo, la Iglesia que fundó sigue esas mismas vicisitudes. “Por donde quiera que voy veo el escándalo”, dijo Zorrilla.

Pero hay otro tipo de escándalo, el que arraiga en el mundo en que vivimos. Saturado de escándalos, viciado por los escándalos en todos los estamentos de la sociedad, empezando por la política, seguida por la corrupción económica, continuada por la pobreza, la mala calidad o falta de empleos, la crisis de la familia, el abuso de los débiles, y tantos otros.

Y lo que es pero, hay también este tipo de escándalos negativos que se dan también en algunas iglesias. Escándalos provocados por personas que no se adaptan. Otros porque llegan a la conclusión de que la Iglesia no responde a sus exigencias. O porque tienen un afán de protagonismo, de querer ser alguien en la dirección  o en el púlpito, sin reunir condiciones para ello. Estos son los Alejandros caldereros y los Diótrefes de nuestros días que en lugar de edificar destruyen.

Sus quejas no nacen de los supuestos problemas de la Iglesia; tampoco nacen de las malas conductas que ellos quieren ver en otros cristianos, de hecho inexistentes. Les ocurre que están cansados de la vida de Iglesia, dudan de sus creencias, han perdido la fe y desaparecen dando portazos de calumnias y murmuraciones.

En opinión de Juan, “salieron de nosotros, pero no eran de nosotros; porque si hubiesen sido de nosotros, habrían permanecido con nosotros; pero salieron para que se manifestase que no todos son de nosotros” (1ª de Juan 2:19). Si salieron es porque un día estuvieron dentro.

Hicieron profesión de fe. Fueron bautizados. Estuvieron un tiempo en la Iglesia. Pero nunca se convirtieron realmente. Oraban al Señor, sí, pero “no todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos” (Mateo 7:21).

Los tres primeros Evangelios reproducen las severas amonestaciones de Jesús en contra del escándalo. Siguiendo la versión de Nacar-Colunga, dice en Mateo 18:7: “¡Ay del mundo por causa de los escándalos! No puede menos de haber escándalos, pero ¡ay de aquél hombre por quien venga el escándalo!”.

¡Deprimente! Estamos obligados a vivir con el escándalo como lo estamos con la respiración, con el aire, con la vida misma, con su hermana la murmuración.

La gravedad del escándalo se expresa en los tres Evangelios con la imagen de un grafismo muy grande. Le valía más al que escandaliza que “se le colgase al cuello una piedra de molino de asno, y que se le hundiese en lo profundo del mar” (Mateo 18:6).

Cierro este articulito con un bellísimo y provechoso consejo totalmente contrario a los escándalos en la Iglesia, que Pablo da a los Filipenses:

“Y esto pido en oración, que vuestro amor abunde aun más y más en ciencia y en todo conocimiento, para que aprobéis lo mejor, a fin de que seáis sinceros e irreprensibles para el día de Cristo, llenos de frutos de justicia que son por medio de Jesucristo, para gloria y alabanza de Dios” (Filipenses 1:9-11).

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