Mariel, la niña que fue prostituida mil días y noches
Fue obligada a tener sexo dieciocho horas diarias. La paga era comida, ropa y saber que “si se portaba bien” su familia no será asesinada.
22 DE FEBRERO DE 2023 · 08:00
Quienes conocemos los caminos de Dios, tenemos claro que no hay casualidades en nuestra vida, sino que el Señor Jesús nos pone a la gente adecuada para ayudar o también para que nos apoyen en momentos difíciles.
Hoy quiero compartir con ustedes la impactante historia de Mariel, que movió las fibras más sensibles de mi ser y corazón.
La joven intentó por primera vez suicidarse asfixiándose. Mariel quería colgarse del techo, pero no tenía los objetos necesarios para hacerlo. De haberlos tenido, su historia hubiera terminado ahí, sin más.
La joven se rodeó su cuello con sus manos y las cerró tan fuerte, como si fueran tenazas, tratando de cortar el paso del oxígeno a su cerebro. Ella no sabía que era imposible suicidarse de ese modo.
Nuestro Dios creo nuestro cuerpo de tal manera que tenemos un mecanismo de autoprotección que lleva al desmayo cuando no hay suficiente oxígeno y, una vez inconsciente, el organismo se activa para volver a introducir aire de manera natural. Dígame usted quien pudo hacer esto en los seres humanos sino solamente Dios.
Mariel supo esto cuando cayó al piso, jadeante y frustrada con su intempestivo plan y con sus demonios vivos: la depresión, el insomnio, la vergüenza, la constante sensación de que volvería por ella el hombre que la capturó por tres años, durante los cuales fue obligada a mantener hasta 60 relaciones sexuales al día, los siete días de la semana.
Le cuento que meses después Mariel intento de nuevo suicidarse. Ahora con pastillas. Tomó un puñado de medicamentos que le fueron recetados para lidiar con el estrés y se los tragó de un bocado. Ella no sabía que esa cantidad de pastillas no era letal, sino apenas suficiente para mandarla a dormir por varias horas. Cuando despertó, regresaron sus tormentos y la frustración por no poder matarse.
Después de conocer este caso, en mis oraciones le pedí a Dios la respuesta a las siguientes interrogantes.
¿Por qué Mariel querría quitarse la vida, dos veces, si ya había logrado lo más difícil: sobrevivir a un largo cautiverio fuera de su país de la mano de un tratante que la había enganchado cuando era menor de edad?
¿Por qué la vida le era más difícil ahora que había logrado escapar de su victimario? ¿Por qué Mariel, apoyada por una organización no gubernamental, continuaba con ganas de morir estando en “libertad”?
Fue entonces que conocí la respuesta de parte de la propia Mariel al señalar que lo hizo porque nadie la acompañó después de salir de este cautiverio, aunque la “ayudaban”, se sentía sola, no tenía redes de apoyo y no podía regresar a México mientras se realizaba el juicio.
Los que conocemos al Señor Jesús, sabemos que los demonios te hablan cuando una persona está herida y sola. Hoy sabemos que en esos momentos tan difíciles el único refugio seguro es estar bajo su manto de luz y amor.
Historia de su tragedia
La dramática historia de Mariel empezó en un punto en el mapa de la zona costera de Oaxaca, en uno de esos pueblos que no existen para el país de México, sino hasta que los aplasta una desgracia.
En un parque pequeño. Una tarde cualquiera. Una chica de 13 años es abordada por un chico de 16. El mundo gira y nadie nota a dos adolescentes que dejan de ser un par de extraños. Platican, se gustan, ríen, intercambian números y se citan para volverse a ver.
Ella no sabe que él es un cazador. Un rastreador joven, pero experto. Él suele caminar por parques como esos, en pueblos como esos, en busca de chicas como ella, vulnerables a primera vista. Las enamora usando una guía que le ha enseñado su familia: un piropo que se convierte en un cariño, en una promesa, en un secuestro con fines de explotación sexual.
Él sigue esa ruta con Mariel. Le habla con dulzura, la enamora y se convierten en novios. La joven no tiene idea a lo que se enfrenta. Aprendió luego que la insistencia de él por conocer a su familia tenía como objetivo ubicarlos para amenazarla con matarlos, si ella no obedecía.
Para demostrar que su amor es serio, él le pide que conozca a su familia y ella viaja hasta uno de esos pueblos que el país no conocería, si no fuera porque desde hace unos años se ha hecho infamemente famoso por su apodo de “La cuna de los padrotes”: Tenancingo, Tlaxcala.
Apenas visita la casa de su suegra, mira con horror como él se quita la piel de oveja, le enseña los colmillos y le avisa que el hogar familiar se acaba de convertir en su mazmorra. Le hace saber que no volverá con su familia y que acepte su destino como rehén.
El cautiverio empieza. Mariel pasa largas horas encerrada, mientras él deambula por las recámaras haciendo llamadas telefónicas. Todo es incertidumbre hasta que le avisan que, por fin, saldrán de ahí. Les espera una camioneta y un largo viaje.
El auto devora cientos de kilómetros avanzando hacia el norte. Llega hasta el desierto de Sonora, donde a ambos los espera un coyote que hasta el tercer intento no logra evadir a la patrulla fronteriza y cruzarlos por tierra hacia Tucson, Arizona. Les falta otro largo viaje que termina en Nueva York.
Ahí Mariel se entera de cuál es su nuevo trabajo: tener sexo, una y otra vez, en hoteles, habitaciones en renta, cuartos de azotea, bateas de camionetas. Los clientes son principalmente inmigrantes, a quienes atiende de domingo a domingo, dieciocho horas diarias. La paga que le ofrecen es comida, ropa y la certeza de que, si entrega todo el dinero a su captor y calla su secuestro, su familia no será asesinada. Tomaré un respiro, mi corazón no aguanta…
La noche en que la violan, por primera vez, decenas de clientes la convierten en la víctima más reciente de una conocida ruta de prostitución forzada. Un derrotero que el canal de televisión Discovery Channel documentó en un programa llamado "De Tenancingo a Nueva York", el segundo episodio más visto en español y ganador de un premio Emmy.
Una dolorosa brecha de unos 4.100 kilómetros que dolían como puntadas bajo la piel.
A partir de ese día, la vida de Mariel se estanca. Es como el tormento de Sísifo, el hombre que fue castigado por los dioses griegos a empujar por toda la eternidad una enorme piedra cuesta arriba por una montaña y que cada vez que se acerca a la cima, la piedra rueda hasta el suelo.
En el caso de Mariel, su castigo era empujar su vida cuesta arriba en una jornada de abusos sexuales diarios y cada vez que llegaba la madrugada, debía comenzar de nuevo. Como vivir en repetición perpetua el peor día de tu vida.
Las relaciones sexuales diarias son tan distintas como sus clientes: hay unas indiferentes, otras tristes, la mayoría violentas. Incluso las aparentemente cariñosas, maltratan.
Durante tres años, Mariel ve a su cuerpo llenarse de huellas que le infligen clientes mexicanos, salvadoreños, hondureños y estadounidenses. Pero uno será definitivo en su historia, un indio con alma de antihéroe, quien le pone un revólver en la cabeza y le advierte que esa vida, la de “prostituta”, no es para una chica como ella.
Le dice que la próxima vez que él la encuentre con hombres que la buscan para tener sexo, le metería una bala entre los ojos. Mariel no quería ni el panteón ni la calle. Esa noche suplica a su tratante, su viejo enamorado, que la deje ir, porque un cliente la tiene amenazada de muerte. Él se niega. “Sólo ten cuidado de no encontrártelo --responde-- pero no puedes dejar de traer mi dinero”. Y Mariel encuentra así su límite.
Después de casi mil días en cautiverio, toma una decisión radical. Roba las llaves del departamento donde está retenida, abre la puerta con cuidado y escapa. Una sombra en la noche se mueve ágil por las calles de Nueva York. Es Mariel huyendo. Eligiendo vivir.
Aquí también hubiera terminado esta historia: “Una joven inmigrante es detenida por correr despavorida por las calles —una actitud sospechosa en un barrio pobre— y al no poder acreditar su estancia legal, es deportada”, diría la redacción de un diario amarillista. O titularían su historia con algo como “¡Atrapada y sin papeles!”. Sin conocer los medios de comunicación, la historia real, una joven en busca la libertad de su cuerpo y su alma.
Pero la vida de Mariel también está salpicada de Diosidencias, aunque no lo parezca: en alguno de sus viajes hacia las casas de sus clientes, anotó y ubicó unos cuartos que lucían como escondites, por si un día se decidía a escapar. Ese resulta ser su primer refugio antes de ir a la policía. Ahí, se entera que hay organizaciones dedicadas a apoyar a mujeres víctimas de explotación sexual, así que concreta una cita.
De ese modo, Mariel llega a una asociación en la ciudad conocida como “La Gran Manzana” de Estados Unidos que auxilia a mujeres sobrevivientes de violencia doméstica y prostitución forzada. Ella se entusiasma con el recibimiento, la promesa de recuperación y, sobre todo, con el acompañamiento.
Pero nadie le avisa que la ONG sólo cuenta con un albergue temporal, como la mayoría de las organizaciones civiles y gubernamentales. Después de un año de vivir en un refugio con seguridad las 24 horas, y con el proceso trunco de su recuperación emocional, Mariel debe abandonar las instalaciones, porque así lo establece el protocolo de la asociación. Sale del refugio sin haber sanado las heridas del alma, esas que te persiguen a diario y que a muchas personas las obligan a quitarse la vida, pensando que ya no hay esperanza.
Lo más que puede hacer esta organización por ella es ayudarle a conseguir un departamento para vivir sola, pero debe continuar sin la red de acompañamiento que la hacía sentir protegida. Los demonios que la habían abandonado regresan a ocupar los huecos de su agenda. Y aunque pide volver al refugio con otras chicas como ella, le dicen no. Ya no cabe. No hay cama para ella. Lo cual le rompe el alma y le cierra la puerta hacia la libertad plena.
“Yo no soportaba los recuerdos, me estaban matando. Sentía que llegaban por mí. No podía dormir, empecé a comer demasiado, a aumentar de peso. Pensaba ‘ya no puedo, ya me cansé, no tengo por quién salir adelante’”, recuerda Mariel. “Me sentía inmensamente sola”.
Además del dolor emocional, a Mariel le atormenta un profundo dolor físico que arrastra desde una noche en que volvió con su tratante sin la cuota diaria que él le exigía. Él la golpeó tan fuerte en la cara que le dislocó la mandíbula. Y cada noche siente que le atornillan los dientes a las encías. Sólo duerme hasta que el cansancio la vence.
"Me sentía abandonada, como si sólo les hubiera importado al principio y luego ya no. No puedes dar acompañamiento a una sobreviviente hasta que tú quieras, debería ser hasta cuando nosotras estemos listas. El problema es que la atención te la dan unos meses, tres, máximo un año. Luego, a la calle. Y un año no es suficiente para reparar todo lo que te dañan esas personas”.
“Pensaba ‘ya no quiero saber nada’ e intenté ahorcarme con las manos. Luego, las pastillas… ¿Hubiera pasado esto, si hubiera tenido acompañamiento? No, no creo. Era la soledad. Me abandonaron”.
En ocasiones, las organizaciones que ayudan a las personas rescatadas de trata, no tenemos claro el daño que existe en el corazón y alma de las víctimas. Hoy quiero decir, que solo el amor de Jesús, nos puede ayudar a discernir lo que realmente necesitan.
De la desesperación a la esperanza
Mariel recuerda que alguna vez durante su cautiverio vio un documental en la televisión sobre una sobreviviente de trata de personas que fue presidenta honoraria de la Fundación Reintegra A.C.
En el programa se abordaba la importancia de un acompañamiento a corto, mediano y largo plazo, el cual fue implementado por la Fundación Camino a Casa y luego replicado por Unidos Vs Trata. Mariel ve una esperanza y la busca en redes sociales. Encuentra los perfiles que necesita. Escribe y, para su sorpresa, recibe un mensaje personalizado.
El acompañamiento que tanto le faltaba, aparece. Desde México, construimos un tratamiento que tanto necesita Mariel: aquel que le garantizaba acompañamiento hasta que ella estuviera lista. Tejimos una alianza para ayudarla: Una organización Internacional se interesó en apoyarla, la red de apoyo es clave para sacarla de aquel departamento solitario y colocarla con una familia en el norte de Estados Unidos, que la acoge como otra integrante más.
Ahora Mariel tiene casa. Acompañamiento psicológico. Tratamiento dental para reparar el daño de su mandíbula dislocada. Una comunidad que la hace sentir valiosa y valorada. Se casó con un hombre que la ama y la comprende. Y desde entonces, las voces de los demonios se escuchan cada vez más lejos, debilitados, absurdos.
"Ya es diferente todo. Estoy recuperándome sin prisas, a mi tiempo. Quiero estudiar, volverme escritora. También quiero seguir el ejemplo de Karla Jacinto, y hablar, ser activista contra la trata de personas”.
Otro ingrediente sazona la recuperación de Mariel: el tratante que la enamoró está preso en Estados Unidos. La policía de Nueva York lo buscó y lo atrapó, con la misma convicción con que él trataba a sus víctimas.
Hoy, el cazador cazado junto con su padre, hermanos y un primo, cumplen sentencias de casi cuarenta años por el delito de trata de personas. Y el testimonio de Mariel fue clave para hundirlos de por vida en esas mazmorras.
Por primera vez desde que tiene 13 años, Mariel es dueña de su tiempo. Una vida que parece vida y no castigo. Ella, sólo ella, determinará cuándo su proceso habrá terminado.
Hoy la joven sabe de Dios y de su amor incondicional para sanar su alma y borrar el cautiverio que padeció.
Estoy segura que un día en los próximos años aparecerá un libro en el estante de una tienda sobre una chica de origen latino a la que nadie conocía, sin papeles migratorios, que con ayuda de muchas personas pasó de ser víctima de trata de personas en un barrio pobre cerca de Nueva York, a convertirse en una superviviente, soñadora y activista.
La autora de ese libro será ella, sonriente en la portada. Mariel, muy lejos de ese día que intentó en tres ocasiones suicidarse, eligiendo vivir, tomando en sus manos una hoja en blanco para escribir una nueva historia.
El señor Jesucristo puso en mi camino a Mariel para poner en sus manos los principios de una vida diferente, un nuevo comienza basado en el principio que mientras hay vida hay esperanza.
Agradezco a cada persona que no fue indiferente y sembró amor en la vida de esta hermosa joven, es verdad que unidos hacemos la diferencia.
Lo único que necesita el ser humano es abrir su corazón para dejar que Jesús entre en el y more con el, en esta vida y en la eternidad.
Esta es la historia de Mariel que hoy querido lector le quería contar que estremeció mi ser, pero que también me enseñó lo mucho que uno puedo hacer para ayudar a aquellos seres humanos que son víctimas de la trata de personas. Te invito a dar la mano a personas vulnerables, a sobrevivientes o personas con familiares desaparecidos, lo puedes hacer donando en www.comisionunidos.org.
Recuerda: “Más bienaventurado es dar que recibir”
Nos vemos en mi siguiente entrega.
Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Hoja en blanco - Mariel, la niña que fue prostituida mil días y noches