¿Escuchas eso? es Fabiola llorando

En el sucio callejón éramos unas cincuenta mujeres, la mayoría víctimas de la trata.

19 DE MAYO DE 2023 · 08:00

Ron Lach, Unsplash,lágrimas, mujer llorando
Ron Lach, Unsplash

Fabiola solloza cuando habla de la casa donde pasó su niñez. Se le quiebra la voz cuando describe el único cuarto de paredes de madera y techo de palma en el que vivía. No había puerta y para evitar que los animales salvajes entraran por las noches había que tapar el hueco con un tambo grande. Durante cientos de noches durmió con el miedo enredado en sus pies de que un animal la atacara.

En los años siguientes tendrá ese mismo miedo, pero con un tipo distinto de animales. Ya habrá tiempo de que leas más sobre ese miedo, por ahora lo que tienes que saber es que hablar de esa casa es, al mismo tiempo, hablar de pobreza y de violencia. De un dolor profundo que, aunque superado, siempre remueve el alma.

 

El relato de Fabiola

Crecí en Tres Valles, Veracruz, muy cerca de la frontera con Oaxaca. Una región donde el calor pega tan fuerte como las carencias. En mi calle, como en casi todas, no había luz, agua potable ni ningún servicio. Mi papá era un campesino dedicado a cortar caña y sembrar maíz frente a la casa. Como bien supones, siempre faltaba dinero.

Para ir a la escuela tenía que caminar treinta minutos debajo de un sol abrasador o de una lluvia incontenible. Al llegar a la parada del camión comenzaba otra cuenta de media hora en autobús hasta la escuela. Ahí, siempre me discriminaron por ser morena y por no tener dinero. 

Nuestra pobreza contrastaba con la riqueza de un amigo de mi papá. Él tenía un rancho verde de donde parecía que brotaba dinero. Cada fin de semana, cuando llevaba al rancho la fruta para el ganado, el amigo de mi papá nos apartaba un poco porque sabía que no teníamos dinero para comer bien. Sólo esos días, nosotros disfrutábamos uno de esos pocos lujos que conocíamos: devorar la fruta de los animales.

 

Antes de continuar esta historia…

Es importante que sepas que el padre de Fabiola era alcohólico. Puede parecerte un detalle menor, comparado con todas las tragedias de esta historia, pero este dato aparentemente inofensivo se convertirá en algo decisivo para ella.

El vicio del alcohol destruye a las familias, ya que una persona que no se acerca a Dios para que lo sane y libere de este mal, puede convertirse también en alguien violento.

En el caso de Fabiola, ella fue testigo de cómo su papá golpeaba a su madre. Se acuerda en especial de una vez que él le arrojó una garrafa con cinco litros de leche a la cabeza, un golpe que pudo matarla.

A pesar de esto, Fabiola tiene sentimientos encontrados, ya que piensa en él con gratitud. Pese a la pobreza en la que vivían, él insistió en que estudiara. Se preocupó por levantarla todos los días para que asistiera a la primaria. Después la inscribió a la mejor” secundaria pública cercana. Comparado con otras que sólo impartían clases los sábados, el horario de esta era de lunes a viernes. Luego, la apoyó para que estudiara el bachillerato.

Una primera desgracia se hizo presente en la vida de Fabiola cuando le faltaba un mes que se graduara de la preparatoria, su padre falleció.

Para ella, su muerte fue el hecho que marcó el inicio de su historia como víctima de trata. La pérdida de su padre, la separación de la familia, el abandono de sus otros parientes y la soledad la llevaron a creer en las promesas de amor de un tratante, que llenó el vacío que dejó esa figura paterna.

 

Sigue el relato de Fabiola

Mi papá murió cuando yo tenía 18 años, a un mes para que terminara la preparatoria. Empecé a estudiar turismo en otra localidad cercana que sí tenía universidad. Para mantenerme, trabajaba en una tienda de zapatos, pero me pagaban muy poco. Sobrevivía tomando café y comiendo pan.

Te pido que imagines la muerte de mi papá como una explosión que me aventó lejos de mi burbuja de protección. Meses más tarde, preferí vivir cerca de la universidad y renté a un pequeño departamento con una compañera de clases.

Un sábado, a la hora del descanso en un trabajo precario que conseguí, fui a un parque a tomar mis alimentos. Se me acercó un hombre que se presentó como Alex Guzmán Herrera, de 25 años, originario de Querétaro. Me dijo que había vivido en Nueva York, donde se había dedicado un tiempo a la construcción de casas y que ahora vivía en Puebla. Cuando ya debía volver al trabajo, me preguntó mi número de celular y se lo di. Ese mismo día me llamó.

Era un caballero. Un experimentado coqueteador. Me mandaba mensajes todos los días y después de dos semanas me pidió que fuera su novia. No acepté porque llevaba muy poco tiempo de conocerlo, pero él insistió hasta convencerme. Acepté con la condición de que le pidiera permiso a mi tía, así que un fin de semana nos vimos en casa de la hermana de mi papá. Ella lo aceptó porque parecía una persona responsable y porque dijo que vivía de rentar siete departamentos suyos y que su plan era conseguir más. Era un partidazo.

Me propuso que me casara con él porque yo era muy madura y él necesitaba una esposa. Me negué porque mi prioridad era concluir mis estudios. Su terquedad me agotó y terminé nuestra relación.

Nos citamos una última vez en Córdoba, Veracruz. Él me habló casi llorando. Me dijo que si, en ese momento, aceptaba vivir con él en Puebla, nada me faltaría, incluido el estudio y la ayuda económica para mi familia. En el fondo, yo sabía que era una locura decir que sí, que lo conocía apenas hacía dos meses, que no era sensato.... pero también sabía que había comenzado a quererlo. Acepté.

Recorrimos la carretera de Córdoba a Puebla mientras platicábamos acerca de todo lo que queríamos lograr juntos.

Me llevó a la supuesta bodega de su jefe, un arquitecto, y allí nos instalamos. Al día siguiente me la pasé limpiando la bodega, que, en realidad, era un cuarto sucio. Encontré ropa interior de mujer, blusas, pantalones, dinero escondido en sobres, chips de celular, credenciales de elector y una carta de un hombre para su hijo.

Le pregunté por todas esas cosas y él, tranquilo, me contestó que durante años se había dedicado a pasar gente a Estados Unidos y que los migrantes le habían dejado las cosas que no podían pasar. Sonaba creíble. Me pareció razonable.

A veces, me platicaba que la esposa de un amigo suyo se dedicaba al sexoservicio” y que, si yo quería trabajar, ella podía enseñarme. Me espantaba cuando me decía eso, así que yo cambiaba de tema y todo volvía a su cauce feliz.

Pero un día llegó ebrio y comenzó a insultarme. Me dijo que no valía nada como mujer y que, si en verdad lo quería, iba a trabajar y a ayudarlo. Me juró que tenía un problema económico y necesitaba dinero o los prestamistas lo matarían. Enmudecí y me engañé atribuyendo su maltrato al alcohol.

Días más tarde, en un restaurante, me dio un ultimátum. Me dijo que si no trabajaba como prostituta” me dejaría, porque la mujer que quiere a su marido da la vida por él. La única forma para seguir juntos era que yo aceptara que él ofreciera mi cuerpo a extraños.

Acepté con el corazón roto y con la cabeza inundada en miedos, porque recordaba que Alex conoció a mi mamá y a mi hermano durante una reunión por el aniversario luctuoso de mi papá. Incluso, visitó la casita donde yo crecí. Por eso no me atreví a escapar, porque él sabía dónde encontrar a mi familia y podía hacerles daño.

Días más tarde de sus amenazas, me llevó a la Central de Autobuses de Puebla con Lucero, la supuesta esposa de su amigo. No viajó conmigo a la Ciudad de México, sino que me dejó con ella.

En el autobús Lucero me explicó cómo tenía que trabajar y cuánto debía cobrar, aunque Alex ya me había dicho todo sobre ese trabajo. Ambos me indicaron que debía cambiarme el nombre, usar uno artístico”. Elegí llamarme Fabiola”.

Apenas recuerdo que bajamos en la estación La Merced, en lo profundo del viejo corredor de prostitución del centro de la Ciudad de México. Primero fuimos al Hotel Necaxa, nos bañamos y nos arreglamos. Después, Lucero me llevó al Hotel Las Cruces, ese día no aceptaban menores de edad, como yo. Así que Lucero se puso de acuerdo con otra mujer y entre ambas consiguieron que me quedara en el callejón de Santo Tomás.

La Merced es un lugar horrible. Los clientes son de todo tipo. Algunos iban muy sucios, otros eran violentos. En el callejón éramos alrededor de cincuenta mujeres y yo diría que un 90% parecían víctimas, ya fuera porque eran demasiado jóvenes o porque yo podía escuchar cómo hablaban con sus padrotes. Se veían muy tristes.

Los vacíos de tristeza solo los puede sanar Dios con su amor y su bondad, pero en ese tiempo yo no lo conocía, estaba sin esperanza, no podía ayudar a nadie.

 

Mi liberación

El 24 de julio de 2010, la Procuraduría General de Justicia realizó un operativo en La Merced, gracias al Dr Miguel Ángel Mancera. Todo fue muy rápido: un momento estás dentro de un cuartucho siendo violada, como muchos otros días, y al momento siguiente estás en la calle viendo a policías y autoridades entrar al callejón de Santo Tomás.

Todas las mujeres fuimos llevadas ante un ministerio público a declarar, mientras se determinaba quiénes éramos víctimas y quiénes eran madrotas. Yo me negué a declararme víctima por miedo, pero aún así decidieron enviarme a la Fundación Camino a Casa.

Aún lo recuerdo vívidamente y con sentimientos mezclados: se abrió la puerta del refugio y detrás de ella estaba una chica que después se convertiría en mi mejor amiga. Sin conocerme me abrazó, me anunció que mi infierno se había congelado y que mi integridad física y mental jamás volvería a depender de que un hombre rentara mi cuerpo.

Créeme cuando te digo que allí cambió todo. Con una puerta. Como la que nunca tuve de niña.

 

Las víctimas no conocen el delito de trata

Entender la historia de Fabiola es clave para entender un punto estratégico de las bandas de trata de personas. Como ella, muchas víctimas de trata no se asumen como tal en el momento de su rescate.

La mayoría han sido aleccionadas para negar que son explotadas y algunas repiten las palabras exactas dictadas por sus tratantes por temor a que cumplan las amenazas de muerte contra ellas o sus familias. Muchas ni siquiera conocen el delito de trata, por lo que no creen que lo que están viviendo constituya un crimen o una forma de violencia.

Otras son engañadas en lo más íntimo de su corazón e intentan proteger a sus tratantes a toda costa. Fabiola creía estar enamorada. Cuando las autoridades le demostraron que Alex la había engañado usando un nombre falso y que no era la única, sino que explotaba a otras jóvenes, la venda de sus ojos cayó.

El delito de trata atrapa a 341 mil personas en México, según las cifras de la Fundación Walk Free. Que existe en toda la nación, pero con mayor profundidad en 21 entidades. Que es controlada por 47 grupos de la delincuencia organizada, desde familias enteras hasta cárteles de la droga. Un delito que depende del sufrimiento para existir.

Si guardamos un minuto de silencio por cada víctima, este país pasaría 236 días en silencio.

 

El monstruo es detenido

Me di cuenta de que Alex no me quería, que sólo le importaba el dinero que le entregaba. Una digna rabia se enraizó en mí y decidí denunciarlo y cooperar en todo lo que me pidieran las autoridades para detenerlo. Entonces dije toda la verdad.

La policía y yo le tendimos una trampa que guió a los policías hasta la casa en Puebla donde Alex vivía como rey a costa de nuestro sufrimiento. Su celular fue la prueba más contundente: había cientos de fotografías de menores, como yo, mujeres puestas en catálogos como si fueran objetos y una enorme cantidad de mensajes incriminatorios. Uno lo recuerdo bien: Alex, mi esposo tratante, le repetía exactamente los mismos halagos que me hizo a una niña de 14 años, Marlene, su próxima víctima.

Más tarde supe que el verdadero nombre de Alex Guzmán Herrera era Arturo Galindo Martínez. No tenía 25 años, sino 34. No era originario de Querétaro, sino de San Pablo del Monte, Tlaxcala, un pueblo donde nacen tantos tratantes como pasto a la orilla de la carretera.

 

Transformación de vida

Han pasado más de ocho años desde que Fabiola fue rescatada. En su proceso de reintegración han participado distintas organizaciones como Fundación Camino a Casa, Reintegra y Unidos Vs. Trata. Ella es parte de la primera generación de supervivientes atendidas con un modelo a largo plazo financiado por sociedad civil en México enfocado a encaminarla hacia la escuela.

Por tres años trabajó en la incubadora de negocios Emprendium, dirigida por el empresario René Villar. Allí le llamó la atención el giro gastronómico. Fabiola recordaba las carencias de su comunidad natal en Veracruz y pensó que la comida podría ser una vía de escape.

En el verano de 2016, Fabiola se graduó de la Licenciatura en Administración de Negocios en la Universidad La Salle con un promedio destacable. Los conocimientos obtenidos en el aula, junto con los adquiridos en su experiencia laboral –Fabiola ha trabajado en otras incubadoras de negocios como agencias de viajes y en empresas de telecomunicaciones—le permitieron abrir su primer restaurante en la Ciudad de México en el primer semestre de 2017, junto a un antiguo amigo de su comunidad de origen y con apoyo de programas de la Secretaría de Trabajo.

La pandemia la llevo a un lugar cerca del mar donde hoy tiene una vida exitosa y es ejemplo de resilencia y amor.

 

Y Fabiola fue feliz

Para sanar, Fabiola ha tenido que pensar cómo contar su propia historia. Cuando la cuenta, aunque le cuesta algunas lágrimas, se reconcilia con su pasado, se apropia de su presente y ejerce su libertad para impedir que otros le marquen un destino.

Estudió su MBA en una prestigiada universidad y durante algún tiempo tuvo su canal de YouTube donde cada semana compartía recetas de su amada Veracruz. Además no sólo ha sido empresaria y  activista también con el apoyo de Sin Trata, una organización de jóvenes para jóvenes cuya misión es prevenir sobre la trata de personas, visitó varias escuelas en Cuitláhuac, Veracruz.

Con su testimonio advirtió sobre las formas en que operan los criminales en la región. Su esperanza es que esta información pueda ayudar en el corto plazo a evitar que el número de víctimas siga creciendo.

Fabiola se entusiasma cuando habla del próximo restaurante que pronto creará. Esta vez sí habrá una hermosa puerta, como la que no tuvo cuando era niña, y por ella pasarán cientos de comensales que la felicitarán por su trabajo.

Hablar de ese restaurante es hablar de fuerza, de supervivencia, de amor al prójimo y una felicidad profunda, que le remueve el alma.

¿Escuchas eso? Es Fabiola llorando. De felicidad.

La historia de Fabiola es en esencia una transformación divina en todos los aspectos de su vida.

Dios extendió su mano para impactarla por completo, primero la rescató de quienes la tenía bajo el yugo de la trata de personas, para después convertirla es una mujer exitosa.

Quizá ella, pensó no tenía futuro, pero el Señor Jesús la miró desde el cielo para cambiar su tristeza y llanto, en alegría y gozo eterno.

Fabiola es un ejemplo vivo de ese amor incansable de nuestro Dios que la libró de un valle de muerte, hacia una tierra prometida donde abunda la vida eterna.

 

México, un país vulnerable a la trata

México es un país que, por desgracia, cuenta con las características idóneas para dotar al delito de la trata con nuevas víctimas. El Global Slavery Index, o índice global de esclavitud, publicado por la Fundación Walk Free  en 2018, informa que el 57% de la población de México es vulnerable a caer víctima de trata. El diagnóstico sobre dicho delito en México publicado por la UNODC en 2014 afirma que la pobreza, los bajos niveles de educación, la falta de oportunidades, la discriminación, y la marginalización son indicadores comunes de vulnerabilidad en el país. Pero lo que resulta aún más preocupante sobre este escenario, es que son las mujeres, las niñas y los niños los grupos sociales particularmente más vulnerables.

Cuando hablamos de pobreza, en México, los números oficiales más recientes arrojados por el CONEVAL, nos muestran que el 42% de la población vive en estas condiciones. El 7.4 % de los mexicanos actualmente sobrevive en situación de pobreza extrema; aunque siendo menor de 18 años, las probabilidades de pertenecer a este grupo aumentan al 51.1%; mientras que, siendo mujer en zona rural, éstas son del 85.1%.

La historia de Fabiola precisamente nos habla de cómo la pobreza puede ser un factor determinante para que grupos de criminales dedicados a la trata de personas en México, puedan acercarse a mujeres y niños, quienes en un momento de escape a su extrema situación, son enganchados a este delito.

Te invitamos a ser parte de la solución. Estamos convencidos de que si cada uno de nosotros que conocemos del amor de Dios, le damos la mano a una persona que se encuentra vulnerable hasta que tenga éxito, pondremos en practica el amor a Dios y al prójimo.

Aquí puedes ser parte de la solución y dar la mano a una niña que todavía se encuentra en el Refugio de Fundación Camino a Casa. ¡Unidos hacemos la diferencia!

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