Zunduri es nombre de milagro
Cuando me preguntan por mi vida, me encanta contestar que ni la peor de las esclavitudes encadenó mis sueños a la desesperanza.
14 DE JUNIO DE 2023 · 08:00
Apareció en las primeras planas de los periódicos nacionales e internacionales. en los más importantes espacios de noticias de la radio y televisión. En Twitter, la etiqueta #Zunduri se hizo tendencia la tarde del 28 de abril de 2015 y se mantuvo más de tres horas entre los temas más comentados, junto con el presidente de la República y la estrella internacional del boxeo, Manny Pacquiao. Miles de personas, algunas por primera vez, discutieron en público el fenómeno de la esclavitud moderna en México para dar a conocer esta historia.
Así conoció el país, y el mundo, esta historia:
- “El escalofriante relato de Zunduri, la esclava de la tintorería de Ciudad de México”, tituló el medio británico BBC.
- "La historia de una mujer que fue esclava dos años horroriza a México”, publicó el diario español El País.
- "No puedo creer que fui esclava durante años: Zunduri”, cabeceó el periódico mexicano El Universal.
La historia hoy es aquí contada en primera persona. Las palabras de Zunduri son un impactante testimonio del infinito amor de Dios. Él sacó a la joven del mundo de las tinieblas, de una sombra de muerte y rompió sus ataduras. Zunduri es un milagro en toda la extensión de la palabra.
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De casa en casa
Al final de mi historia, habrá un final feliz. Viajaré a lugares que sólo veía en televisión; escucharé mi nombre en los labios de las personas más poderosas del mundo; y hablaré en los foros más relevantes del planeta sobre la trata de personas.
Hablaré ante cientos de alcaldes del mundo y le entregaré Una Hoja en Blanco al Papa Francisco explicándole que he nacido de nuevo. Estará conmigo mi segunda madre, Rosi Orozco, y un sinfín de aliados que me tratarán como si fuera una estrella de cine. Celebraré en el mejor restaurante de Roma en una noche, espectacular bajo un manto de constelaciones, y estaré convencida de que mi vida es maravillosa.
Pero eso es el futuro. Detrás hay muchos años de sufrimiento para llegar a esos días inolvidables. Ahora necesito contar mi historia desde el principio.
Crecí en la Ciudad de México en las entrañas de una familia violenta compuesta por mi mamá, mi hermana mayor y yo. Somos hijas de distintos padres y mi madre siempre hizo diferencias entre las dos: ella era la niña bonita que merecía todo; y yo era todo lo contrario.
A los ocho años, mi madre me quería tan lejos de ella como fuera posible y me envió con mi madrina. De ahí me enviaron a un internado, había chicas muy violentas que golpeaban y robaban, incluso acosaban sexualmente a las demás. Los trabajadores del internado estaban rebasados, había demasiadas niñas, y ponerte a salvo era una tarea solitaria.
Un día llamé a mi mamá para rogarle que me sacara de ahí, porque ya no podía soportarlo. Para mi sorpresa, lo hizo. Regresé a vivir con ella. Entré a la secundaria cuando el ciclo escolar ya había comenzado y ser la “nueva” me hizo blanco del acoso de mis compañeros. Mi frágil autoestima no lo toleró y empecé a faltar a clases. “Tienes que buscar un trabajo” me lanzó mi madre. Y ahí se torció mi historia.
Entendí que situaciones que viví lejos de Dios y sin su amor poco a poco se fueron convirtiendo en una gran bola de nieve, que dañaron mi ser, pero sobre mi alma y corazón.
Empecé a trabajar, y a los 17 años, me reencontré con Leticia, una persona clave en mi historia. Ella era la madre de una excompañera de la primaria, Jannet.
Su figura aparentemente maternal me hizo contarle que la relación con mi mamá iba de mal en peor. Y que tenía un novio, Miguel, con el que me fui a vivir a los 17 años esperando huir de la violencia, pero que me pegaba casi todos los días.
Leticia ofreció techo y abrigo. “Yo te voy a dar amor de madre, te voy a dar todo lo que te hace falta. ¿Qué más quieres?”, me dijo. Y tenía razón: eso era todo lo que yo quería.
La palabra de Dios nos enseña que el único refugio seguro para los seres humanos, solo lo podemos encontrar en Él, pero entonces yo no lo sabía.
El cautiverio y la crueldad
Rompí con Miguel, la situación no podía continuar. Pero la ruptura, aunque razonable, me entristeció hasta empujarme a una profunda depresión. Descuidé el trabajo, falté muchos días y me despidieron. Leticia no lo toleró. Dijo que no podía pasarme los días sin hacer nada, que debía contribuir con las tareas de la casa.
Meses más tarde comencé a ayudarle en una planchaduría que había montado como negocio familiar. Cuando me puso a cargo del negocio me hizo sentir la persona más grande y responsable.
Pero cada vez me exigía más y más trabajo. Mi vida se convulsionó. Se llenó de estrés y miedo, porque si no cumplía había golpes, incluso no poder salir a la calle. Cuando menos me di cuenta, toda mi vida estaba dedicada a Leticia. Pasaron tres años en un auténtico cautiverio.
Un día Leticia me azotó con un palo de escoba, y dejó en mi espalda una cicatriz que aún tengo; luego tomó la plancha caliente y la colocó en mi brazo izquierdo. Me pareció eterno el tiempo en que mi piel se quemó. Un dolor indescriptible.
Los castigos no pararon ahí. El abuso físico se hizo más intenso y las jornadas, interminables. Si no entregaba la ropa planchada a tiempo, me golpeaban, la mayoría de las veces con un bastón. No había tiempo ni para comer. Entre los golpes y la falta de alimento, mi cuerpo se fue haciendo cada vez más débil.
Pasó un año más. En total, ya habían pasado cinco. Después de 1.825 días de estar en un cautiverio, para mí la vida, eran los golpes y el exceso de trabajo, creí que había nacido para ser una esclava del Siglo XXI.
Lograr volar estando encadenada
Todo fue a peor. Jannet, la hija de Leticia, me golpeaba hasta sacarme sangre. Me abría las uñas de los dedos, me hacía heridas en la cabeza, me partía los labios. Ambas me quemaban todas las partes del cuerpo que encontraban sanas. Me golpeaban con lo que tuvieran a la mano: tubos de plomería, utensilios de cocina, bastones, cables de luz, ganchos, escobas, piedras.
Un día me miré en el espejo. Hacía mucho tiempo que no me veía en uno. No me reconocí. Estaba hinchada. Me faltaban dos dientes y me sobraban hematomas. Estaba deforme. No daba crédito en lo que me había convertido.
Leticia tenía una sorpresa para mí. Había comprado una cadena. Rodeó mi cuello con ella y me lanzó una mirada altanera. “A los animales como tú, así se les trata. Tú quisiste que esto llegara a este punto”.
Finalmente la retiró de mi cuello y la colocó en mi cintura. A partir de entonces, me volví una mujer pegada a una cadena. Dormía de pie. Soportaba días enteros sin comer, hasta cinco seguidos, e incluso llegué a masticar los plásticos con los que cubría la ropa y a comer crema para el cuerpo.
Ellos decidían cuándo podía ir al baño; muchas veces me hice encima y me castigaron a golpes. Todo era motivo para pegarme, la última golpiza que recuerdo fue una en la que Leticia me puso la plancha caliente en la cabeza, el cuello y los labios.
Un poco más de tiempo y estaría muerta. Pero un día, tras dejarme ir al baño, Leticia no cerró bien el candado. Por la noche, sobre las cinco de la mañana me desperté. Me puse una gorra que dejó un cliente, una bufanda que me cubría la cara y una sudadera. Pegué el burro a la pared del baño de la planchaduría y subí hasta colarme por la ventana hasta el patio de la casa. Corrí tanto como pude. Tanto como mis piernas me dejaron. Ahelaba mi libertad.
Comenzando a vivir
Puse una denuncia en la Procuraduría General del Distrito Federal. Tres días después, el juez dictó la orden de aprehensión y detuvieron a mis victimarios. Acudí a la identificación del lugar de los hechos. Cuando entré a la casa, sentí tristeza. Leticia había intentado borrar la evidencia de mi tortura de las paredes, sin embargo, todavía había rastros. La sangre no se borra tan fácilmente.
Ese mismo año, mis tratantes recibieron sentencia: pagan una condena en la cárcel de 30 años cada uno.
En el hospital la evaluación de los médicos fue que mi cuerpo era como el de una anciana de 80 años. El peritaje de los daños físicos registró más de 600 cicatrices. Ahí, al hospital, fue Rosi Orozco a conocerme. Ella me ayudó a que los doctores me atendieran más rápido. Después de los exámenes, los doctores nos explicaron que la situación era complicada, pero que sanaría. A partir de ese momento, Rosi y yo nos hicimos inseparables.
Elegí no ir al refugio. Después de una niñez en internados y cinco años encerrada en casa de Leticia, yo lo que más anhelaba era ser libre. En libertad, logré avanzar tan rápido que a todos les sorprendió mi recuperación. Yo sólo sabía que quería reponer todo el tiempo que me habían robado, con unas enormes ganas de vivir.
El acompañamiento de Rosi Orozco fue fundamental para mi vida y la transformación de ella. Me acerque a Dios para que empezará a sanar las cicatrices, pero del alma y mi corazón, hoy estoy en pie gracias a ellos.
Una nueva vida y un nuevo propósito
A veces, no puedo creer cómo y cuánto cambió mi vida. Pasé del encierro a volar sobre fronteras internacionales. Mi primer viaje fuera del país fue a Argentina, a Buenos Aires y Córdoba, en representación de Fundación Camino a Casa. Fue un viaje completamente inolvidable para mí. Ahí celebré mi primer cumpleaños en libertad viendo un espectáculo de tango.
Después viajé al Vaticano, donde compartí mi testimonio a más de 50 alcaldes del mundo, y visité Miami, Florida, invitada por Telemundo. Me hice vocera, junto con Karla Jacinto, de la campaña de Hoja en Blanco, que busca nuevas oportunidades para las sobrevivientes de trata de personas. Sé que algunas autoridades criticaron que viajara y compartiera mi experiencia, pero estoy convencida de que, en el fondo, lo que les molesta es que las víctimas reclamemos el mismo sitio que los políticos, los académicos o la gente adinerada. Quieren hacernos sentir que nuestra voz no es igual de válida. No respetan que una víctima sigue siendo una persona, que puede decidir libremente.
En estos viajes, entendí que había de parte de Dios un nuevo propósito para mi vida y que la visita a tan importantes ciudades del mundo, era el horizonte que el señor Jesús me había abierto para ayudar a otras personas víctimas de trata.
Trabajo como conferencista contra la trata de personas y comparto mi testimonio en la obra de teatro “Alas abiertas” de otra superviviente, Karla de la Cuesta. He recibido invaluable ayuda de la asociación civil Sin Trata, encabezada por Mariana Ruenes, y por parte del empresario Andrés Simg.
Cuando me preguntan qué es de mi vida, me encanta contestarles que ni siquiera la esclavitud encadenó mis sueños a la desesperanza: anhelo terminar mis estudios, tener mi pastelería y construir una familia a la que le pueda enseñar que ningún ser humano debe ser tratado así. Que la libertad es lo más importante que tenemos las personas. Que siempre el amor propio se abre paso a la violencia.
Esclavitud entre jóvenes
La Ley General de Trata del 2012 define la esclavitud en el Artículo 11 como: “El dominio de una persona sobre otra, dejándola sin capacidad de disponer libremente de su propia persona ni de sus bienes y se ejerciten sobre ella, de hecho, atributos del derecho de propiedad”.
Desde entonces, aunque en México no ha habido ninguna sentencia por esclavitud bajo las estipulaciones del Artículo 11. La historia que acabas de leer es lo más cercano, una historia que conoció el país y el mundo entero.
Los diagnósticos de trata de personas alrededor del mundo, pero en particular en Europa y las Américas, indican que las poblaciones en mayor riesgo de caer en alguna forma de explotación son niños, niñas y adolescentes en situación de calle; aquellos que han sido parte de algún sistema de cuidado institucional como un orfanato o casa hogar y, por encima del resto, aquellos que han escapado de casa debido a sufrir maltratos físicos o psicológicos, abandono, o abuso sexual e indígenas.
Resulta sumamente preocupante que en México no se cuenta con suficientes datos sobre jóvenes que huyen de sus casas para escapar del abandono, el maltrato o el abuso. El último conteo se realizó a finales de los años 90 y no vale la pena mencionarlo dada su antigüedad. Sin embargo, para darnos una idea del estado probable de la cuestión, el Instituto de Medicina y el Consejo Nacional de Investigación de los Estados Unidos realizó un estudio en 2013, en el cual documentan que el 20% de los jóvenes en situación de calle ha sido víctima de trata de personas; el 15% de ellos de explotación sexual, el 7.4% de trata laboral y el 3% una combinación de las dos.
La gran enseñanza de la historia de Zunduri es que a pesar de lo más adverso y oscuro que puede ver una persona, Dios siempre está ahí extendiendo su mano para ayudarlo a salir de sus problemas y no sólo sino que Él busca una transformación entera de sus vidas. Hoy Zunduri pasó de ser una joven vivía en la esclavitud a una mujer llena de amor y alegría que quiere contar su historia al mundo de qué como el señor Jesús cambio su vida de llanto en alegría.
Zunduri sigue escribiendo una nueva historia en una #HojaEnBlanco y tu puedes apoyar la escuela de su hija o sus estudios en [email protected] Instagram @UnidosVsTrata o en EUA kaleidoinc.org Instagram @Kaleidoorg
Te invitamos durante el mes de julio a ser parte de #HojaEnBlanco para lograr ORACIÓN + ACCIÓN = SOLUCIÓN en comisionunidos.org
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