El hombre que sueña

Mirada quieta, silencio absoluto, sonrisa en el rostro, el ceño ceñudo. —¿Por qué me huyes? ¿Por qué me enfrentas? ¿Por qué esta guerra si yo te amo?

19 DE MAYO DE 2024 · 08:00

Javardh, Unsplash,frasco estrellas, universo firmamento
Javardh, Unsplash

De tierras lejanas
llegan las nubes
cargadas de sueños,
de polvo y arena,
primera materia.

Oscurece la senda
imponiendo su queja:
—¡Yo mismo me hago
y yo me levanto!
proclama ufano
el hombre que sueña.

Y se encuentra de pronto
con los Montes Eternos.
Detienen su paso,
altos hasta el cielo
y sin palabras gritan:
—¡No eres más que un lacayo
de tus herencias bajas!
Planeas, reptas,
respiras con fuerza,
te impones con garra,
pero antes de que el mundo fuera,
Pretérito Eterno,
el Hacedor ya era.
¿Has olvidado su cuidado tierno,
su sabio consejo?

El viento se torna en tornado.
Intenta asir la cumbre
y queda exhausto.
“¡Seré turbión!”, se dice,
“¡y entre las rocas
me abriré paso!”.

Pobre mortal,
lo que no logra por arriba
lo persigue por abajo.
El río impetuoso
serpentea entre riscos
y parece que avanza,
mas la tierra abre fauces
cayendo estrepitoso
al oscuro abismo.

Ahora, convertido en triste reo,
desde lo profundo clama:

—¡Llegaré a mi destino!
¡No me detendré mucho tiempo!

Su último resuello
antes de soñar dormido
es para amenazar:
—¡Monte maldito,
encontraré la salida!

El rebelde reposa,
su ímpetu abandona
en brazos de Morfeo,
sus aspiraciones varadas
y sueña que es pez,
que no tiene paz,
que nada en un lago,
que ya ha anochecido,
que una barca se acerca
y lanza una red,
que corre a escaparse,
pero la red lo enreda
y sacado del agua
unos ojos lo observan.

Mirada quieta,
silencio absoluto,
sonrisa en el rostro,
el ceño ceñudo.
—¿Por qué me huyes?
¿Por qué me enfrentas?

¿Por qué esta guerra
si yo te amo?
—¡Quiero llegar al otro lado
y tú me frenas!
Contesta confundido.

—¿Me ves como estorbo?
¿Te hago perder tiempo?
Ambos,
sentados en la barca,
cara a cara,
Creador y criatura.
“Lo empujaré al agua”,
el soñador sueña.
—No me opondré.
Calmado responde,
levantando ambas manos
frente a su oponente.
Y la luz de la luna,
acariciando las marcas,
por los huecos de los clavos,
cual dos luceros, se cuela.

—¡Eres tú!

—¡Siempre he sido Yo!
—¿Por qué me persigues?
—¿Quién persigue a quién,
Látigo y Soldado?

Cuando por fin despierta,
ya no es nube cargada de arena,
ni turbión ni tormenta;
no es pez que huye
ni polizón de barca;
es solo otro solitario
buscador de respuestas.

—¡Yo, el soldado!
¡Su látigo en mi mano!
¡Yo lo hice!
¡Nosotros lo hicimos!

¿Cómo no me he dado cuenta?

Y rendido hace
la oración que salva:
—Jesús, te imploro,
perdona mi deuda.
Ven a habitar
mi vil corazón.
Hazlo uno nuevo,
por favor,
y sé mi Señor.

Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Soliloquios - El hombre que sueña