La integridad del predicador

El predicador, por sobre todo, tiene que ser sincero, apasionadamente sincero.

12 DE OCTUBRE DE 2020 · 09:00

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StockSnap, Pixabay

Entre las notas que tengo recopiladas para un libro sobre predicación que un día de estos pienso publicar, tengo algunas que se refieren a la integridad, y la defino como esa unidad entre palabras y hechos con las que el predicador sostiene la credibilidad de su mensaje.

El predicador, por sobre todo, tiene que ser sincero, apasionadamente sincero. Se trata de una sinceridad que surge de la gratitud. El predicador es un convertido a Cristo que ha experimentado la salvación, por tanto, no se predica a si mismo, sino que lo hace por la experiencia de haber sido salvo por gracia del Señor.

Quien proclama la Palabra de Dios tiene que estar consciente de la integridad, de esa unidad compacta, cerrada y única de cada uno de los elementos que componen el carácter de la persona y que determinan su comportamiento.

La dispersión, el deterioro y la corrupción de estos elementos, se contraponen a ese concepto de unidad, forma, armonía y hasta perfección, que asociamos al carácter de las personas a las que consideramos íntegras.

Los griegos eran expertos en hacer figuras en mármol. Muchas veces al estar trabajando el mármol descubrían grietas en él, lo cual, naturalmente, le quitaba valor a la obra. Algunos, entonces, cubrían esas grietas con una cera especial; la pulían y quedaba aparentemente perfecta, pero cuando la figura era expuesta al calor del sol, la cera se derretía y quedaba descubierto el engaño. Por eso era común encontrar donde vendían esas piezas de mármol, un letrero que decía: “Se venden figuras en mármol puro; sin cera.” De ahí, viene nuestra palabra en español sincera o sincero. Eso es lo que significa integridad: sin grietas.

Sin dejar de sugerir la noción de forma, de armonía y perfección, lo íntegro, en términos materiales y concretos, está asociado a la idea de macizo, compacto, entero, resistente y duro; en términos más idealizados y abstractos, se asocia a lo firme y estable, a lo convincente y creíble, a lo transparente y lúcido. La integridad, vista así, es esa lucidez de expresión, es esa marca singular de valores que define al predicador de forma total en su carácter y en su ser.

El despido de un camionero de la Coca Cola califíquelo de injusto, de exagerado, de desproporcionado y hasta intolerante, simplemente porque en sus paradas sacaba su botella de Pepsi para tomársela. La verdad es que no era consecuente con la política de su empresa, aunque su contrato no se lo exigiera. Este simple episodio es revelador de una falla, de una sutil pero innegable falta de integridad.

Las personas íntegras tienen que ser fieles a su marca. Quien maneja un camión Coca cola y lo encuentran con botellas vacías de Pepsi cola en su mochila, tiene que revisar el concepto de integridad, pues esto deja muchas dudas.

Nada es más desagradable que descubrir esa difusa y borrosa línea que separa las palabras de la persona. Cuando estamos frente a esta realidad vivimos una sensación de desconcierto y lamento. La persona con su valor intrínseco estáá a un lado y sus palabras están en el lado opuesto.

La conciliación de estas dos partes –palabras y hechos– es lo que contribuye a que demos esa imagen de personas coherentes y creíbles. Es lo que nos ayuda a sostener la mayor cercanía posible entre lo que decimos y hacemos.

No podemos dar testimonio de algo que no somos. Los predicadores y predicadoras debemos ser cristianos comprometidos, personas que amemos a Dios con todas nuestras fuerzas y con todo nuestro corazón. Se trata de una relación tan vital con Dios, que sin mayor esfuerzo pueda ser percibida por los demás.

Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Para vivir la fe - La integridad del predicador