La prosperidad de los malos confunde a los buenos

Observar a los malos desde su propia perspectiva nos lleva a replicar la misma maldad, al menos a convertirnos en resentidos y frustrados.

03 DE NOVIEMBRE DE 2023 · 08:00

Micheile Henderson , Unsplash,planta dinero, riqueza
Micheile Henderson , Unsplash

Con mucha frecuencia la maldad va un poco más allá de la ignorancia o del daño que se realiza por desconocimiento del bien. La maldad adquiere una marcada intencionalidad que la lleva a vestirse de ostentación y soberbia, hasta convertirse así en ley y norma en la vida de algunos individuos.

La maldad en alas de la soberbia y el exhibicionismo se torna desalentadora del bien. De momento, toda bondad parece una tontería, una pérdida de tiempo, un despropósito. Todo parece que quienes anhelamos y luchamos por el bien en nombre de Dios somos unos tontos, unos grandes equivocados, pues en nombre de una moral que no parece tener mucho sentido, hemos elegido el camino del sacrificio, negándonos placeres y lujos que cada día los otros celebran con mayor algarabía y estruendo.

No nos resulta extraño el clamor del salmista cuando expresa: “Verdaderamente en vano he limpiado mi corazón, y lavado mis manos en inocencia” (Salmos 73:13). El salmista Asaf hizo crisis mirando la prosperidad de los malos. Se trata de una crisis normal. No se asombre si en algún momento estos pensamientos pasan por su mente, pues los hechos que los provocan están, con desparpajo y despliegue insinuante, ante nuestros ojos.

No solo tenemos que soportar la maldad, sino también la arrogancia y fanfarronería de quienes la practican. Personas que están cerca de nosotros nos estrujan su maldad en nuestras caras. Sus actos están a nuestro alcance. Conocemos sus diabluras, sabemos de sus malas acciones, pues su exhibicionismo y arrogancia no las dejan ocultas.

Para el perverso no basta cometer el desafuero, lo gracioso en su mentalidad, es que pueda conocerse. Esto es lo que le da placer y satisfacción.

Lo peor es que la atenta observación de la maldad crea un sentimiento de indignación que es capaz de degenerar, de corromperse, de replicarse en una acción justificadora y vengativa que deviene en daño. Quien tiene el coraje de tomar la justicia en sus propias manos, corre el riesgo de degenerar en violento y despiadado. Asaf estuvo al borde de esta posibilidad y lo declara al decir “Porque tuve envidia de los arrogantes, viendo la prosperidad de los impíos, porque no tienen congojas por su muerte, pues su vigor está entero. No pasan trabajo como los otros mortales, ni son azotados como los demás hombres... Por tanto, la soberbia los corona, se mofan y hablan con maldad de hacer violencia. Hablan con altanería. Ponen su boca contra el cielo y su lengua pasea la tierra.”(Salmos 73:3-10)

Cuando observamos la maldad sin más perspectiva que nuestras propias posibilidades, nos arropa el desaliento. A veces nos cansamos de esperar la recompensa de los malos y terminamos frustrados. Esta retribución por el mal se retarda, parece no llegar nunca. Deseamos en ocasiones ver la caída del malo, no por perversidad, sino porque... !caramba! También y todo, si uno pasa tanto trabajo viviendo honrada y piamente, es justo que el que vive para la impiedad de manera pública y ostentosa, en la misma cancha donde exhibe sus desmanes, le llegue también el tropiezo.

La perspectiva para comprender la maldad en toda su expresión no puede ser la nuestra. Muchas veces no hacemos lo que no nos atrevemos o lo que no podemos. Quizás no es que seamos tan buenos, es asunto de coyuntura, de posibilidad... La Biblia nos dice que toda buena dadiva y todo don perfecto procede de lo alto del padre de las luces en quien no hay sombra ni variación.

Observar los malos desde su propia perspectiva está llevando a Asaf a replicar la misma maldad, por lo menos, a convertirse en un resentido, en un frustrado. Sus pensamientos cambiaron cuando se dirigió al santuario, cuando puso su pensamiento en el Altísimo, en el Dios de toda justicia. Así fue como pudo comprender el fin de los malos.

Estas son las palabras finales de este salmo 73, tan hermoso y reflexivo: “Mi carne y corazón desfallecen, mas la roca de mi corazón y mi porción es Dios para siempre. Porque he aquí que los que se alejan de ti perecerán. Tu destruirás a todo aquel que de ti se aparta. Pero en cuanto a mí, el acercarme a Dios es el bien. He puesto en Jehová el Señor mi esperanza para contar todas tus obras”. (Salmos 73: 26-28)

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