El cántico de los ángeles

‘Al ver a Dios descender de su trono, al Creador hacerse criatura en el seno de una mujer, entonaron las notas más sublimes de la escala divina de las alabanzas’

31 DE DICIEMBRE DE 2023 · 08:00

James Handley, Unsplash,luces, alas ángeles
James Handley, Unsplash

Esta semana, y acorde a las fechas en que estamos, les ofrezco la introducción de un mensaje de Navidad de Carlos Spurgeon, el llamado “príncipe de los predicadores”.

 

El cántico de los ángeles

Carlos Spurgeon

Gloria en las alturas a Dios y en la tierra paz; buena voluntad para con los hombres (Lucas 2:14).

Los ángeles habían presenciado muchos acontecimientos gloriosos y tomado parte en muchos coros de alta solemnidad alabando a su Creador Todopoderoso. Asistieron a la creación: “Cuando las estrellas todas del alba alababan, y se regocijaban todos los hijos de Dios.” (Job. 38:7). Vieron formarse la multitud de planetas en la palma de la mano de Jehová y ser lanzados, por esa misma omnipotente mano, al espacio infinito. Habían entonado himnos solemnes sobre numerosos mundos creados por el Todopoderoso.

Habían cantado, no lo dudamos, con frecuencia: “La bendición, y la gloria y la sabiduría, y la acción de gracias y la honra y la potencia y la fortaleza, sean a nuestro Dios para siempre jamás.” (Apoc. 7:12). Tampoco dudo que su canto hubiese aumentado en fuerza durante el transcurso de las edades. Así como al ser creados, su primer canto fue un suspiro, al ver a Dios crear nuevos mundos, se añadió a este canto nueva armonía; se fueron elevando en la escala de la adoración.

Pero esta vez, al ver a Dios descender de su trono, al Creador hacerse criatura y reposar en el seno de una mujer, elevaron aún más la nota, y llegando al límite de la extensión de la música angélica, entonaron las notas más sublimes de la escala divina de las alabanzas y cantaron: Gloria a Dios en las alturas, porque sintieron que a mayor altura no se puede llegar, ni aun la misma bondad divina.

Así, el tributo de su alabanza más sublime se rindió al acto más sublime de la divinidad. Si es verdad que existen diferentes categorías de ángeles, elevándose por grado su magnificencia y dignidad, según enseña el apóstol que hay “ángeles, tronos, dominios, principados y potestades,” entre estos habitantes benditos del mundo superior e invisible, puedo imaginar que cuando la noticia primero se comunicó a los ángeles en los confines del mundo celeste, cuando miraban desde el cielo y vieron al niño recién nacido, reexpidieron el mensaje al punto de origen de tal milagro, cantando:

Oh, seres celestes del reino de gloria,

que hoy de los astros recitáis la historia,

al mundo, veloces, ya todos bajemos,  al Rey de los reyes,

nacido, cantemos.

Y conforme iba el mensaje pasando de categoría en categoría, por fin los de la “presencia,” que perpetuamente sirven alrededor del trono de Dios, cogieron la melodía y reasumiendo el canto de todos los grados inferiores, sobrepujaron a todos en armoniosa sinfonía de adoración, a lo que prorrumpió todo el ejército: “Alabadle, cielos de los cielos: Gloria a Dios en las alturas.” ¡Ah! No hay mortal capaz de imaginar la magnificencia de aquel canto.

Y recuérdese que, si los ángeles cantaban antes y cuando el mundo se formó, sus alabanzas salían más llenas, más potentes, más sublimes, si no más cordiales, al ver a Jesucristo nacido de la virgen María, para ser el Redentor del hombre caído: “Gloria a Dios en las alturas.”

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