‘La Última Cena’ y la batalla cultural

En los JJ.OO. de París 2024, quizás como en ninguno de los anteriores, estuvo presente la crucial batalla cultural que libran los cristianos.

25 DE AGOSTO DE 2024 · 08:00

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La última cena drag queen de los JJ.OO.

‘La Última Cena’ y la batalla cultural (1)

Los juegos olímpicos, más allá de la competición deportiva, constituyen una ocasión en que los habitantes de la tierra buscan desde el más representativo concierto de naciones darse un abrazo de confraternidad y concordia para por un momento dejar de lado sus diferencias y olvidar sus conflictos.

Este encuentro universal de la raza viene impulsado por esa inevitable inclinación humana de medir y expresar su capacidad y destreza, individual o en equipo, en determinadas actividades físicas. Es lo que hemos llamado el deporte. Los juegos olímpicos destacan la singularidad humana expresada en la adaptabilidad y el rendimiento del cuerpo físico en actividades diversas que pueden evaluarse para tener un resultado medible: ganar o perder.

Donde quiera que esté el ser humano, allí está todo lo que él es y representa. Se trata de una significativa y sin igual muestra de religiones, idiomas, cultura, arte y otras manifestaciones que tienen su historia dentro de un contexto que lo traduce todo a su vigencia y actualidad.

En estos juegos olímpicos de París 2024, quizás como en ninguno de los anteriores, estuvo presente la crucial batalla cultural que libran los cristianos en un mundo en el que prevalece un punzante agnosticismo que está empeñado en negar a Dios, precisamente en su obra más grande, digna y elocuente: el hombre mismo.

Esto se puso de manifiesto desde la ceremonia de la inauguración de los juegos, la que incluyó una representación versión Drag Queen de La Última Cena de Leonardo da Vinci en la que aparecen en una gran mesa varias personas pertenecientes al colectivo LGTBIQ+ con diferentes atuendos ubicados en la misma posición que en el célebre cuadro del célebre pintor. Además, en medio de una notable presencia de propagandistas de la ideología de género aparecieron en esta ceremonia inaugural las aberrantes escenas de dos hombres besándose y a un trío amoroso encerrándose en una habitación.

Nada de esto puede tomarse como un acto fortuito ni aislado, se trata de un plan, de una tendencia global que quiere borrar a Dios, a su excelso diseño y a la obra redentora de nuestro Señor Jesucristo. Hay evidentes esfuerzos por erradicar a Dios de la vida humana, de excluirlo, ridiculizarlo y destruir todo vestigio que afirme la grandeza.

El hombre es la obra suprema de la creación de Dios. A pesar de la caída, toda persona porta la imagen de Dios en cualquiera de sus manifestaciones. Unas de la faceta más especiales del hombre estuvieron en París para hacer manifiesta sus singulares destrezas. Se trata de esa parte lúdica y creativa que poseemos y que nos asemeja a un Dios que juega con su creación y celebra la alegría de crear belleza y compartirla con gozo sin igual con sus criaturas. Esa apabullante evidencia de Dios, perceptible en los cuerpos robustos y elásticos de atletas que han desarrollado sus potencialidades físicas, es insoportable para quienes quieren jugar a la vida y desconocer las normas supremas que rigen su partida.

Es mucho lo que nos falta por desarrollar una teología de un Dios que crea y juega. Algunos pensadores cristianos han hecho aproximaciones interesantes en este sentido. Spurgeon nos dejó el fragmento de un sermón que conocemos como “El cantico de los ángeles”, en el que nos da un destello de un Dios que asume su creación y la intervención de Cristo en la historia como un juego supremo en el que los Ángeles entonan las notas más altas y sublimes que se hayan escuchado en la tierra: “Gloria a Dios en las alturas y paz y buena voluntad para con los hombres en la tierra”.

La semana que viene seguiremos con esta serie, analizando el simbolismo de Leonardo da Vinci y su ‘Última Cena’

Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Para vivir la fe - ‘La Última Cena’ y la batalla cultural