Carnaval: del dios Baco al rey Momo

El nombre ‘carnaval’ viene del latín ‘carnem levare’, lo que se traduce en ‘quitar la carne’.

    20 DE FEBRERO DE 2025 · 08:00

    Anggit Rizkianto, Unsplash,carnaval
    Anggit Rizkianto, Unsplash

    Las fiestas del carnaval tienen su origen en las celebraciones que la Roma Imperial le dedicaba al dios Baco. Eran las fiestas del vino en honor al dios romano del caos. Es una festividad popular que combina algunos elementos como disfraces, desfiles, y fiestas en la calle. Se trata de un período de desenfreno y permisividad en el que se le dan rienda a sueltas a los más extravagantes deseos y apetitos que brotan de la sensualidad humana. Dice la tradición que, para mantener el anonimato y no ser reconocida entre la juerga y el bullicio, la gente cubría su rostro con máscaras y se vestía con disfraces.

    Las celebraciones al dios Baco conservaron elementos de antiguas fiestas y culturas, como las celebraciones dionisíacas griegas, las bacanales romanas y la fiesta de invierno. Aunque la iglesia católica no lo asume como propio, los inicios del carnaval como lo conocemos hoy están asociados principalmente a tradiciones religiosas de prácticas idolátricas y paganas que se propalaron y conservaron en la Europa medieval a la sombra de un catolicismo distorsionado y decadente.

    Con la expansión del cristianismo, en la Edad Media, la fiesta tomó el nombre de carnaval, que viene del latin carnem levare, lo que se traduce en “quitar la carne”. Esta fiesta se celebraba antes del miércoles de ceniza, que era el día que marcaba el inicio de lo que se conoce como la cuaresma, un periodo de abstinencia y ayuno que aludía a los 40 días que, de acuerdo con una tradición católica, Jesús pasó perdido en el desierto. La cuaresma termina el domingo de resurrección.

    Antes de la cuaresma se celebraban fiestas desenfrenadas, borracheras, orgias, comportamientos no típicamente aceptados en la sociedad medieval como la homosexualidad y la prostitución; la gente se sentía con el permiso “religioso” de hacer todo lo que les daba la gana, pues el propósito del carnaval era enfrentarse al periodo de penitencia habiendo satisfecho los deseos del cuerpo y así quitárselos de la mente para dedicarse al espíritu. Una inconcebible contradicción.

    Con el tiempo, los carnavales han venido a ser celebraciones dedicadas a las fiestas patrias, a la identidad de la nación, a las extravagancias de los poderosos y a la desmemoria alienante de los menos afortunados. Es herramienta de alegrías falsas y ajenas al verdadero bienestar humano y a la vida en su más pleno sentido.

    En muchos pueblos como en la Republica Dominicana los carnavales no están asociados de forma tan directa a festividades religiosas. Sus vínculos en nuestro país están más relacionados a las dos celebraciones históricas y patrióticas más importantes: La Independencia, del 27 de febrero de 1844, y la Restauración el 16 agosto de 1863.

     

    El rey Momo

    El Rey Momo en el carnaval europeo era un personaje central, porque tenía el papel de alejar la tristeza. Su origen antiquísimo se remonta a la mitología griega. Sus atributos mezclaban el sarcasmo, la ironía, la crítica y la burla mordaz.

    Se trata de un personaje emblemático y alegre que es elegido para cada año presidir los carnavales de las distintas ciudades que celebran esta tradición. Suele ser una figura de porte majestuoso designada oficialmente para recibir las llaves de la ciudad de manos del alcalde, lo que marca el inicio formal de los festejos.

    Momo viene del latín Momus, que significa “dios de la burla”. De notable buen humor, era en la mitología antigua símbolo de lucidez, pero también de locura y éxtasis. Sus seguidores lo convirtieron en el presunto protector de los que se entregaban a los vicios y excesos del carnaval.

     

    ¿Gritar a las tinieblas o encender una luz?

    Nosotros, los cristianos evangélicos no participamos ni celebramos el carnaval. Lo vemos como algo grotesco y lo consideramos incompatible con nuestras creencias, pero eso no les quita a otros el derecho de participar y celebrar lo que entienden no va en contra de sus nociones religiosas vagas y ajenas a lo que establen como principios y fundamentos las Escrituras.

    No estoy de acuerdo con el carnaval, como no estoy de acuerdo con las borracheras, las orgías, la desenfrenada seducción publicitaria de los medios y otras manifestaciones contrarias a la afirmación de la vida humana y su dignidad, pero creo que la mejor forma de oponerse a eso es aprovechar este clima de pluralidad y tolerancia –y con amor– y en el poder del Espíritu Santo proclamar a Jesucristo siempre como el verdadero rey del Universo y de la vida para nosotros promover con autoridad y fervor su Reino.

    Lo mejor que como evangélicos podemos hacer es celebrar nuestras fiestas con un sentido histórico y social que nos identifique como seguidores y discípulos de Cristo. Es darle a nuestros festejos y cultos la más autentica significación y sentido cristianos e influir para transformar tradiciones y culturas inculcando valores que afirmen los propósitos liberadores de Dios con su intervención en la historia a través de Jesucristo. Es llevar a cabo celebraciones que nos permitan vivir a la mayor plenitud posible los propósitos de Dios para nosotros. Propósitos que nos liberan de todas las ataduras y prácticas que no se conformen a lo que Él nos ha revelado para nuestro bien.

    Negar el carnaval como una tradición arraigada en nuestra cultura nos desafía a predicar a Jesucristo siempre. Derrotemos el carnaval, no con actitudes intolerantes, sino con la proclamación de Jesucristo como Rey y Señor.

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