La última noche del Jet Set y el Titanic
El pasado 15 de abril, siete días tras la tragedia del Jet Set, se cumplieron 113 años del naufragio del Titanic.
22 DE ABRIL DE 2025 · 08:00

Las tragedias irrumpen de forma inesperada y desgarradora, dejándonos sumidos en un vacío desconcertante que desestabiliza por completo nuestra existencia. La pérdida repentina de alguien cercano nos lanza a un abismo de incredulidad y dolor, pulveriza nuestras emociones y nos enfrenta a una realidad irracional e inaceptable. Nos sentimos abatidos, confundidos, como si una fuerza implacable nos empujara contra el muro del asombro y la negación. Ante el golpe de la tragedia, la mente se resiste a aceptarlo: ¡no puede ser, esto no debía pasar!
Este sentimiento de asombro y dolor fue lo que comenzó a vivir la familia dominicana la madrugada del 8 de abril de este 2025, cuando se dieron a conocer las primeras informaciones del desplome de la discoteca Jet Set, en la ciudad de Santo Domingo. Este centro de diversión, inaugurado en 1973, orientó principalmente su oferta a un público de una emergente clase media que se perfilaba tras la búsqueda de espacios de entretenimiento y diversión en la definición de gustos y hábitos de consumo de acuerdo con estándares que marcaban su afán distinción y prestigio.
Desde sus inicios, la discoteca Jet Set contó con la participación de destacados artistas dominicanos. Entre los primeros grupos que se presentaron en el local se encuentran Fernando Villalona, Jochy Hernández y el Conjunto Quisqueya. Además, en la celebración de su primer aniversario, se presentaron Johnny Ventura y la agrupación Son de Cali.
A lo largo de sus más de 50 años de historia, Jet Set acogió a grandes exponentes del merengue y otros géneros tropicales, convirtiéndose en una plataforma clave para artistas como Wilfrido Vargas, Milly Quezada y Rubby Pérez. Este último, lamentablemente, falleció durante el colapso del techo del establecimiento el 8 de abril de 2025, en medio de una presentación en vivo.
La narrativa evangélica como fuerza cultural
Esta gran tragedia ocurre en el momento en que la sociedad dominicana vive un proceso de significados cambios en el que sus valores, creencias y prácticas se debaten en una dinámica que requiere más atención y espacio para ser considerada con mayor propiedad y sentido.
Uno de los cambios más apreciable es la aceptación y el amplio espacio que está ganando la narrativa evangélica como forma de expresión. En medio del duelo colectivo que embarga a toda la nación, con visible fuerza, la narrativa religiosa evangélica se hace notoria en el sentir popular del pueblo dominicano.
Canciones, oraciones expresivas y espontáneas, prédicas y clamores surgidos del impulso emocional característico de los evangélicos son manifiestos en las calles, en los lugares de trabajo, en plazas y diversos espacios públicos. El sentir religioso popular del pueblo dominicano tiene forma y sabor evangélico.
Los medios de comunicación, otrora cautos, recelosos y hasta hostiles a la presencia de los evangélicos en sus espacios, desde hace algún tiempo muestran una apertura que, más allá de la tolerancia que imponen los tiempos, constituye una necesidad espiritual y emocional más urgente y pertinente de lo que los mismos evangélicos suponen.
Esta apertura, tan amigable, complaciente y cómoda que vive la iglesia evangélica en la República Dominicana, solo tiene un riesgo: la contemporización con las corrientes en boga y el relajamiento y relativización de sus valores. Poco se hace con ganar aceptación y perder la responsabilidad misionera de cara a un discipulado auténtico conforme a la figura de Cristo. La simpatía popular, no puede ser factor para opacar la calidad y el vigor profético de la denuncia del mal y la corrupción moral, con los consecuentes daños que todo esto acarrea.
Cuando el dolor se convierte en oración colectiva
Llama poderosamente la atención que, en medio del luto nacional oficialmente decretado por las autoridades, y con todas las actividades artísticas suspendidas como muestra de respeto, el grupo Barak lograra, apenas cinco días después de la tragedia que segó la vida de 231 personas, realizar su anunciado concierto. Pero lo que a simple vista podría parecer una contradicción o una falta de sensibilidad, se transformó en algo completamente distinto: un acto profundamente simbólico, un memorial colectivo que abrazó el dolor nacional y lo convirtió en catarsis espiritual.
En tiempos de tragedia, no siempre encontramos consuelo en las estructuras institucionales. A veces, la sanación comienza en los lugares más inesperados: un escenario, una canción, una oración compartida. En medio de tanto luto, Barak nos recordó que la fe sigue siendo un lenguaje común que puede unirnos, sostenernos y darnos fuerza para seguir caminando.
Los productores, conscientes del momento histórico y del dolor compartido, no buscaron entretener, sino acompañar. Con admirable sensibilidad, supieron abrir un paréntesis en medio del duelo colectivo para ofrecer consuelo, fortaleza y empatía a una nación completamente abatida. Los temas “Paz en medio de la tormenta” y “Todo va a estar bien” no fueron simples canciones, sino declaraciones de fe que prepararon el corazón de los asistentes para algo más profundo.
El mensaje de la pastora Yesenia Then fue el punto más dramático de esta jornada espiritual. Sus palabras de aliento, perdón, reconciliación y amor fraternal conmovieron a todos los presentes. Más que un sermón, fue una invitación a orar juntos, a reflexionar desde la esperanza y la unidad ante una realidad tan dolorosa como irreversible.
Aquella noche no fue un espectáculo, sino un espacio sagrado donde el pueblo dominicano, herido pero de pie, encontró un respiro. Lejos del bullicio de un concierto tradicional, lo que ocurrió fue una manifestación de fe, una expresión reverente y humilde ante la voluntad, muchas veces incomprensible, de Dios. Lo que se vivió fue una entrega: la aceptación de lo inaceptable, el intento de encontrar sentido en medio del sinsentido.
Todos somos pasajeros del Titanic
El pasado martes 15 de abril, apenas siete días después de la tragedia del Jet Set, se cumplieron 113 años del hundimiento del Titanic, el mayor y más lujoso transatlántico jamás construido hasta entonces. Esta tragedia humana, en la que perdieron la vida más de 1,500 personas, fue un duro golpe a la confianza casi ciega que la sociedad de la época tenía en el progreso, la tecnología y la modernidad.
Como escribiera una vez el filósofo francés Alain Badiou: “Todos somos, como en el Titanic, arrastrados hacia el futuro sin realmente elegir un destino, fascinados por nuestros medios, cegados por nuestro poder, ajenos a los peligros, ajenos a las miserias de la gente en la bodega”.
Igual que en el famoso barco, la tragedia del Jet Set se recordará con cantos de vida y esperanza, pues la simiente cristiana sembrada en Rubby Pérez ha tenido su resonancia en canciones como “A Dios sea la gloria” y “Alábalo que Él vive”, interpretadas por “La voz más alta del merengue”. No fue casual que el Titanic precipitara su descenso a las profundidades del Atlántico al compás de la orquesta que elevaba en la proa del barco el canto “Cerca de ti, Señor”.
Lecciones que aprender
Dios tiene algo que decirles a aquellos que asumen una vida de fe acomodaticia y fluctuante. Dios está hablándole a creyentes ambivalentes, vacilantes, tímidos y escurridizos. El costo de seguir a Cristo es mejor comenzarlo a pagarlo por anticipado que postergar este compromiso para un retiro calculado y conveniente. El compromiso con Cristo comienza hoy y ahora. El dinero, la fama, la juventud, el éxito o nuestras apetencias políticas no son excusas válidas para postergar el llamado y asumir la vida cristiana con todas sus consecuencias.
Se está haciendo cada vez más normal la aceptación de un evangelio ambiguo y pálido. Son muchas las personas que se acercan a la fe cristiana y no consiguen definir sus prioridades. Dios decora su agenda, la “bendice”, pero no la controla ni la guía como Él quiere hacerlo. Ante esta realidad de creyentes simpáticos y con poco compromiso, los líderes evadimos nuestra responsabilidad pastoral y decimos que se trata de fenómenos inevitables que surgen con los nuevos tiempos. Nos acogemos a la ola que viene con un evangelio rosa y un cristianismo light y sin compromiso. Estas inconsistencias y titubeos debilitan el testimonio del creyente, y más que certezas y convicciones que inspiren y animen a otros, lo que dejan es confusión y duda.
Aprendimos como en un instante fatídico y arrebatador, todo puede reducirse a la nada. Aprendimos una vez más que todas las asimetrías sociales, en menos de un segundo, se desvanecen y quedan sepultadas en los escombros de un derrumbe negador de fastuosas apariencias, prestigios, distinciones y grandezas.
La necesidad de vernos iguales
El desplome del Jet Set debería sacudir también las estructuras económicas y sociales nuestras que perpetúan la desigualdad. En medio del dolor y la crisis, se revela una oportunidad para reconocer nuestra humanidad común, dejando de lado el individualismo, la vanidad y el materialismo. Es una oportunidad para dejar atrás el egoísmo y vivir conforme al plan de Dios, centrados en la justicia, la igualdad y la solidaridad.
Ante este espejo que revela la fragilidad humana y la superficialidad de nuestras prioridades sociales, es hora de que, junto al dolor que todos sentimos, reflexionemos de manera crítica sobre al modelo económico acentuado por una desigualdad vergonzosa e indigna. Vivimos en el país que más ha prosperado económicamente en toda Latinoamérica, pero al mismo tiempo en el más dispar y menos equitativo en relación a un bienestar que debería alcanzar a la enorme mayoría de personas que vive en condiciones infrahumanas.
Nuestras estructuras sociales, políticas y económicas tienen que humanizar más su dinámica y hacerla más abierta a una gran mayoría de dominicanos que viven sumidos en el más miserable y degradante estado de pobreza. El sufrimiento vivido en comunidad puede ser un medio por el cual Dios reoriente a su pueblo hacia una existencia más justa, humilde y solidaria. Todo esto revela la necesidad urgente de redescubrir el valor intrínseco de cada persona.
“Alofoquismo” evangélico
El indicador más notorio del riesgo que corremos por la aceptación y la simpatía que estamos recibiendo hoy es lo que yo he llamado el “alofoquismo evangélico”. Se trata de un fenómeno que ha hecho de la experiencia personal de algunos evangélicos sedientos de atención un espectáculo convertido en escándalo y morbo.
Si alguien puede gritar con desenfado y estridencia, si puede desbocarse hablando de sí mismo o de otros y mostrar desaprensión, atrevimiento y desvergüenza, no importa lo banal o insulso de su discurso, no importa si es falso o verdadero, si es vulgar o decente, ingenuo u ofensivo: lo cierto es que, si gusta y divierte, tiene un espacio en los medios.
Este fenómeno del “alofoquismo”, con sus estridencias, desenfado, exageraciones, extravagancias y escándalos se manifiesta a través de entrevistas a ciertos personajes evangélicos, o en ciertos fenómenos evangélicos. Es una muestra elocuente de la falta de sentido crítico y seriedad con la que algunos evangélicos están desaprovechando la oportunidad que el Señor les está dando de dar testimonio de su amor, poder y grandeza para salud y bienestar de esta sociedad.
Con el respeto y la dignidad de todas las víctimas de esta tragedia que ha llenado de luto y dolor nuestro país, solo nos queda reflexionar postrados y en humillación sobre el mensaje que el Dios soberano y supremo nos ha dejado con la última noche del Jet Set.
Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Para vivir la fe - La última noche del Jet Set y el Titanic