La profunda sencillez del lavado de pies (Juan 13.2-5)

Jesús, creador del universo, toma el rol de esclavo gentil.

11 DE AGOSTO DE 2024 · 08:00

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Nací y crecí en una iglesia que practicaba el lavamiento de los pies antes de la participación de la Santa Cena. Se lo practicaba regularmente cada 3 meses. Cuando era niño observaba todo esto con mucha atención. A los 9 años pude participar en esta ceremonia. En la iglesia donde crecí, parte del movimiento americano de santidad, interpretaban que el lavamiento de pies debía ser practicado literalmente, y no era un símbolo. Lo llamaban “el rito de humildad”. Además, le daban un significado de limpieza espiritual. Si bien todos habíamos sido limpiados en el bautismo, el lavamiento de pies, nos limpiaba “del polvo”, (pecado) que se iba acumulando en nuestro caminar diario.

Normalmente, se lo realizaba en el patio de la iglesia, en un lugar todos los hermanos, y en otro lugar todas las hermanas. La iglesia tenía palanganas y toallas. Más o menos al azar, uno elegía a una persona a quien lavar los pies, para el rito. Generalmente, uno sabía que, si había Santa Cena, tenía que ponerse desodorante en los pies, y medias nuevas. Si era invierno, los diáconos calentaban el agua.

Algo que siempre ocurría, y lo había notado de bien pequeño, era que la iglesia exigía que, si había personas enemistadas por algún motivo, debían lavarse los pies mutuamente, para poder participar en la Cena. Ya siendo pastor, tuve diferencias muy grandes con un hermano, y él también las tenía conmigo, y tuvimos que lavarnos los pies. Si bien, yo considero que al institucionalizarse esta práctica, uno podría hacerlo simplemente para una cuestión protocolar, o para dar una apariencia de humildad, creo que era algo bueno. Muchas personas que por mucho tiempo no se comunicaban, tuvieron un cambio positivo luego de participar en el rito.

La iglesia también realizaba un retiro de matrimonios al año, donde ambos debían lavarse los pies, el uno al otro. Esto me parecía algo realmente muy significativo, aunque yo en esos tiempos era soltero.

Los menonitas también lo practicaron durante gran parte de su historia, aunque hoy, de vez en cuando, una vez al año, generalmente en Semana Santa.

 

Pero vayamos al texto de hoy

Llegó la hora de la cena. El diablo ya había incitado a Judas Iscariote, hijo de Simón, para que traicionara a Jesús. Sabía Jesús que el Padre había puesto todas las cosas bajo su dominio, y que había salido de Dios y a él volvía; así que se levantó de la mesa, se quitó el manto y se ató una toalla a la cintura. Luego echó agua en un recipiente y comenzó a lavarles los pies a sus discípulos y a secárselos con la toalla que llevaba a la cintura. (Juan 13. 2-5)

Como habíamos visto en casi todos los capítulos anteriores, lo que Jesús hacía y decía, tenía un significado simbólico. Juan llamaba a esto, «señales» o «signos».

Aquí Juan, en dos versículos, presenta el acto de Jesús, que tiene simbolismos extraordinarios.

Algunas cuestiones interesantes que Slade señala:

  • Jesús aquí inicia un tiempo especial de preparación para sus discípulos, para que entendieran el significado de su muerte y resurrección, y para la vida y misión que les esperaban después.
  • La gente andaba en las calles polvorientas con sandalias o quizá descalza. Al terminar el día, tenían los pies bien empolvados o enlodados. Entonces, como acto diario de aseo personal, la gente se lavaba los pies. Lavarse los pies a uno mismo no es del todo agradable, pero tampoco es demasiado terrible. Por otro lado, lavarle los pies a otro no es algo tan agradable que se diga. De hecho, según los rabinos, nadie podía exigirle a un esclavo judío que le hiciera tal trabajo. Es decir, lavarle los pies a otro era considerado humillante. Solo podía exigírseles esta tarea a los esclavos gentiles o quizá también a la esposa o niños. (Slade, pp. 265, 266)

Pero lo central en el texto que estamos analizando, es que Jesús, el creador del universo, y de la tierra, tomara el rol de esclavo gentil, para enseñar algo a sus discípulos y también a nosotros.

El versículo 3 dice notoriamente que Jesús sabía muy bien quién él era, y todo el poder que tenía. No era simplemente uno más del montón. El Padre había puesto todas las cosas bajo su dominio; y que a Dios volvía.

Aquí hay algunas cosas muy importantes.

El primero es el tema del poder siempre ha sido algo complicado para todo ser humano. Casi siempre el poder político va corrompiendo a los que lo poseen. Y referente al poder espiritual, hemos visto tantas cosas realmente lamentables: pastores, sacerdotes, apóstoles y profetas, incluso hemos escuchado de monjas… Sí, el poder espiritual también suele estar unido a la corrupción. Hemos escuchado tantas barbaridades en los últimos tiempos de «los ungidos». Lamentable el tema de los abusos del poder espiritual.

Aún, conociendo todo el poder que tenía, se quitó el manto, se ató una toalla a la cintura, puso agua en la palangana y comenzó a lavar los pies a sus discípulos y a secárselos.

Lo segundo: este acto no era para mostrar la humildad de Jesús. Toda la vida de Jesús fue «un concierto sinfónico» de humildad.

En tercer lugar, tampoco era un acto dirigido a buenas personas, o buenos creyentes. Allí Jesús representó su amor universal. No estoy hablando de universalismo, sino de aquello que dice Juan 3.16. Dios ama a todos, y todos somos malos y pecadores. Claro, Jesús entrega la salvación a aquellos que lo reciben por fe.

Pero notablemente aquí estaba Judas, el traidor. Jesús muestra aquí que el tema del servicio, si seguimos su ejemplo, se aplica a todos.

  • Jesús no vino a servir solamente a un grupito que se reúnen los domingos.
  • Jesús no vino a servir solamente a un grupito que se reúnen los sábados.
  • Jesús no vino a servir solamente a los que usan saco y corbata.
  • Jesús no vino a servir solamente a los que terminaron la carrera de teología.
  • Y aquí, ponga usted lo que quiera… La lista puede resultar interminable.

Ni siquiera Jesús vino a servir a los que le eran fieles. Aquí se manifiesta el verdadero significado de las palabras de Jesús en el Sermón del Monte:

 

El amor a los enemigos

Ustedes han oído que se dijo: “Ojo por ojo y diente por diente”. Pero yo digo: No resistan al que les haga mal. Si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, vuélvele también la otra. Si alguien te pone pleito para quitarte la capa, déjale también la camisa. Si alguien te obliga a llevarle la carga una milla, llévasela dos. Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no le vuelvas la espalda.

Ustedes han oído que se dijo: “Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo”. Pero yo digo: Amen a sus enemigos y oren por quienes los persiguen, para que sean hijos de su Padre que está en los cielos. Él hace que salga el sol sobre malos y buenos, y que llueva sobre justos e injustos. Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa recibirán? ¿Acaso no hacen eso hasta los recaudadores de impuestos? Y si saludan a sus hermanos solamente, ¿qué de más hacen ustedes? ¿Acaso no hacen esto hasta los gentiles? Por tanto, sean perfectos como su Padre celestial es perfecto. (Mt. 5. 38-48)

Podemos ver que el amor de Jesús llega hasta las últimas consecuencias. Su poder y autoridad únicamente se expresaron al amar con todas las fuerzas, con toda el alma. Dada la conciencia que Jesús tenía de la traición venidera de Judas, lo que hizo con todo ese poder en aquel momento es aún más impresionante.

Y también podríamos enumerar muchas otras lecciones de todo este tema, pero no lo haré. Dejaré a su creatividad el buscar las áreas de poder que usted tiene, y qué hace usted con esa autoridad. Esto no es solamente para los pastores, ya que el sacerdocio universal de los creyentes, predicado ferviente por las diferentes reformas del siglo XVI, indicaron que todos tenemos autoridad espiritual, y todos tenemos la posibilidad de acceder a la presencia de Dios, a través de Jesucristo.

Imagine mentalmente a aquellos que están bajo su autoridad. Imagine a su cónyuge, a sus hijos, a sus empleados, a sus miembros de iglesia. Y también, imagine a sus enemigos. Bueno, ahora deje de imaginarlos, y vaya y lávele los pies. Ya lo dije alguna vez, los dones del Espíritu Santo, los reparte como él quiere, pero el don de servicio, el diaconado, o como usted quiera llamarle, es para todos los creyentes.

Hasta aquí. Bendiciones y ¡hasta la próxima!

Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Pytheos - La profunda sencillez del lavado de pies (Juan 13.2-5)