Oh, Capitán ¡mi Capitán! Ya estás en tu destino

Rubén Proietti fue el puente más grande que Dios puso en mi vida para que me desarrolle como periodista, pero también como persona.

    14 DE SEPTIEMBRE DE 2021 · 13:00

    Rubén Proieti orando por Lizzie Sotola / Lizzie Sotola,Rubén Proietti, Lizzie Sotola
    Rubén Proieti orando por Lizzie Sotola / Lizzie Sotola

    Oh, Capitán ¡mi capitán!… así se titula un poema de Walt Whitman dedicado a Abraham Lincoln, y fue lo primero que me vino a la mente cuando supe la noticia que mi amigo, líder, mentor, jefe, consejero y pastor Rubén Proietti había partido a la presencia del Señor. Me permito traducir algunas palabras de ese bello poema que dice así:

    ¡Oh, Capitán, mi Capitán! Nuestro azaroso viaje ha terminado;

    El barco capeó los temporales, el premio que buscamos se ha ganado;

    Cerca está el puerto, ya oigo las campanas, todo el mundo se muestra alborozado,

    la firme quilla siguen con sus ojos, el adusto velero tan audaz.


    ¡Oh, Capitán! ¡Mi Capitán! Levántate y escucha las campanas;
    levántate por ti la enseña ondeapor ti suena el clarín;
    por ti son las guirnaldas y festones por ti se apiñan gentes en la orilla;
    por ti claman, la inquieta masa a ti se vuelve ansiosa.

     

    ¡Escucha, Capitán! ¡Querido padre!

    Te pongo el brazo bajo la cabeza;

    Un sueño debe ser que en la cubierta

    hayas caído frío y muerto.

    Si bien este poema habla de un hecho histórico, a mí me rememora algunas charlas con Rubén, mi capitán. La primera imagen que tengo de él fue en la cancha de River, en 1991 con motivo de la campaña evangelística con Billy Graham. De allí y por años no nos vimos. Él y Adriana, su esposa, fueron varias veces a la iglesia donde yo me congregaba a predicar. Nos cruzábamos, saludábamos formalmente y nada más. Una década después, con mi título de periodista y con la organización de la segunda concentración masiva de oración en el Obelisco porteño en sus hombros, nos volvimos a ver. Comenzamos a trabajar juntos. Desde entonces hasta hoy, jamás dejó de ser mi jefe, pero sobre todas las cosas siempre fue mi amigo.

    Este poema me hacía pensar en palabras que me hubiera gustado dedicarle. Como el apóstol Pablo le escribió a Timoteo en la segunda epístola: “He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, me he mantenido en la fe” (4:7). Sé que de alguna manera él me diría eso a mí. A mí y a tantos que fuimos sus discípulos, el legado que dejó. Personas que fuimos bendecidas por su vida y que tanto tiempo nos dedicó.

    Rubén fue el puente más grande que Dios puso en mi vida para que me desarrolle como periodista, pero también como persona. Siempre me promovió, siempre me cuidó, siempre me llevó a trabajar a su lado a donde él fuera. Bastaba una mirada entre la gente para interpretar aquello que quería o necesitaba. Sus gestos, sus chistes, sus retos, sus palabras de ánimo, su testimonio, sus consejos, lo que leía en la Biblia y compartía, todo era para absorber.

    En el 2007 a pocos meses de lo que sería el Festival con Palau en Buenos Aires en marzo del 2008, él nos dijo al equipo de trabajo y colaboradores: “Ustedes están en la bisagra de una época. Van a hacer historia. ¡Vamos a hacer historia! Argentina no será la misma. Pero atentos, hay que estar a la altura de las circunstancias. Si tienen algo pendiente con el Señor, este es el momento de ponerse a cuentas”. Me acuerdo de ese momento como si hubiera pasado ayer. Y verdaderamente fue un antes y un después. En esos días nos pasó de todo, pero salimos a predicar confiados. Y él era el capitán humano que conducía el barco.

    Son incontables las veces que nos sentamos en la cocina de su casa, mate de por medio a resolver problemas, a hablar de la vida cristiana, a compartir proyectos, desafíos. Las conversaciones telefónicas que podrían dudar horas, pero agotaba todos los recursos para ayudarme a entender la visión, o a tomar una decisión sobre algún tema que a mí me desvelaría.

    Sus preguntas acerca de mi relación con Dios, su preocupación porque no tuviera nada sin confesarle al Señor. “Si no estás bien con el Señor, no me hables. Hasta que no arregles las cuentas con Dios no vas a tener resultados que te haga bien. Primero andá y confesadle al Señor tus pecados, y después vemos como el resto se pone en orden el resto de tu vida”.

    Muchas veces me tocó ser su asistente temerariamente en algún viaje, en alguna reunión en la que la persona que ocupaba ese lugar no había llegado. Su recomendación siempre era “tomá nota de quién es. Pedile todos los datos posibles. Si podes sacarle una foto, así lo identificamos bien. Acordate que lo importante son las relaciones, las personas. No son un número más en la agenda. Son personas. Y a mí me importan las personas.”.

    Siempre hablaba con un idiolecto, una jerga militar. Era porque representaba lo que él sentía frente a lo que vivíamos. En medio de cualquier festival con Palau o en cualquier momento, podría escucharlo decir: “Estamos en guerra”, “nos cubrimos las espaldas”, “es una lucha”, “estamos en el frente de batalla”, “tenemos que levantar bandera. Dejar bien parado el Evangelio”. Pero nunca lo vi dudar de su fe. Al contrario, enfrentaba la situación adversa con fe y, permítanme, desparpajo. No tenía miedo. “Yo sé quien es el Dios en el que confío, ¿eh?”, repetía. A veces era extremo, pero maravillosamente extremo. Jugado. Siempre me desafió a más, y ese más es a confiar en Dios. Siempre, a cada paso. Dios primero.

    Tuve el privilegio de caminar con él en los últimos 20 años. Ser parte de su entorno más cercano, “del riñón” como él mismo decía. Estar junto a su familia en momentos muy felices y otros no tanto, como este que nos cuesta despedirlo. De aprender a confiar ciegamente en el Señor a pesar de las circunstancias. Lo vi navegar las aguas turbulentas y profundas sin titubear. Su corazón estaba en la evangelización y la unidad de la iglesia. Adriana nos decía hace unos días que “sus tres amores fueron Palau, ACIERA y AEL”. Por todo aquello que representaba el trabajo en la Asociación Palau. ACIERA y AEL [Alianza Evangélica Latina]: la evangelización y la unidad del Cuerpo de Cristo, en Argentina y en Iberoamérica.

    Me hubiera gustado tener una última charla con él. De esas que duraban horas. De las que podíamos discutir de River y Boca, del punto de cocción del asado, y hablar de las respectivas lecturas bíblicas de cada uno. De los chistes políticos. Aquella de si había dejado pasar la oportunidad de conocer a alguien y casarme. Del cuidado de mi salud, de la suya y de la de mis padres. El servicio en la iglesia local, los planes a futuro, los pasos a tomar en lo inmediato. Esas charlas que jamás olvidaré y voy a atesorar el resto de mi vida.

    Oh, Capitán ¡mi capitán!… Ya estás en destino. Recibí la corona de vida y disfruta de la presencia de tu Señor. ¡Gracias, amigo, por tanto! Nos vemos pronto, allá en el cielo. ¡Gracias Señor por la vida de tu hijo Rubén! Dios llene de consuelo a su esposa, Adriana, a sus hijos: Matías, Carolina, David y Jonatán, sus nueras y yerno, su cuñada y sus nietos.

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