Identidades dañadas

Todos necesitamos pasar por el taller del Carpintero para que sane nuestra identidad enferma e incluso cautiva.

    27 DE ABRIL DE 2025 · 08:00

    Imagen de diseño propio realizada por IA,escultor restaurando, escultura dañada
    Imagen de diseño propio realizada por IA

    Descubre tu identidad (2)

    En el anterior artículo, con el título de "¿Quién soy yo?" te decía que si no sabes lo que tienes, o quién eres ¡lo cambias por cualquier cosa!

    Pero existe otro gran problema en cuanto a nuestra identidad. Algunos (por no decir todos) tenemos la identidad dañada, enferma y hasta cautiva. Nuestra identidad no se puede basar en lo que hacemos, en lo que nos han hecho, en lo que tenemos, en lo que otros dicen o piensan de nosotros, en conocimiento, posición o antigüedad en un lugar o, ni tan siquiera, en cómo Dios nos usa. Tampoco en cómo nos sentimos, pues el corazón es muy engañoso.

     

    Jesús sanó la identidad de sus discípulos

    Todos necesitamos pasar por el taller del Carpintero para que sane nuestra identidad. A los galileos a los que llamó para que le siguieran, desde el principio, les dio una gran definición en cuanto a su nueva vida como discípulos: seréis pescadores de hombres. Cuando vio a Natanael lo llamó un verdadero israelita. A Simón le cambió el nombre y el carácter para convertirlo en Pedro. Publicanos como Mateo o Zaqueo dejaron de ser ladrones para convertirse en hombres de bien. Una mujer sumamente atada, como María Magdalena, tuvo un dramático viaje: de pecadora a adoradora.

     

    ¿Cómo sana Jesús nuestra identidad?

    Así como lo hizo con los doce, y más concretamente con los ciento veinte del aposento alto, si queremos ser sanados en nuestra identidad necesitamos (en este orden): primero un desencantarnos de la vieja identidad del mundo; segundo, responder al llamado de estar al lado de Jesús, el Maestro; después, que se nos revele quién es Él; y, por último, aprender por su verdad quiénes somos nosotros en Él.

    ¿Dejaremos que Jesús sane nuestra identidad?

     

    Comparatitis, una grave enfermedad

    La baja estima es un terrible enemigo en la vida y en el servicio a Dios: crea frustración, limita el potencial, alimenta temores e intimidación, nos lleva a acomplejarnos o, todo lo contrario, a inflarnos para ocultar nuestras inseguridades, y nos dificulta el trabajar en equipo.

    Hemos de vencer la baja estima desarrollando una sana autoestima. No somos nada en la carne (ni queramos serlo, Fil. 3:4-11), pero ¡es muy grande lo que somos en el espíritu!

    Romanos 12:3: Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno. 

    Te propongo una medicina contra la comparatitis: seguridad en tu identidad en Cristo. Sin olvidar el sano equilibrio de una gran dosis de realismo en cuanto a nuestra frágil condición (2 Corintios 4:7).

    Por supuesto que hay vidas que son ejemplos y referentes, o que nos inspiran. Eso es positivo. Podemos fijarnos en ellos; pero vacunados del error de compararnos. Reza una antigua leyenda judía que Dios creó a Adán, un único hombre, para que luego los hombres no pudieran decirse unos a otros: «Somos de linaje más ilustre que vosotros». ¡Todos estamos equiparados en Adán! Y, al mismo tiempo, Dios formó al hombre a su semejanza, cual una estampa (increíble honor); y dando a cada uno de nosotros un rostro diferente, a fin de que nadie pueda hacerse pasar por su vecino y así, impunemente, robar o cometer adulterio. Eso sí, solo al finalizar la semana de la Creación hizo Dios al ser humano, para que los arrogantes no puedan decir: «El hombre ayudó a Dios a crear el mundo», y para que la criatura humana no fuera presuntuosa, ya que hasta la mosca existía antes que los hombres.

     

    ¡Tu llamado es grande!

    Tienes un propósito grande. Dios va a hacer grandes cosas contigo. ¡Tu llamado es gigantesco! ¿Por qué lo afirmo rotundamente? Porque es el Rey del Universo el que te llama. Si tu salvación y elección vienen del Rey de Reyes y Señor de Señores, entonces es algo supremo y de gran honra.

     

    El valor de la dádiva lo da la dignidad del Dador

    Si yo te regalo una foto con una dedicatoria mía en la parte de atrás no tiene valor, pero si lo hace el rey de España, Felipe VI, o tu jugador favorito o tu cantante preferida, entonces es un gran regalo.

    De igual modo, el hecho de que Dios se haya dignado a sacarnos de nuestro anonimato, hacernos sus hijos y darnos un qué hacer en su reino, es en sí mismo suficiente distinción como para que estemos agradecidos por la eternidad.

    Y tu pueblo, todos ellos serán justos, para siempre heredarán la tierra; renuevos de mi plantío, obra de mis manos, para glorificarme. El pequeño vendrá a ser mil, el menor, un pueblo fuerte. Yo Jehová, a su tiempo haré que esto sea cumplido pronto. Isaías 60:21-22

     

    Jonathan Evans y la carta de su padre

    Jonathan tenía todo para ser feliz: era fuerte, popular, buen deportista y provenía de una familia reconocida. Su padre, un pastor muy querido, hablaba con sabiduría desde el púlpito cada semana. Pero en su corazón, Jonathan se sentía perdido. Aunque había crecido escuchando de Dios, algo dentro de él no encajaba.

    En la universidad, comenzó a alejarse de todo lo que le habían enseñado. Se juntó con gente que le aplaudía, vivió para agradar a otros y trató de construir una identidad a base de lo que los demás esperaban de él. Pero cada noche, al quedar solo en su habitación, sentía un peso. Un vacío. Una pregunta le rondaba el alma: ¿Quién soy en realidad?

    Fue en uno de esos días grises cuando le llegó una carta. No era común recibir cartas, y menos en tiempos de mensajes instantáneos. Era de su padre. Un sobre sencillo, pero con un peso inmenso en su interior. Temblando, lo abrió. Ante él una hoja escrita a mano que decía así:

    Hijo,

    Sé que el mundo grita muchas cosas a tus oídos. Te dirá que vales por lo que conquistas, o por cuántos te siguen, o por cuánto aparentas. Pero quiero recordarte algo que nunca ha cambiado: Tú eres hijo del Rey. 

    No vivas como un huérfano cuando ya tienes identidad. Hijo, ya tienes propósito y ya tienes herencia.  Tu identidad no se gana, se recibe. Y tú, Jonathan, ya la recibiste en Cristo.

     No olvides quién eres. 

    Con amor, Papá.”

    Jonathan no pudo contener las lágrimas. Ese papel lo despertó más que cualquier sermón o reproche. Era como si Dios mismo, a través de su padre, le estuviera diciendo: “Vuelve a casa. Vuelve a ser tú mismo. Vuelve a Mí”.

    Aquel día marcó un antes y un después. Jonathan decidió vivir como lo que realmente era: un hijo de Dios, no un actor en busca de aplausos. Hoy dedica su vida a recordarle a otros jóvenes que su identidad no se construye, se descubre en Aquel que nos creó.

    Y tú, estimado lector, ¿ya sabes quién eres? 

     

    Decálogo bíblico: ¿Quién soy en Cristo?

    Concluyo este soliloquio con un decálogo bíblico de lo que la Palabra de Dios afirma que es nuestra identidad, para todos aquellos que como Jonathan decidimos creer en Jesús.

    1. Soy creación de Dios, hecho a Su imagen.

    “Y creó Dios al ser humano a su imagen…” – Génesis 1:27

    Fui creado con valor, propósito y dignidad. Soy obra de Sus manos.

    1. Soy hijo de Dios, adoptado por el Padre.

    “A todos los que lo recibieron, a los que creen en su nombre, les dio el derecho de ser hijos de Dios.” – Juan 1:12

    No soy esclavo ni extraño. Soy parte de Su familia.

    1. Soy amado profunda e incondicionalmente.

    “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros…” – 1 Juan 4:10

    Su amor me define, me sostiene y me da identidad.

    1. Soy perdonado, santo y limpio por la sangre de Jesús.

    “Ya han sido lavados, ya han sido santificados, ya han sido justificados en el nombre del Señor Jesús…” – 1 Corintios 6:11

    Soy santo no por mis méritos, sino porque Cristo me ha hecho santo.

    1. Soy templo del Espíritu Santo.

    ”¿No saben que su cuerpo es templo del Espíritu Santo, quien está en ustedes?” – 1 Corintios 6:19

    Dios vive en mí. Su presencia habita en mi vida.

    1. Soy rey y sacerdote delante de Dios.

    “Nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre…” – Apocalipsis 1:6

    Tengo autoridad espiritual y acceso directo al Padre. Estoy llamado a gobernar en lo espiritual y a interceder por otros.

    1. Soy siervo de Cristo.

    “Pero tú, Israel, siervo mío eres; tú, Jacob, a quien yo escogí, descendencia de Abraham mi amigo. Porque te tomé de los confines de la tierra, y de tierras lejanas te llamé, y te dije: Mi siervo eres tú; te escogí, y no te deseché” – Isaías 41:8-9.

    “Acuérdate de estas cosas, oh Jacob, e Israel, porque mi siervo eres. Yo te formé, siervo mío eres tú; Israel, no me olvides”. – Isaías 44:21.

    1. Soy escogido, apartado y enviado.

    “Antes que te formaras en el vientre te conocí, y antes que nacieras te santifiqué; te di por profeta a las naciones.” – Jeremías 1:5

    Dios me eligió con un propósito. Tengo una misión.

    1. Soy luz del mundo y sal de la tierra.

    “Ustedes son la luz del mundo… la sal de la tierra.” – Mateo 5:13-14

    Dios me llamó a marcar la diferencia, a influenciar con Su verdad y amor.

    1.  Soy heredero de las promesas y ciudadano del Reino.

    “Ya no son extranjeros ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios.” – Efesios 2:19

    Tengo una herencia eterna, y pertenezco al Reino de los cielos.

     

    No lo olvides, ¡no eres cualquier cosa!

    Muchos viven como si no supieran quiénes son, buscando aprobación en lugares equivocados. Pero tu identidad ya fue definida por Aquel que te creó. No eres un accidente. No eres solo lo que otros opinan. Eres un hijo de Dios, alguien escogido, amado y con propósito... No vivamos como huérfanos si ya somos herederos del Rey. Eres hijo. Eres hija. Eres parte de una generación escogida.

    Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Soliloquios - Identidades dañadas

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