La secularización y la apostasía silenciosa

Cómo la secularización erosiona la fe. El camino de regreso a la fidelidad bíblica implica varios puntos.

    Protestante Digital · 12 DE NOVIEMBRE DE 2024 · 08:00

    Imagen de jr korpa en Unsplash.,cruz difuminada
    Imagen de jr korpa en Unsplash.

    Imaginemos al apóstol Pablo, el incansable predicador del Evangelio, transportado a través del tiempo hasta una de nuestras iglesias contemporáneas. Al cruzar las puertas, lo recibe un torrente de sonido: la banda de alabanza interpreta una canción con más decibelios que teología, mientras las luces de colores crean una atmósfera más propia de un concierto de rock. Mira a su alrededor y ve sonrisas amables, pero escucha conversaciones banales. La gente se saluda con efusividad, pero van con prisas porque llegaron en el último momento. El culto sale en directo por YouTube, una radio y una cadena de televisión y todo está programado según un guion que no deja margen ni para un minuto de retraso. Todos los que participan activamente el culto tienen una programación donde sale su intervención marcada y perfectamente cronometrada. Por esto, el culto empieza con cuenta atrás en todas las pantallas, como si se tratara del despegue de un cohete lunar.

    Llega el momento del sermón, y Pablo espera con ansias la proclamación del evangelio. En cambio, el pastor, con un discurso motivacional que parece sacado de un libro de autoayuda, habla de equilibrio emocional, éxito personal y una fe "positiva". Evita mencionar el pecado, el juicio y el arrepentimiento. Pero, a cambio, insiste en la importancia de amarse a uno mismo. Pablo está tentado a interrumpirle en varias ocasiones, para decirle: “esto no es lo que yo dije,” cuando el predicador se puso a reinterpretar las propias cartas de Pablo, justificando un estilo de vida que contradice las enseñanzas del apóstol sobre la santidad y la ética sexual.(1) Al final del culto, el pastor se despide rápidamente, pues tiene otras cosas que atender. Pablo, confundido y descorazonado, se pregunta: ¿Es esta la iglesia por la que me dejé la piel en su momento?

    Los primeros cristianos se reunían en catacumbas, perseguidos por un imperio hostil. Su fe era un fuego inextinguible, una fuerza que desafiaba al mundo y transformaba vidas. Hoy, en muchas iglesias, ese fuego parece haberse apagado. La comodidad, el entretenimiento, y la búsqueda de aceptación social y política han reemplazado al fervor, la santidad y la pasión por el Evangelio.

    ¿Cómo hemos llegado a este punto? ¿Cómo hemos permitido que la secularización silencie el mensaje profético de la iglesia y la convierta en un reflejo del mundo que la rodea? ¿Cómo no nos hemos dado cuenta, hasta qué punto el profesionalismo secular se ha implementado en la Iglesia del Señor del siglo XXI?

     

    Evidencias del secularismo en la iglesia

    La secularización se infiltra en la iglesia de diversas maneras, a veces tan sutiles que apenas las notamos. El relativismo moral, por ejemplo, se cuela en nuestras conversaciones, en nuestras decisiones, incluso en nuestros púlpitos. El secularismo nos dice que no existen verdades absolutas, sino que lo "bueno" y lo "malo" son relativos, según cada cultura o individuo. Y nosotros aplicamos esa ideología a pie de la letra, retorciendo verdades bíblicas y dando las gracias a nuestros gobiernos y autoridades secularistas por tener la bondad de dejarnos también un rincón donde podemos ejercer nuestro derecho al culto, siempre que nos callemos antes los herodianos que nos gobiernan. Y así, poco a poco, vamos tolerando y aceptado en nuestras iglesias prácticas que la Biblia condena claramente: el aborto, la homosexualidad, la fornicación, el abuso (sexual y emocional), la ideología de género, el estatismo, el fraude económico a gran escala y la corrupción rampante en nuestra sociedad en general, y particularmente en la política para nombrar solamente algunos temas. Nos olvidamos que hasta el refrán dice: «el que calla, otorga».

    El materialismo y el consumismo también nos acechan. Nos dejamos seducir por la promesa de la riqueza, el éxito y el placer, priorizando las posesiones materiales por encima de la búsqueda de Dios y el crecimiento espiritual. Caemos en la trampa de "las codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición" (1 Timoteo 6:9). Nos convertimos en consumidores voraces, siempre buscando la última novedad, el último gadget, la última experiencia. Y mientras tanto, nuestra alma se empobrece, nuestra relación con Dios se debilita, nuestro testimonio se desvanece y nuestra iglesia muere poco a poco de la rutina.

    La obsesión por el entretenimiento superficial es otro síntoma de la secularización. Dedicamos horas a la televisión, las redes sociales y los videojuegos, mientras descuidamos la oración, el estudio de la Biblia y la comunión con Dios. Nos dejamos absorber por la cultura popular, con sus valores seculares, sus ídolos y sus mensajes vacíos. Con que los niños no molesten cuando estén en casa, les sentamos ante una tele para que absorban las últimas sandeces del Canal Disney o del Clan TV. Y así, poco a poco, desde la más tierna niñez, los valores relativistas -el amor al mundo- van desplazando al amor al Padre. Parece que las advertencias del apóstol Juan no le importan ya a nadie cuando dice: "No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él" (1 Juan 2:15).

    Incluso el mensaje del evangelio se ve afectado por la secularización. En un afán por hacerlo más “aceptable” a la cultura actual, algunos evitan temas controversiales como el pecado, el juicio y el infierno. Diluyen la verdad, la suavizan, la adaptan a los gustos del mundo. Se olvidan de que el evangelio es "poder de Dios para salvación a todo aquel que cree" (Romanos 1:16), y que no debemos avergonzarnos de proclamarlo con valentía y fidelidad.

    Finalmente, vemos cómo la secularización se manifiesta en un activismo político superficial. Muchos cristianos, con buenas intenciones, se involucran en causas sociales y políticas, pero lo hacen sin una base bíblica sólida. Sustituyen el llamado a la transformación espiritual por un activismo que busca cambiar las estructuras externas, pero ignora la necesidad de un cambio interior y no tienen ni idea cómo aplicar lo poco que les queda de doctrina y ética cristiana al mundo que les rodea. Se olvidan de que el Reino de Dios no es de este mundo (Juan 18:36), es decir: que Dios no nos ha mandado a repetir las ideologías seculares con un vocabulario cristiano.

     

    Un llamado a la contracultura: recuperando la esencia del Evangelio

    Ante la creciente marea de secularización, la respuesta no se encuentra en la pasividad, ni en la resignación. Como cristianos, creemos que la solución está en un retorno radical a la Palabra de Dios y a la aplicación de sus principios a todas las áreas de la vida. No se trata de una simple reforma cosmética, sino de una transformación profunda que nos lleve a vivir como auténticos contraculturales en un mundo que ha declarado la guerra a Dios.

    Este camino de regreso a la fidelidad bíblica implica varios puntos. Quiero mencionar algunos.

    • Redescubrir la soberanía de Dios: En tiempos donde se exalta la autonomía humana, debemos recordar que Dios es el Señor de todo, que Su Ley es la norma absoluta para la vida individual y social, y que toda área de la existencia debe estar sometida a Su señorío. "Porque la palabra del Señor es recta, y toda su obra es hecha con fidelidad" (Salmo 33:4). No podemos conformarnos con una fe pietista, que se limita al ámbito privado y deja que el mundo dicte las normas en la esfera pública.
    • Predicar la Ley de Dios con valentía: No podemos contentarnos con predicar solo el evangelio de la gracia. Necesitamos proclamar antes la Ley de Dios, no como un camino de salvación, sino como espejo de la voluntad de Dios. "La ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma; El testimonio de Jehová es fiel, que hace sabio al sencillo" (Salmo 19:7). La ley de Dios no es un yugo opresor, sino un camino de libertad y plenitud, que nos muestra cómo vivir en armonía con nuestro Creador y con el prójimo.
    • Cultivar la santidad personal: La santidad no es una opción, sino una necesidad para todo aquel que ha sido redimido por Cristo. Debemos buscar la transformación del carácter a la imagen de Cristo, huyendo del pecado y creciendo en la piedad. "Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor" (Hebreos 12:14). La santidad no es una lista de reglas, sino un estilo de vida que refleja la belleza y la pureza de Dios.
    • Ejercer la disciplina eclesiástica con amor: La iglesia no es un club social, sino una comunidad de santos llamados a vivir en obediencia a Dios. Por eso, debemos ejercer la disciplina eclesiástica con amor y firmeza, para corregir a los que persisten en el pecado. "A los que persisten en pecar, repréndelos delante de todos, para que los demás también teman" (1 Timoteo 5:20). La disciplina no es un castigo, sino una herramienta de restauración y crecimiento espiritual. Esta intención es un detalle que parece escapar en ocasiones a las pocas iglesias que aún practican la disciplina de sus miembros descarriados.
    • Educar para una cosmovisión bíblica: No podemos dejar que las nuevas generaciones sean formadas por la cultura secular. Debemos educarlas con una cosmovisión bíblica sólida, que les permita discernir la verdad del error y resistir las influencias del mundo. "Instruye al niño en su camino, Y aun cuando fuere viejo no se apartará de él" (Proverbios 22:6). La educación cristiana no se limita al ámbito académico, sino que abarca todas las áreas de la vida, formando personas íntegras que puedan impactar al mundo para Cristo.
    • Resistir la cultura dominante: En un mundo que rechaza a Dios y Su Palabra, los cristianos estamos llamados a ser una voz profética que desafía los valores y las ideas dominantes. Debemos proclamar la verdad bíblica con valentía y claridad, sin temor a las consecuencias. "No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta" (Romanos 12:2). No podemos ser meros espectadores pasivos, sino agentes de cambio que, por la gracia de Dios, transformen la cultura a la luz del Evangelio.

     

    Conclusión:

    La batalla contra la secularización es una lucha constante que requiere vigilancia, disciplina y una profunda dependencia de Dios. No podemos bajar la guardia ni ceder a la presión de conformarnos al mundo.

    Imaginemos al apóstol Pablo regresando a nuestros días, no para visitar una iglesia acomodada al mundo, sino para encontrarse con una comunidad vibrante, llena del Espíritu Santo, que predica la Palabra con poder y desafía a la cultura dominante con la verdad del Evangelio. En este caso, tal vez pudiéramos escuchar al apóstol decir: sí, mi ministerio ha valido la pena y ha prevalecido a lo largo de los siglos.

    ----------------

    Notas

    (1) La rama evangélica anglicana rechaza y pide la dimisión de Justin Welby tras su apoyo al ‘matrimonio igualitario’

    Publicado en: EVANGÉLICO DIGITAL - Teología - La secularización y la apostasía silenciosa

    0 comentarios